domingo, 30 de noviembre de 2014

La mediocrizante generación posmoderna





Empecemos por el adjetivo, mediocrizante es un neologismo en español, que seguramente no he inventado yo pero que me viene de maravillas para explicar lo que quiero decir. Y hay veces que no lo podemos explicar hasta que no encontramos la expresión adecuada.

Mediocrizante, sin embargo, existe en portugués como el participio activo del verbo mediocrizar, algunos lo incorporan como un lema distinto en el diccionario portugués y hacen de él un adjetivo independiente de la mera conjugación del verbo. Como sea, el Aurélio, hasta donde sé el diccionario más autorizado de la lengua portuguesa en Brasil, dice que mediocrizar significa “Tornar(-se) medíocre; vulgarizar(-se)”. No hace falta traducción, nos da las dos opciones en su forma pronominal, donde la opción recae sobre el sujeto, y en su forma transitiva activa donde la acción recae sobre otra cosa.

La forma transitiva es la que me interesa ahora, prescindiendo en este momento de que a la postre tendrá deletéreos efectos también sobre el sujeto, en su forma pronominal.

Tomándolo, entonces, en el tránsito de la acción al mundo el mediocrizar es volver mediocre algo, y como bien dice el Aurélio, vulgarizarlo. Mediocre viene por su parte del la unión latina entre medio, de obvio significado y ocris, que significa montaña escarpada. En otras palabras el que se queda a la mitad de algo difícil, algo que lo supera.

Con todo hay una diferencia enorme entre ser mediocre y ser mediocrizante. El primero subió un poco de la escarpada colina y se quedó cómodo en el primer llano. El segundo se ufana en proclamar la tierra plana. No hay picos, ni montañas escarpadas, no hay nada que deba estimarse fuera de mi limitada capacidad de otorgar valor a las cosas. Las cosas valen o dejan de valer en relación a mí.

El mediocre elige no seguir subiendo la montaña pero no la ultraja quitándole valía. El mediocrizante se siente amenazado por las alturas, por todo lo distinto de sí, por tanto necesita reducir a una igualdad cambalachezca todo lo que tiene la pretensión de crecer, de ser mejor. Para el mediocrizante eso es soberbia, es querer ser tenido por superior, por más alto.

Nuestra generación posmoderna no solo es mediocre, que en nuestros tiempos los había y no pocos, es mediocrizante, persigue activamente, al menos desde el discurso y a veces no solo, al que pretende despegarse de la brea aglutinante del criterio endógeno de que lo que vale, vale en tanto que tiene alguna relación conmigo, si no da igual. Es la generación Soda Estéreo, nada personal, es curiosamente  y gélidamente fría para todo aquello que no sea estrictamente personal. El individualismo de dar valor únicamente a lo que alimenta mi densidad yoica hace que en realidad muy pero muy pocas cosas le importen. En última instancia, llevando sus principios hasta las últimas consecuencias, un yo creado, una libertad creada es nada si se pone a sí misma como parámetro absoluto del real. Y no solo es nada, nadifica y se vuelve activamente nadificante. El encuentro con lo que tenemos en común es siempre de a dos, es siempre apertura a la alteridad, es siempre hambre infinita de algo distinto de sí.

En definitiva no solo no son capaces de adherir a lo bueno y excelente cuando lo ven sino que, muy por el contrario, se sienten ofendidos porque alguien ha osado descollar, por tanto hay que combatirlo con la más poderosa y nadificante de las armas: la indiferencia.

TOMADO DE: Terapiaonline

jueves, 27 de noviembre de 2014

Ideología moderna de la ciencia


 La tendencia a desterrar lo maravilloso, la visión mágica del mundo, habría comenzado en el cristianismo europeo, principalmente entre algunas sectas protestantes, si seguimos a Charles Taylor. Sólo progresivamente este programa de desencantamiento fue identificándose con la filosofía secular, con el racionalismo, o con el escepticismo moderno inventado por Diderot, radicalmente distinto al escepticismo antiguo, o al de Montaigne.

