domingo, 16 de marzo de 2014

Francisco: Un año del pontificado, una desoladora realidad (III)

Última parte del artículo dedicado a analizar del primer año de Francisco como papa. La primera parte se puede leer aquí y la segunda, aquí.



Un año de pontificado, un año de confusión (III)

1. La noche de su elección, Francisco se presentó como el «Obispo de Roma», sin pronunciar la palabra «Papa». Ese proceder, reiterado luego en varias ocasiones, fue confirmado por la nueva edición del Anuario Pontificio publicado en mayo. Calificándose a sí mismo exclusivamente con el título de Obispo de Roma, y ya no de Papa, Soberano Pontífice o Vicario de Cristo, Francisco realiza un gesto inédito en la historia de la Iglesia, claramente revolucionario, que menoscaba de manera brutal la autoridad de la Sede Romana.

2. Con ocasión de las JMJ celebradas en julio 2013 en Río de Janeiro, Francisco declaró, durante una entrevista de prensa concedida a la televisión brasilera, que «si un niño recibe su educación de los católicos, protestantes, ortodoxos o judíos, eso no me interesa». Lo que le interesa es «que lo eduquen y que le den de comer». Tales palabras no requieren comentario. A condición, evidentemente, de no haber perdido la Fe.

3. El 16 de marzo de 2013, al final de la audiencia otorgada a los periodistas del mundo entero en la sala Pablo VI del Vaticano, Francisco les dio una bendición totalmente atípica, una «bendición silenciosa, respetando la conciencia de cada uno». No se dignó a hacer el signo de la Cruz sobre la multitud de periodistas ni a pronunciar el santo nombre de las Tres Personas Divinas. Lo que nos enseñó Jesús se sitúa en las antípodas de esa falsa noción de respeto: «Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra. Id pues y enseñad a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto os he mandado» (Mt. 28, 18-20). Nuestro Divino Maestro nos ha dicho también: «A todo el que me confesare delante de los hombres, yo también lo confesaré delante de mi Padre, que está en los Cielos; pero a todo el que me negare delante de los hombres, yo lo negaré también delante de mi Padre, que está en los Cielos» (Mt. 10, 32-33). Hablemos claramente: el «respeto de la conciencia» alegado por Francisco para dispensarse de ejercer su suprema autoridad apostólica carece de todo fundamento escriturístico, patrístico o magisterial. Se trata de una noción cuyo origen se halla en los «filósofos» del Iluminismo y que forma parte integrante de la enseñanza impartida en las logias masónicas. En la encíclica Mirari Vos (1832) Gregorio XVI afirma que de la «fuente envenenada del indiferentismo deriva esa máxima falsa y absurda, o mejor dicho ese delirio, según el cual se debe garantizar a cada uno la libertad de conciencia, error de lo más contagioso (…) que ciertos hombres, por un exceso de impudicia, no vacilan en presentar como ventajoso para la religión».

4. Durante esa misma audiencia dijo que deseaba «una Iglesia pobre para los pobres». Es un deseo novador y completamente extranjero a la enseñanza y a la práctica bimilenaria de la Iglesia. «María, tomando una libra de ungüento de nardo legítimo de gran valor, ungió los pies de Jesús y los enjugó con sus cabellos, y la casa se llenó del olor del ungüento. Uno de sus discípulos, Judas Iscariote, el que habría de entregarlo, dijo -¿Por qué este ungüento no se vendió por trescientos denarios y se dio a los pobres?» (Jn. 12, 3-5).

5. El 11 de septiembre Francisco recibió en audiencia privada al religioso peruano Gustavo Gutiérrez, sacerdote modernista, izquierdista y subversivo, quien diera origen al nombre de «teología de la liberación» gracias a su libro homónimo publicado en 1971. Este «teólogo», cómplice de los movimientos marxistas y tercermundistas latinoamericanos comprometidos en la lucha armada revolucionaria, considera que la salvación cristiana pasa por la emancipación de las servidumbres terrenas: «La creación de una sociedad justa y fraterna es la salvación de los seres humanos, si por salvación entendemos el paso de lo menos humano a lo más humano. No se puede ser cristiano hoy sin un compromiso de liberación», es decir, sin recurrir a una praxis histórica marxista ordenada a la emancipación revolucionaria de las masas «oprimidas» socialmente, en el seno de una «iglesia popular» que, gracias a su «conciencia de clase», toma partido por la lucha de los pobres contra la clase poseedora y contra la jerarquía eclesiástica. Es interesante notar que la semana anterior L’Osservatore Romano le había consagrado un largo artículo con motivo de la publicación de un libro que había co-escrito con Monseñor Gerhard Müller, actual prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, intitulado “De parte de los pobres, teología de la liberación, teología de la Iglesia”.

