miércoles, 26 de marzo de 2014

Karol Wojtyła y el ecumenismo

Publicamos a continuación otro capítulo (uno anterior se puede ver aquí) del libro de Daniel Le Roux, "Pedro ¿me amas? Un pontificado problemático, una canonización inquietante", sobre el pontificado y las ideas del papa Juan Pablo II. Esta vez, la sección escogida trata acerca del ecumenismo según el papa Wojtyla. El contenido completo del libro se puede consultar aquí.

Juan Pablo II y el Vaticano II

El ecumenismo


Hay que distinguir dos ecumenismos. Uno, fue enseñado por Roma hasta la muerte de Pío XII, en 1958. Es un movimiento de verdadera caridad teologal por el cual la Iglesia católica se esfuerza para que vuelvan a su seno los cristia­nos no católicos. Esto constituye una parte integrante de la actividad misionera, tal como fue practicada por la Iglesia desde el día de la Ascensión, con la orden dada por Nuestro Señor a sus Apóstoles.
El otro ecumenismo, es el que se ha desarrollado, incluso dentro de la Iglesia católica, durante el siglo XX y que fue condenado severamente por los Papas hasta el Concilio. Es el esfuerzo de reagrupar  a todos  los cristianos, a todas las  religiones, en una  confederación universal  fuera de la fe católica profesada íntegramente.
Iniciado este movimiento con una tentativa de reforma litúrgica, por un monje belga: Dom Lambert Beauduin. Pío XI condenó este intento en su encíclica Mortalium Animas en 1928, pero Dom Lambert Beauduin continuó trabajando en la sombra y, desde 1924, traba amistad con Mons. Roncalli que estaba ya en la diplomacia al haber perdido por sospecha de modernismo, su cátedra en el Ateneo de Letrán. A la muerte  de  Pío XII, Dom Lambert confiesa al Padre Bouyer:
“Si eligiesen a Roncalli, todo estaría salvado, él sería capaz de convocar un Concilio y de consagrar el ecumenismo.” (L. Bouyer: “Dom L. Beauduin, un homme d’Eglise”. Castermann, 1964, pág. 180).
Desde  junio de 1960, Juan XXIII crea un Secretariado para la unión de los cristianos, su intención era preparar el camino para que enviasen representan­ tes oficiales al Concilio. Bien distinta esta actitud a la de Pío IX en vísperas del Concilio Vaticano I. A los protestantes los exhortaba en una  carta a
“esforzarse en liberarse de su condición protestante, en la cual no podían asegurar su salvación.” ( R. Wiltgen. “Le Rhin se jette dans le Tibre”, pág. 118).
Pero el Concilio Vaticano II se anunciaba  en un clima muy distinto. Mons. Wojtyla declaraba:
“El ateísmo debe ser estudiado… no como una negación de Dios, sino más bien como un estado de la conciencia humana.”
Confirmaba que  el objetivo  de Juan XXIII era la unidad de los cristianos y
“que la nueva concepción de la idea del pueblo de Dios se imponía a la antigua verdad sobre la posibilidad de redención fuera de las fronteras visibles de la Iglesia”
y
“que el desarrollo de las ideas ecuménicas se estaba haciendo a una escala desconocida hasta el presente en la historia de la Iglesia.”

La Iglesia católica ya no es el único medio de salvación

El pensamiento  de Mons. Wojtyla sobre  el ecumenismo está ordenado sobre dos grandes errores.
El primero, la idea de “pueblo de Dios”, unida  al reconocimiento de  los valores espirituales de las otras religiones.
Mons Wojtyla declara:
“Estas Iglesias y estas comunidades separadas, aunque creamos que su­fren deficiencias, no están desprovistas en absoluto de significación y de valor en el misterio de la salvación. El Espíritu de Cristo, en efecto, no rechaza servirse de ellas como medios de salvación, cuya fuerza se deriva de la pleni­tud de gracia y de verdad que ha sido confiada a la Iglesia católica”. (‘Aux sources du renouveau’. pág. 259).
Grave error que Mons. Lefebvre no vacila en calificar de herejía. Sólo la Iglesia católica  es la verdadera y única arca de salvación, pues en Ella sola reside la unidad de la verdadera Fe.
San Pío X en su encíclica Pascendi contra el modernismo, del 8 de sep­tiembre de 1907, escribía:
Los modernistas creen que “la doctrina de la experiencia unida a la otra del simbolismo, consagra como verdadera toda religión sin exceptuar de ellas a la pagana… ellos tienen por verdaderas a todas las religiones.”
Pío  XI en su encíclica  Mortalium animas, contra  el falso ecumenisrno, declaraba:
“Los esfuerzos ( del falso ecumenismo) no tienen ningún derecho a la aprobación de los católicos, pues se apoyan en la opinión errónea de que todas  las religiones son más o menos  buenas y laudables porque todas igualmente revelan y traducen, aunque de manera diferente, el sentimiento natural e innato que nos lleva a Dios y nos inclina ante el respeto  a su poder…
Pío XII en su encíclica Mystic. Corporis, en 1943, confirmará  estas opiniones:
“A todos aquellos que no pertenecen al organismo visible de la Iglesia… les invitamos a todos y a cada uno… a esforzarse por salir de un estado en el que nadie puede estar seguro de su salvación eterna…”
Todos  estos textos  son muy claros.  Afirman que la Iglesia católica es el único y verdadero medio de salvac1ón. Si alguien puede salvarse fuera de las fronteras visibles de la Iglesia católica, será acaso en su religión, pero no por ella.
Cuando Mons. Wojtyla se refiere a “la nueva concepción de la idea del pueblo de Dios” y por  otro lado a la “antigua  verdad”, estas expresiones  no tienen sent1do, porque la verdad es eterna y no puede cambiar, bajo pena de dejar de ser verdad. La nueva actitud va a parar lógicamente al sincretismo religioso y necesariamente al abandono del orden sobrenatural, tiende más a una unión de los “valores humanos” y de los “objetivos terrenales” que a un perfeccionamiento de nuestro destino sobrenatural. Esta concepción se llama humanismo o naturalismo.