Carl Sagan fue uno de los abanderados de esta mentalidad y el autor de una gran frase: “Es mucho mejor comprender el mundo como realmente es, que persistir en una ilusión, por gratificante que sea”.

Seguramente Sagan estaba pensando en hacer frente a las ilusiones religiosas, pero su afirmación naturalista también sirve para dar réplica a las ilusiones de la familia secular.

De que las filosofías seculares se resisten al desencantamiento, a pesar de todo, dan testimonio las obras de los propios activistas de la razón. Richard Dawkins habla de la “magia de la realidad”. Sam Harris propone una “espiritualidad sin religión”. Por no mencionar la infame secuela de la serie Cosmos, ahora presentada por Neil de Grasse Tyson, en donde el místico panteísta Giordano Bruno se vuelve a presentar como mártir de la ciencia en posesión de una verdad maravillosa.


 Lo que tienen en común estas nuevas filosofías seculares es la necesidad de imprimir un sentido “mágico” al cosmos y a la ciencia capaz de describirlo. Sistemáticamente, se nos presenta la “realidad” como algo “mágico”, “elevado” y poético. El propio Sagan plasmó esta necesidad al final de su novela Contacto, cuando llamaba a los poetas para describir las maravillas del cosmos.

La otra característica dominante de la ideología moderna de la ciencia, junto con esta imagen maravillosa, aunque secular, del cosmos, es la divulgación científica.

La divulgación científica es un concepto totalmente extraño para la ciencia antigua, medieval e incluso del renacimiento. La idea de que es posible literalmente “vulgarizar” el conocimiento es característicamente moderna. No surge antes de hacerlo la “opinión pública”, la alfabetización masiva y las primeras revistas científicas.

Las instituciones científicas de todos modos continúan basándose, como el resto de los logros occidentales, en una férrea jerarquía, creatividad, inteligencia, disciplina y elevadas dosis de testosterona, pero la idea de una ciencia de élite resulta vergonzosa en la era de la divulgación. Es la razón por la que hoy es ofensivo recordar el carácter aristocrático de la ciencia (o de la filosofía), en cierto modo masculino y, desde luego, europeo. Es la razón por la que se invierten recursos masivos, con escasos resultados, para recortar las “brechas de género”, por la que se impone el relativismo cultural en las ciencias humanas, por la que la ciencia se convierte en “noticia” y por la que aumentan las demandas de invertir más en agitación y propaganda (“entendimiento público” de la ciencia) y en educación igualitaria de masas.

Para los divulgadores, la ciencia ha de ser obligatoriamente divertida, igualitaria, democrática e incluso “sexy”. El cosmos no debe ser oscuro.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Un argentino comunista fue a Cuba y se curó

Con permiso de Héctor W. Navarro publico aquí un mensaje que escribió en Yahoo, que es un testimonio sobre Cuba de inmenso valor, porque es un argentino, fue comunista y viajó a Cuba creyendo que ahí se construía el verdadero socialismo.
PIA (Derecha_Autentica@gruposyahoo.com.ar)