6. El día de su elección, antes de impartir la bendición apostólica a los fieles congregados en la plaza San Pedro, Francisco pidió a la muchedumbre que ella rezara primero por él para que Dios lo bendijese. El simbolismo del gesto es claro: la bendición ya no procede de lo alto, a través del papa que recibió su investidura de derecho divino, y que él hace descender luego directamente sobre los fieles: nos encontramos ante un gesto que evoca los principios democráticos revolucionarios, según los cuales el poder emana del pueblo, única fuente de legitimidad para el ejercicio de la autoridad.

7. Con ocasión de su homilía en la Casa Santa Marta, en el Vaticano, el 22 de mayo de 2013, Francisco dijo que el Señor salvó «a todos los hombres» por la Sangre de Cristo, y que de este modo se convierten en «hijos de Dios, no sólo los católicos, todos, los ateos también». Gregorio XVI, en la encíclica citada anteriormente, censuraba «el indiferentismo, esa funesta opinión difundida por la depravación de los malvados según la cual es posible obtener la salvación por cualquier profesión de fe, con tal de que las costumbres sean conformes a la justicia y a la probidad».

8. Francisco organizó una jornada de oración y de ayuno por la paz en Siria, lo que es en sí mismo algo laudable. Desgraciadamente, este evento fue convocado siguiendo el espíritu del falso ecumenismo conciliar de Nostra Aetate y de Asís, puesto que extiende la invitación «a todos los cristianos de otras confesiones, a los hombres y mujeres de cada religión, así como a los hermanos y hermanas no creyentes». Esto se opone diametralmente tanto a la doctrina como a la práctica constante de la Iglesia hasta Vaticano II. He aquí lo que decía Pío XI al respecto: «(…) invitan a todos los hombres indistintamente, a los infieles de todo género como a los fieles de Cristo (…) Tales empresas no pueden ser aprobadas por los católicos de ninguna manera, ya que se basan sobra la teoría errónea según la cual todas las religiones son todas más o menos buenas, en el sentido de que todas, aunque de maneras diferentes, manifiestan y significan el sentimiento natural e innato que nos conduce a Dios y nos lleva a reconocer con respeto su poder. La verdad es que los partidarios de esa teoría se extravían en pleno error, pero además, pervirtiendo la noción de la verdadera religión, la repudian (…) La conclusión es clara: solidarizarse con los partidarios y los propagadores de tales doctrinas es alejarse completamente de la religión divinamente revelada» (Mortalium Animos, 1928). Francisco prosigue diciendo que «la cultura del diálogo es el único camino para la paz». Ahora bien, esto supone una concepción errónea de la paz, fundada en una visión naturalista de la vida y en el relativismo religioso: estamos ante una utopía humanista y un desconocimiento caracterizado de la naturaleza humana real, caída y redimida por la Sangre de Cristo, redención que se comunica a los hombres a través de su Cuerpo Místico, la Iglesia, fuera de la cual la humanidad, individual y socialmente considerada, permanece cautiva del pecado y sometida al imperio de Satán. En tales condiciones, hablar de «diálogo» como del «único camino para la paz» resulta un embuste grotesco y repulsivo. Sepan disculpar la extensa citación que me veo forzado a realizar para probar lo que digo: «El día en que Estados y gobiernos estimen ser un deber sagrado el atenerse a las enseñanzas y a las prescripciones de Jesucristo en sus relaciones interiores y exteriores, sólo así llegarán a gozar de una paz provechosa, mantendrán relaciones de confianza recíproca y resolverán pacíficamente los conflictos que pudiesen surgir (…) Síguese entonces que no podrá existir ninguna paz verdadera, a saber, la tan deseada paz de Cristo, hasta tanto los hombres no sigan en la vida pública y privada con fidelidad las enseñanzas, los preceptos y los ejemplos de Cristo. Una vez así constituida ordenadamente la sociedad, pueda por fin la Iglesia, desempeñando su divina misión, hacer valer todos y cada uno de los derechos de Dios lo mismo sobre los individuos como sobre las sociedades. En esto consiste la breve fórmula: el reino de Cristo (…) De todo lo cual resulta claro que no hay paz de Cristo sin el reino de Cristo» (Ubi Arcano, Pío XI, 1922). Y también: «Si los hombres reconociesen la autoridad real de Cristo en su vida privada y en su vida pública, inmensos beneficios –una justa libertad, el orden y la tranquilidad- se propagarían infaliblemente sobre toda la sociedad» (Quas Primas, Pío XI, 1925).