La búsqueda de la “unidad perdida”

El segundo error de este ecumenismo reside en una noción falsa de la unidad. El tema de la “unidad perdida” es tratado también por el arzobispo de Cracovia en su libro. Refiriéndose al deseo de unidad declara:
“…  No se trata solamente de la oración por los hermanos separados, sino también de la oración hecha con ellos a fin de conseguir la unidad de la Iglesia” (Aux sources du renouveau”, págs, 258-259).
Estas y otras frases semejantes tienen graves consecuencias. Significan que la Iglesia está dividida, que ha perdido su unidad y que hay que volver a encontrarla a toda costa. ¿Pero en este caso, es que la Iglesia ya no es Una? El Credo es la exprestón de la fe inmutable de la Iglesia. ¿Profesamos  acaso un falso Credo cuando cantamos durante la misa el ”Unam, Sanctam. Catholicam, et Apostolicam Ecclesiam”? Jamás la Iglesia ha perdido  su unidad. Unidad de fe, de culto y de gobierno. Si algunos han perdido esta unidad es porque han abandonado la Iglesia, la Iglesia católica y, por consiguiente, su vuelta a la unidad sólo se hará por la vuelta al catolicismo. Además el abandono de una de las notas de la Iglesia -Uni­dad, Santidad, Catolicidad y Apostolicidad- lleva consigo necesariamente el abandono de las otras.

El ecumenismo en sentido amplio

El ecumenismo se entiende hoy, no sólo como una tendencia hacia la unión de los cristianos, sino en sentido amplio, como unidad de todas las religiones. EI Secretariado para los no cristianos, creado oficialmente por Pablo VI en mayo de 1964, favoreció el falso ecumenismo, especialmente hacia el judaísmo.
Mons.  Wojtyla declaraba al P. Malinski su interés en este asunto y que la Iglesia deseaba comenzar el diálogo con los representantes de otras religiones ocupando el  juda1smo un lugar especial y señalaba que:
“la Iglesia… en su tarea de promover la unidad y la caridad entre los hombres e incluso entre los pueblos, examina primero lo que los hombres tienen en común y lo que los empuja a vivir juntos su destino.” (“Aux sources du renouveau”, pág. 224).
¿No se nota la tendencia  a admitir, que ya no es primordial acceder a la verdad revelada, sino buscar una verdad inmanente a todas las religiones y examinar primero lo que los hombres  tienen en común?
Sin embargo, el Santo  Oficio en su Instrucción del 20 de diciembre de 1949 y Pío XII en su enciclíca Humani Generis del 12 de agosto de 1950, denunciaban este error que podía llevar a imaginar que las otras religiones podían aportar a la Iglesia un elemento esencial que le hubiese faltado hasta ahora, y que por un falso “irenismo” no se puede obtener la vuelta a la Iglesia de los separados, pues este retorno sólo se consigue enseñando toda la ver­dad que enseña la Iglesia sin ninguna corrupción, ni disminución.
Pero el ecumenismo actual enfoca la concordia del mundo, no como un hecho de unidad religiosa de la religión católica, sino como una unidad de civilización o, si se quiere, unidad  de la sola religión natural de la vida terrena.
Vamos hacia un ecumenismo humanitario, no religioso. Esta actitud es la de Mons. Wojtyla y después más claramente aún, la de Juan Pablo II.
En su viaje a Nigeria en 1982 dirigió un mensaje a los jefes musulmanes que ni le acogieron, ni le respondieron. El acuerdo entre las dos religiones se desea para
“contribuir a la buena marcha del mundo, como civilización univer­sal del amor.”(Documentation catholique del 7 de marzo de 1982, pag. 245).
Y en Santiago de Compostela, el 9 de noviembre de 1982, declara:
“… la Santa Sede y la comunidad católica están en estado de servicio para ayudar a alcanzar los fines que permitan realizar un auténtico bienestar mate­rial, cultural y espiritual de las naciones.” (“La Croix”, 11/12 de noviembre de 1982, pág. 17).
Está claro que el falso ecumenismo tiende más a una unión de los “valores humanos” y de los objetivos terrenales que al perfeccionamiento de nuestro destino sobrenatural.
Hemos de reconocer que las grandes victorias liberales del Concilio han traído la desaparición de los Estados católicos, la destrucción progresiva de la autoridad en la Iglesia, la pérdida de la fe y el olvido del orden sobrenatural.
TOMADO DE: Tradición Digital

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