Yo fui afiliado del Partido Comunista Argentino. Luego fui uno de los fundadores del Partido Comunista Revolucionario. Fui Secretario General del Centro de Estudiantes de mi Facultad de Derecho. Cuando murió el Che me llevaron preso por haber colocado su imagen en la Facultad. Si bien ya no tenia ilusión alguna, por el contrario, sobre lo que era el estalinismo, creí que en Cuba se estaba haciendo el verdadero socialismo, un socialismo con rostro humano.
En 1998 viaje a Cuba para cubrir la visita del Papa para un canal de televisión argentino. Estuve un mes y medio. Pensaba unir trabajo con vacaciones. Luego de la primera semana inicial en que me deslumbraron las playas de arenas coralinas, las aguas verdiazuladas y la maravilla de La Habana vieja y su gente empecé a ver cosas preocupantes que me hicieron una especie de "click" mental, un llamado de atención.
Te cuento: Pequeñas cosas. Cuando les pedí a un grupo de músicos que tocaban en la playa de Santa María que tocaran esa canción dedicada al Che ("y tu querida presencia, Cmdte. Che Guevara") y les dije que yo era rosarino como el Che creí que los halagaría. Por el contrario pusieron "cara de c...." como decimos los argentinos.La tocaron porque yo era el que pagaba (diez dólares por veinte minutos de música) Como los del partido se creyeron que yo era alguien importante en la Argentina (lo que no es así, por supuesto) por aparecer en la televisión me prepararon encuentros con artistas cubanos. En uno con los artistas jubilados les conté lo mal que estaban las viudas de los jubilados (las pensionadas) que solamente cobraban U$A 150 por mes y que todos los miércoles le hacían una cacerolada a Menem por esa causa. Yo creí que los jubilados cubanos se horrorizarían pero me miraban como fascinados y con cara de piedra al mismo tiempo. ¡Me da vergüenza! A los pocos días supe la causa: los jubilados cubanos cobran tres dólares y medio por mes.
Y salvo los pocos y malos artículos de la cartilla de racionamiento todo se debe comprar en dólares. Y muy caro. Me horrorice cuando supe que el litro de aceite costaba 2,30 U$A en Cuba. En Argentina costaba entre 70 y 80 centavos de dólar el litro ( época de MENEM).
Me indigno ver que en los pueblos del interior, donde no van los turistas, hay negocios donde se paga todo en dólares. Son negocios donde el gobierno recauda los dólares que los exiliados de Miami les envían a sus familiares en Cuba para que no mueran de hambre.
Es actualmente la mayor fuente de divisas de Cuba y tiene una enorme ventaja ante el hecho de que la economía cubana es esencialmente inexistente: no requiere de contraprestación alguna porque son donaciones. A diferencia del turismo donde al turista hay que darle algo a cambio de su dinero.¿Igualdad? Para nada. Los turistas y los jerarcas del partido tienen lo mejor: sanatorios lujosos viajes al exterior, las mansiones expropiadas. El pueblo simplemente tiene hambre: Los niños a partir de los siete años no tienen derecho a tomar leche. La carne de vaca se reserva para los turistas.
Y si un cubano mata una vaca tiene una condena peor que si matara a un hombre. ¡Aunque sea suya y la haya criado! Es obligatorio registrar los nacimientos de vacunos en un registro más estricto que el de la gente. Resultado: Una gran epidemia de ceguera causada por el beriberi, al que el gobierno cubano llamo "neuropatía óptica" porque le daba vergüenza tener esa enfermedad del extremo subdesarrollo. El beriberi es causado por falta de las vitaminas liposolubles, que se encuentran en la grasa de la carne. Ocurre que los cubanos debieron transformarse en vegetarianos a la fuerza.
Recorriendo Cuba te das cuenta de que las estadísticas de salud que propagandiza el gobierno son falsas. La gente anda flaca, con las ropas que les bailan. No ves un solo gordo en Cuba. En Cuba no seria posible armar como en Brasil una comparsa de esas hermosas negras de Bahía, bien gordas y vestidas de blanco. Los negros, en especial, son los que se mueren de hambre en Cuba.
Pero tal vez lo que más me conmovió en Cuba (y me abrió los ojos) es ver la amargura de la gente, la falta
de esperanzas. Me decían que ni siquiera con la muerte de Fidel había esperanzas, porque me decían que el sucesor, Raúl, es peor que Fidel. ¿No te llama la atención estas monarquías socialistas, donde el hijo sucede al padre, como en Corea del Norte, o los hermanos entre sí como en Cuba? ¿No te dice nada eso? Donde estala "democracia popular" si ya sabemos que Raúl sucederá Fidel en el trono? Te podría escribir horas, Nahuel, sobre las situaciones de espanto que me contaron los cubanos. Y las que yo mismo vi. Solamente algo muy significativo: En el mes y medio que estuve nadie me señalo nada positivo.
Y hable con centenares de personas. Los que hablamos español tenemos ese privilegio, poder hablar con la gente si uno visita Cuba. Pero si lo haces se te arruinarán las vacaciones, tal es la amargura que se destila. Sin embargo yo estoy muy contento de haberlo hecho. Me podía haber muerto creyendo en el socialismo como forma económica y política. Ahora ya nadie me puede hacer el cuento. Ya he visto que en Cuba es la misma mi...... que ha sido en Rusia y toda Europa Oriental. Y haberlo comprobado fue la experiencia humana más importante de mi vida.
Saludos