9. Con ocasión de la ceremonia del lavatorio del Jueves Santo, celebrada en un centro de detención de menores de Roma, entre las personas que representaban a los doce apóstoles había mujeres y musulmanes, lo que infringe gravemente la tradición litúrgica, la que ha recurrido siempre a hombres bautizados, ya que las mujeres no son admitidas al sacerdocio cristiano ni los infieles a las ceremonias litúrgicas. A menos que se pretenda utilizar el culto divino como una oportunidad para promover el feminismo y buscar transformar la santa liturgia en un espacio consagrado al relativismo y al indiferentismo religioso. A menos que se procure convertir la Santa Misa en una vulgar representación de humanitarismo miserabilista y demagógico, a través de una indigna operación de comunicación destinada al sistema mediático planetario, siempre ávido del menor gesto «humanista» y «progresista» de Francisco… La Santa Cena del Señor no fue pues celebrada en la basílica de San Pedro, ni en la catedral de San Juan de Letrán, en presencia del clero y de los fieles romanos y de los peregrinos procedentes del mundo entero para asistir a las festividades de la Semana Santa, sino nada menos que en una cárcel, lugar por completo inconveniente para una acción litúrgica, en presencia de una mayoría de no católicos, en una ceremonia confidencial, inaccesible para los fieles… Y como por casualidad, ese gesto insólito de ruptura de la tradición litúrgica tuvo lugar el día en que la Iglesia celebraba solemnemente la institución de la Santa Eucaristía y del Sacerdocio por Nuestro Señor Jesucristo… Visitar a los prisioneros es ciertamente una acción muy laudable, puesto que es una obra de misericordia. En cambio, servirse de ella como pretexto para rebajar el culto divino celebrando la Misa in Cena Domini en una cárcel, sin clero ni feligreses, sin predicación sobre la institución de la Eucaristía y del sacerdocio cristiano por Nuestro Señor, invitando a participar a infieles en la ceremonia, dista mucho de ser una acción laudable: se trata, lisa y llanamente, de un sacrilegio. Fieles, casi no había. Fotos e imágenes para la televisión, sí. Y dieron la vuelta al mundo. Parece ser que la operación fue todo un éxito.

10. El 28 de agosto Francisco recibió en la basílica de San Pedro un grupo de 500 jóvenes peregrinos de la diócesis de Piacenza. Hacia el final, les pidió: «recen por mí, porque este trabajo es insalubre, no hace bien». La misión de pastor universal de las almas, de vicario de Nuestro Señor Jesucristo en la tierra para «apacentar a sus ovejas» (Jn. 21,17) y para «confirmar a sus hermanos en la Fe» (Lc. 22, 32) no constituye para él más que un trabajo, y para colmo, insalubre… Jamás se había escuchado a un papa expresarse en esos términos, en los que vulgaridad y ridículo concurren a una desacralización notoria del ministerio petrino.

11. Así como la primera misiva oficial de Francisco no había tenido por destinatarios a católicos, sino a los judíos de Roma, así también su primer viaje oficial tuvo por beneficiario a gente de otra religión, escogiendo un desplazamiento altamente simbólico y extremadamente mediático, con visos de manifiesto ideológico. En efecto, el 8 de julio acudió a Lampedusa, en memoria de los inmigrantes clandestinos musulmanes que se ahogaron tratando de alcanzar esa isla italiana desde África en el transcurso de los últimos quince años. Y eso en el mismo momento en que Europa, enteramente descristianizada, observa como el islam se vuelve de manera irresistible la religión preponderante, especialmente gracias a la inmigración masiva de musulmanes procedentes de África.

12. En el reportaje concedido a las revistas culturales jesuitas, efectuado por el Padre Antonio Spadaro s.j., director de LaCiviltà Cattolica, en el mes de agosto y publicado en L’Osservatore Romano del 21 de septiembre, Francisco expresó un punto de vista totalmente novador en lo que concierne la naturaleza de la virtud teologal de la Fe, aseverando que la duda y la incertidumbre deberían formar parte de ella, so pena de caer en la «arrogancia», de encontrar a un Dios que sería «a nuestra medida», de tener sobre Él una visión «estática y no evolutiva», de tender de un modo exagerado hacia la «seguridad doctrinal»… ¿Puede pretenderse honestamente que no se trataría, como de costumbre, sino de una enésima citación malintencionada, de carácter tendencioso y sacando sus palabras del contexto? He aquí las declaraciones incriminadas: «Por supuesto, en ese buscar y encontrar a Dios en todas las cosas, queda siempre una zona de incertidumbre. Debe existir. Si alguien dice que encontró a Dios con una certeza total y que no deja ningún margen de incertidumbre, significa que algo no funciona (…) El riesgo de buscar y de hallar a Dios en todo es entonces la voluntad de explicitar demasiado; de decir con certeza humana y arrogancia: ‘‘Dios está aquí’’. Así sólo encontraremos un Dios a nuestra medida (…) Quien hoy día no aspira sino a soluciones disciplinares, quien tiende de manera exagerada a la ‘‘seguridad’’ doctrinal, quien busca obstinadamente recuperar el pasado perdido, tiene una visión estática y no evolutiva. De este modo, la Fe se vuelve una ideología como cualquier otra». Francisco reiteró la misma idea en su Mensaje para la jornada de las comunicaciones sociales, presentado el 23 de enero, en el cual sostiene que «dialogar significa estar convencido que el otro tiene algo bueno para decirnos, hacerle un lugar a su punto de vista, a sus proposiciones. Dialogar no significa renunciar a sus propias ideas y tradiciones, pero sí a la pretensión de que sean únicas y absolutas». Se observará la contradictio in terminisflagrante de la última frase, y forzoso es comprobar que con tales principios se firma, ni más ni menos, la sentencia de muerte de la Fe, para naufragar en los abismos del subjetivismo y del relativismo modernistas más explícitos.

13. En su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (§ 247 a 249), publicada el 24 de noviembre, Francisco afirma que la Antigua Alianza «no ha sido nunca revocada», que no debe considerarse al judaísmo talmúdico actual, estructurado en oposición a Cristo y a la misión evangelizadora de la Iglesia, como a «una religión extranjera» ni decir que los judíos estén llamados a «convertirse al verdadero Dios», puesto que juntos creemos «en el único Dios que actúa en la historia» y «acogemos con ellos la común Palabra revelada». Pero desafortunadamente para Francisco, el cristiano verdadero bien sabe que sus enseñanzas son falsas y que ellas no pueden provenir sino del padre de la mentira, ya que aprendió que «quien niega al Hijo tampoco tiene al Padre; quien confiesa al Hijo, confiesa también al Padre.» (1 Jn. 2,22) y además que «todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios» (1 Jn. 4, 2-3). Francisco prosigue luego sus afirmaciones insensatas, en ruptura total con el magisterio y la tradición unánime de la Iglesia durante veinte siglos, diciendo que «Dios sigue obrando en el pueblo de la primera Alianza y hace nacer tesoros de sabiduría que brotan de su encuentro con la Palabra divina. Por eso, la Iglesia también se enriquece cuando acoge los valores del judaísmo (…) Existe una rica complementariedad que nos permite leer juntos los textos de la Biblia hebraica y ayudarnos recíprocamente para profundizar las riquezas de la Palabra». Perdón, pero la Palabra de Dios es idéntica al Verbo de Dios, a la segunda Persona de la Santísima Trinidad, que «se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn. 1, 14) y de la cual se dice igualmente que «vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron» (Jn. 1, 11): los «suyos» son los judíos, quienes, en su gran mayoría, rechazaron a Jesucristo, el Verbo encarnado, la Palabra de Dios hecha carne. Atreverse a sostener, contra la enseñanza explícita dela Sagrada Escritura, que «acogemos con ellos la común Palabra revelada» y que «tesoros de sabiduría nacen de su encuentro con la Palabra divina» supone o bien una ignorancia supina, o bien una mala fe diabólica. En cualquier caso, estamos ante un serio problema, si se me permite el eufemismo… Y confieso que no puedo dejar de interrogarme: ¿llegará acaso el momento en que se prohíba a los fieles rezar por la conversión de los judíos, por considerarlo como un acto de «intolerancia religiosa», «discriminatorio» y «antisemita»? ¿Veremos el día en el que se nos impondrá coactivamente la nueva teología conciliar a efectos de dejarnos así «enriquecer con los valores del judaísmo (habla del actual, falso, talmúdico y anti-cristiano)? ¿Seremos a término obligados a adoptar la exégesis judía para «leer juntos los textos bíblicos» y «profundizar las riquezas» contenidas en las Escrituras? ¿Hasta dónde nos conducirá la locura desatada porNostra Aetate? No hace falta ser profeta para predecir que si la lógica interna de ese documento revolucionario se desplegara hasta sus últimas consecuencias (y, a vista humana, resulta difícil vislumbrar otro desenlace…), se llegaría ineluctablemente a la apostasía generalizada y los fieles, debidamente aclimatados desde hace décadas por lobos despiadados disfrazados de ovejas a esa mutación radical de la Fe que es la impostura del ecumenismo «judeo-cristiano», se encontrarían preparados para acoger al «mesías» que espera la Sinagoga, y que no es otro que el Anticristo, como nos lo advierte claramente Nuestro Señor profetizando ante los judíos incrédulos de su época: «Yo he venido en nombre de mi Padre y vosotros ne me habéis recibido; otro vendrá en su propio nombre y vosotros lo recibiréis» (Jn. 5, 43). En estas proféticas palabras de Nuestro Señor se halla la clave interpretativa de los tiempos históricos en los que nos es dado vivir, junto a 2 Tesalonicenses 2 y Apocalipsis 13.