HECTOR W. NAVARRO

    Créditos: Garrincha

viernes, 21 de noviembre de 2014

Catolicismo y Principios

Con motivo de la aprobación de la ley del divorcio vincular en Chile, el autor reflexiona acerca de la acomodaticia postura de quienes, diciéndose católicoS, apoyaron esa ley. Estos, a diferencia de los antiguos "grandes sinvergüenzas", acomodaron sus principios a las circunstancias.


CATOLICISMO Y DIVORCIO VINCULAR

RAÚL MADRID RAMÍREZ

EN HUMANITAS NRO.10


Ha transcurrido ya algún tiempo desde que se aprobara en la Cámara de Diputados el proyecto de ley que busca crear el divorcio vincular en Chile. La presentación de una iniciativa como ésta no debiera tomar a nadie de sorpresa, supuesto el debate sobre el tema que hemos presenciado en el último tiempo; lo que realmente ha movido a extrañeza y despertado la curiosidad general, son las circunstancias de que (a) dicho proyecto haya sido presentado por diputados que confiesan abrazar la fe católica, y (b), que haya sido votado favorablemente por otros que efectúan la misma confesión.

El transcurso del tiempo es, en cierta forma, benéfico a la hora de abordar materias o cuestiones que, por su naturaleza o circunstancia, despiertan pasiones en la opinión pública. El ánimo se serena, y se pueden enfrentar los argumentos -propios y ajenos- de un modo menos visceral y más razonado. En esta perspectiva, un retorno de la mirada supone un conjunto de beneficios para la dilucidación de cuestiones debatidas, todos los cuales provienen de la quietud, privilegio del tiempo. Sin embargo, el regresar la mirada puede tener más de una dimensión. Hay un regresar físico, de los ojos, cuyo gesto da a la intención una corporeidad de símbolo. Hay más en este movimiento: el ojo que regresa penetra la apariencia, puede escapar al palmoteo alborotado de las imágenes. En este sentido, el retorno se abre con vocación reflexiva, nos pone en el camino de una mirada sin fisuras, al otro lado del espejo del ruido. Como consecuencia de esta característica, a través del retorno se produce una reconciliación del entendimiento con el fondo sereno de las cosas; el lente se va ajustando, perdiendo los pequeños desenfoques de la primera imagen.

Más allá de la razonabilidad “circunstancial” que un católico puede aducir para contrariar con escándalo el Magisterio de la Iglesia cuya fe dice profesar, creo que una segunda mirada sobre este particular nos ofrece al menos un par de incoherencias que me gustaría enfocar aquí no tanto desde los argumentos directos que el Magisterio ofrece contra el divorcio -que ya se han desarrollado suficientemente ante la opinión pública-, sino más bien desde el espíritu mismo, desde la impronta vital de la fe que compartimos con quienes han presentado el proyecto en referencia. A esto dedicaré los párrafos que siguen.