14. En una entrevista mantenida con el periodista ateo Eugenio Scalfari el 24 de septiembre en el Vaticano, publicada por el cotidiano izquierdista La Repubblica el 1 de octubre, Francisco realizó unas declaraciones pasmosas. Cabe precisar que esta entrevista fue publicada en el sitio oficial de la Santa Sede, lo que le confería un rango magisterial. Fue retirada al cabo de un mes y medio, a causa de las incesantes polémicas y de las numerosas protestas que había suscitado en ámbitos católicos conservadores. Pero la entrevista permanece considerada «confiable en líneas generales», asegura el Padre Federico Lombardi, el encargado de la sala de prensa de la Santa Sede. Además, el artículo fue íntegramente publicado por el cotidiano del Vaticano, L’Osservatore Romano, incluso en su versión semanal italiana del 8 de octubre. Sin esas polémicas y protestas, la entrevista aún se hallaría en el sitio oficial del Vaticano, entre los documentos oficiales del nuevo pontificado… Tras haber expuesto el contexto, leamos algunos pasajes: «Los males más graves que afligen al mundo hoy son el desempleo de los jóvenes y la soledad en la que son abandonados los ancianos». Frente a semejante sentencia, resulta imposible no interrogarse: ¿Más graves incluso que la legalización de la pornografía y del aborto, del divorcio y de la contracepción, del «matrimonio» homosexual y de la adopción «homoparental»? ¿Más graves todavía que la apostasía de las naciones antaño católicas, que la escuela sin Dios, que la «cultura» de masa hedonista y que la ignorancia religiosa casi absoluta de la juventud? A renglón seguido, al periodista que se imagina que Francisco podría intentar convertirlo, éste le responde tranquilizándolo en términos inverosímiles: «El proselitismo es soberanamente absurdo, no tiene ningún sentido. Hay que conocerse, escucharse mutuamente y aumentar el conocimiento del mundo que nos rodea (…) Creo que ya he dicho al comienzo que nuestro objetivo no es el proselitismo sino la escucha de las necesidades, de los deseos, de las ilusiones perdidas, de la desesperación y de la esperanza. Tenemos que devolverles la esperanza a los jóvenes, ayudar a los viejos, mirar al futuro, propagar el amor». Afirmaciones de este tenor podrían ser rubricadas sin vacilar por un masón, un «libre-pensador» o un filósofo «humanista»… No es por nada que Scalfari ha podido decir acerca de las declaraciones de Francisco que «nunca antes la cátedra de San Pedro había dado muestras de una apertura tan grande hacia la cultura moderna y laica, de una visión tan profunda en lo referido a la conciencia y a su autonomía». He aquí otra sentencia bergogliana: «Todo ser humano posee su propia visión del bien y del mal. Nuestra tarea reside en incitarlo a seguir el camino que el considere bueno (…) No dudo en repetirlo: cada uno tiene su propia concepción del bien y del mal, y cada uno debe escoger seguir el bien y combatir el mal según su propia idea». Esto no es sino puro naturalismo, relativismo moral e indiferentismo religioso. ¡Y pensar que nosotros creíamos, sin dudas algo ingenuamente, que la principal tarea de los clérigos consistía en anunciar a los hombres la salvación en Jesucristo! Pero retomemos la seriedad: salta a la vista de todo creyente medianamente instruido que la doctrina católica se sitúa en las antípodas de esas palabras inauditas y escandalosas en boca de quien ocupa la sede de San Pedro… Acá tenemos dos de las proposiciones solemnemente reprobadas por Pío IX en su Syllabus de 1864: «Las leyes de la moral no requieren la sanción divina y no es en absoluto necesario que las leyes humanas se conformen con el derecho natural o reciban de Dios el poder de obligar» (n° 56). «La ciencia de las cuestiones filosóficas y morales, así como las leyes civiles, pueden ser sustraídas a la autoridad divina y eclesiástica» (n° 57). Pasemos a continuación a la última salida de Francisco: «Yo creo en Dios. No en un Dios católico, porque no existe un Dios católico, existe Dios (…) Por mi parte, observo que Dios es luz que ilumina las tinieblas, incluso si no las disipa, y que una chispa de esta luz divina se encuentra dentro de cada uno de nosotros (…) (Pero) la trascendencia permanece, porque esta luz, toda la luz que se encuentra en todos, trasciende el universo y las especies que lo habitan durante esta fase». Francisco hace suya la posición teológica de su amigo y mentor, el cardenal jesuita Carlo Maria Martini, al que en dos oportunidades cita elogiosamente en su conversación con Scalfari, consignada en su último libro, editado en 2008, Conversaciones nocturnas en Jerusalén. Sobre el riesgo de la Fe, en el cual este eclesiástico progresista y francmasón, reconocido como tal por el Gran Oriente de Italia, afirmaba que «no se puede convertir a Dios en católico. Dios está más allá de los límites y de las definiciones que establecemos». Los dichos consternantes de Francisco eximen de mayor comentario: ellos corresponden más a una gnosis naturalista y panteísta a la Teilhard de Chardin (¡Otro jesuita más! San Ignacio de Loyola debe estar que se revuelve en su tumba…) que a lo que nos enseñan la revelación divina y el magisterio de la Iglesia sobre la naturaleza de Dios, la creación y el orden sobrenatural.

15. Durante una homilía pronunciada el viernes 20 de diciembre en la capilla de la Casa Santa Marta, en el Vaticano, Francisco dio a entender que la Santísima Virgen María experimentó sentimientos de rebeldía al pie de la Cruz, que fue tomada de improviso por la Pasión de su divino Hijo, que creyó que las promesas formuladas por el ángel Gabriel el día de la Anunciación no eran sino mentiras y que por ende había sido engañada. Cito sus palabras: «Ella estaba silenciosa, pero en su corazón, ¡cuántas cosas le decía al Señor! ¡Tú, aquel día, me dijiste que sería grande; me dijiste que le darías el trono de David, su padre, que reinaría para siempre y ahora lo veo aquí! ¡La Virgen era humana! Y tal vez tenía ganas de decir: ¡Mentiras! ¡Me han engañado!» Estas palabras son sencillamente escandalosas. La tradición nunca ha atribuido a María sentimientos de revuelta ante el sufrimiento. Su disposición permanente en toda circunstancia fue la que tuvo el día de la Anunciación: «He aquí la servidora del Señor, que me sea hecho según tu palabra» (Lc. 1, 38). La Iglesia venera a María como Reina de los Mártires, lo que no habría sido posible si no hubiese consentido a realizar el infinito sacrificio que Dios le pedía: hacer entrega de la vida de su divino Hijo con miras a la salvación de la humanidad caída, y del cual ella era plenamente consiente desde la profecía que le hiciera Simeón el día de la Presentación del Niño Jesús en el Templo: «Y a tí una espada te atravesará el alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones» (Lc. 2, 35). Como lo explica San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia, en su obra Las glorias de María: «Cuanto más amaba a Jesús, tanto más su sufrimiento se acrecentaba, al considerar que debía perderlo por una muerte tan cruel. Cuanto más se acercaba el tiempo de la Pasión de su Hijo, tanto más desgarraba su corazón de madre la espada de dolor predicha por Simeón.» (Segunda parte, Primer Dolor) Y también: «(…) María, quien por amor de nosotros consintió en verlo inmolado a la justicia divina por la barbarie de los hombres. Los espantosos tormentos que María padeció, tormentos que le significaron más de mil muertes (…) Contemplemos unos instantes la amargura de esta pena, que hizo de la divina Madre la Reina de los mártires, dado que su martirio sobrepasa el de todos los mártires (…) Como la Pasión de Jesús comenzó a su nacimiento, según San Bernardo, así María, semejante en todo a su divino Hijo, sufrió el martirio durante toda su vida» (Segunda parte, Discurso XI). Ningún signo de rebeldía ni de ignorancia en María, sino una completa sumisión a la voluntad divina y una total conciencia en su acto libre y voluntario de consentimiento en la inmolación de su divino Hijo por la salvación de los hombres. Así como Eva fue íntimamente asociada a la falta de Adán, así también María, la nueva Eva, fue asociada estrechamente al sacrificio redentor de Jesús, el nuevo Adán, sobre el altar de la Cruz. Esa es la doctrina tradicional de la Santa Iglesia de Dios, en conformidad con la revelación divina, en las antípodas de los dichos impíos y blasfematorios proferidos por quien ocupa la cátedra de San Pedro.


16. Francisco recibió a José Mujica, presidente del Uruguay, el sábado 1 de junio con motivo de una larga audiencia privada. Luego de ella declaró a la prensa sentirse «muy feliz de haber podido discutir con un hombre sabio». Este hombre «sabio» fue miembro de los Tupamaros, una de las principales organizaciones terroristas latino-americanas durante los años 60’/70’, cuya actividad criminal comenzó mucho antes del golpe de estado militar de 1973. Pasó 15 años en la cárcel, condenado por asesinato, secuestro y actos de terrorismo. Fue liberado en 1985, «amnistiado» por el gobierno de Julio Sanguinetti. Mujica se negó a asistir a la ceremonia de inauguración del nuevo pontificado, en razón de su ateísmo militante. Cabe precisar que su gobierno aprobó la ley autorizando el aborto en octubre de 2010, la del «matrimonio» homosexual y de la adopción «homo-parental» en abril de 2013 y la de la legalización del cultivo, la venta y el consumo de marihuana en diciembre de 2013. Que un hombre de Iglesia pueda recibir en audiencia pública a semejante individuo, dejarse fotografiar a su lado sonriente y dándole un abrazo, para luego hacer de él un elogio encendido a la prensa es algo que supera lo imaginable. Sobre todo considerando que ese «hombre de Iglesia» es ni más ni menos que quien a los ojos del mundo pasa por ser el sucesor de San Pedro…

17. Como consecuencia de todos esos gestos políticamente muy correctos y mediáticamente irresistibles, Francisco fue elegido «Hombre del año» por la edición italiana de la revista Vanity Fair. Otro tanto hizo la revista estadounidense Time tres días después, dedicándole la tapa con el título «El Papa del pueblo». Vanity Fair interroga a varias celebridades sobre el nuevo papa, todas fascinadas por su humildad y su carisma. Así, por ejemplo, el famoso cantor sodomita «Sir» Elton John declara que «Francisco es un milagro de humildad en una época dominada por la vanidad. Espero que sabrá hacer llegar su mensaje hasta las personas más marginadas en la sociedad, pienso por ejemplo en los homosexuales. Esta papa parece querer llevar a la Iglesia a los antiguos valores de Cristo, pero conduciéndola a la vez al siglo XXI». Otra «celebridad» de fama mundial, el modista pederasta alemán Karl Lagerfeld, dijo por su parte que a él «le gusta el nuevo papa, tiene un no sé qué de divino, con un gran sentido del humor», pero añade seguidamente que él no necesita «a la Iglesia» y que no cree «ni en el pecado ni en el infierno». Tiempo después, en diciembre, la revista Time lo eligió también «Hombre del año 2013», haciéndolo suceder en el preciado historial al militante pro-aborto y pro-«matrimonio gay» Barack Obama. En el mismo mes de diciembre, la célebre revista de la comunidad homosexual estadounidense, The Advocate, le otorgó igualmente el premio de «Persona del año 2013», explicando a sus lectores que las declaraciones de Francisco son «las más alentadoras que un pontífice haya pronunciado jamás con respecto a los gays y a las lesbianas» y que, gracias a él, «los católicos LGBT tienen ahora fundadas esperanzas de que el tiempo propicio al cambio haya llegado». A Francisco fue dedicada también la tapa de la famosísima revista pop estadounidense RollingStone del mes de febrero, bajo el título ‘Pope Francis: The times they are a-changin’ (Papa Francisco: Los tiempos están cambiando), que retoma el nombre de la legendaria canción contestataria de Bob Dylan de los años 60’ para aplicarlo a su acción durante su primer año de pontificado. TimeVanity FairThe AdvocateRolling Stone: estamos hablando de cuatro de las publicaciones emblemáticas de la cultura subversiva, libertaria y decadente que prevalece en el mundo occidental desde el final de la segunda guerra mundial. Las cuatro hacen de Francisco su «héroe» del «progreso», su ícono del «cambio», ven en él la encarnación de la apertura mental hacia la «modernidad» y las cuatro se deshacen en alabanzas ditirámbicas hacia su persona. De nada sirve negar la realidad, por difícil que sea mirarla de frente: esto es algo que no tiene precedentes en la historia de la Iglesia y que no puede sino turbar profundamente el alma de los fieles. En estos tiempos diabólicos en los que la confusión reina soberanamente en la inmensa mayoría de las almas, no debe perderse de vista que, en lo que atañe a nuestras relaciones con el mundo, el cual se halla «enteramente bajo el imperio del Maligno» (1 Jn. 5, 19), Nuestro Divino Maestro nos advirtió explícitamente: «Si el mundo os odia, sabed que me odió a mí antes que a vosotros. Si fuéseis del mundo, el mundo amaría lo que le pertenece; pero como no sois del mundo, porque Yo os saqué del mundo, el mundo os odia» (Jn. 15, 18-19).
Estoy descorazonado por verme en conciencia obligado a escribir esto. Entristecido en grado sumo. Anonadado, a decir verdad. ¡Cómo desearía que las cosas fuesen diferentes! Poder confiar y dejarme guiar. Me horroriza la oposición a la autoridad, la disputa, el conflicto: es una actitud ajena a mi naturaleza. Cada día imploro al Señor tenga a bien abreviar esta situación tan penosa, humanamente insoportable. A la espera de que Él se digne a intervenir, me resulta imposible guardar silencio. A pesar de que querría poder hacerlo. Más de lo que podría imaginarse. Pero sencillamente no puedo: me sentiría avergonzado de mí mismo. La hora es grave. La confusión reina. El mal es profundo. Callar es volverse cómplice. Lo que está en juego es vital: se trata, ni más ni menos, de lograr conservar la Fe. Y de seguir profesándola públicamente. En el interior de la Iglesia como fuera de ella. Ser testigos de la Verdad frente a nuestros contemporáneos, presa del error y de la mentira vueltos sistema. Institucionalizados. Hay que dar testimonio, «a tiempo y a destiempo», nos exhorta San Pablo (2 Tim. 4,2). Como saben, testigo, en griego, se dice mártir. Esa es nuestra situación. En sentido literal, quizás aun no en nuestros países, pero en el figurado muy a menudo, y en todas partes. Los saludo fraternalmente en el Señor. Quiera El alumbrar nuestro camino terrestre con su claridad divina y guiar nuestros pasos hacia la gloria de su Reino venidero. Maranatha: «¡Ven, Señor Jesús!» (Ap. 22,20)

Terminado el dos de febrero de 2014, en la solemnidad de la Presentación del Niño Jesús en el Templo y de la Purificación de la Santísima Virgen María.


Alejandro Sosa Laprida


TOMADO DE:  STAT VERITAS

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