Primero. El divorcio vincular, como su nombre lo indica, constituye separación, rotura del vínculo natural en que se basa el sacramento para fundar la unión sobrenatural de los cónyuges ante Dios; sin embargo, el ethos del catolicismo es exactamente el opuesto: la unidad antes que la diferencia, la reunión antes que la diversificación. No es trivial que el matrimonio sea un sacramento que tenga base y fundación en la realidad natural del hombre: ello más bien indica que la unidad en la naturaleza es requisito para la unidad en la Gracia. Éste parece ser el espíritu que se plasma en la prohibición moral de terminar definitivamente con la unión conyugal.

Más todavía: Dios, fiel a su amor por el hombre, le da su Ley para restablecer la armonía originaria del Creador con todo lo creado[1], que había sido rota por el pecado original. De esta manera, el pecado se erige esencialmente como un acto de separación; ése es su sentido teológico más profundo. Desde esta perspectiva, cualquier acto de divorcio -tomado este concepto en toda la extensión de su generalidad- es contrario al espíritu de la Iglesia de Cristo, y la Ley divina, señalada tanto en la naturaleza del hombre como en el Dogma[2], insta al pueblo de Dios a la unidad, ya sea que ésta se dé en la identidad o en la armonía. Allí están, como fundamento de lo dicho, la unidad de Dios mismo, en el misterio de la diferencia trinitaria; la unidad del hombre con Dios y con su prójimo a través de los mandamientos, herramientas de este re-unirse; la creación entera, armoniosa, en el bien común universal, reflejo del bien del Cuerpo Místico; y la unidad natural de los cónyuges, que abre las puertas a la reunión de esa una caro en el seno de la Iglesia, que es, por su parte, una, santa y católica.

Segundo. La armonía (unidad) supone siempre un orden de los factores que la realizan. Como consecuencia, es posible afirmar que un aspecto de ese ethos católico cuaja en la ordenación de una cosa a otra; no en la simple disposición arbitraria o circunstancial del mundo. El criterio de esa ordenación tampoco es arbitrario: el hombre se ordena a Dios, primero en cuanto existente, y después en sus acciones, las cuales no pueden contradecir lo que el hombre es: no pueden ir contra su naturaleza. Para todos los católicos, por lo tanto, la cultura (lo accidental, lo circunstancial) se ordena a la naturaleza (lo substancial, lo general), y no de modo inverso[3].


Este criterio, sin embargo, ha ido variando en la conciencia subjetiva de la sociedad occidental. Es decir, en relación con el concepto de pecado o, si se quiere, más en general, de transgresión a una norma moral o jurídica, es posible advertir una significativa diferencia entre lo que podríamos llamar “el hombre antiguo” -que es un producto de la visión católica del mundo-, medieval e incluso renacentista, y “el hombre moderno”, que se viene gestando como un alud desde la duda cartesiana. Esta diferencia de actitud ante las cosas morales consiste, desde mi punto de vista, en la siguiente: para el hombre pre-ilustrado el pecado (es decir, la transgresión) existía como un mal porque reconocía la existencia de una ley, de un mandato racional destinado a lograr la propia perfección (caso de la ley moral), o destinado a obtener el bien común (caso de la norma jurídica), cuyo incumplimiento era objetivamente malo y nocivo, tanto para él mismo como para la sociedad. Ese mandato, esos principios, eran una cuestión independiente de su voluntad, algo que no podía modificar bajo el puro peso del arbitrio, porque versaban sobre cuestiones incardinadas en la más estricta racionalidad; cuestión esta última que se producía cuando el pensamiento y la acción se inclinaban, en señal de saludo y respeto, ante la realidad. Es decir: estos hombres se arrepentían de la falta cometida -cualquiera que ella fuese- porque reconocían la autoridad de la ley, y reconocían esta autoridad porque aceptaban la naturaleza de las cosas como superior e independiente de su voluntad. La esencia, por lo tanto, de los antiguos pecadores, estaba cruzada por el signo de la debilidad, no de la convicción. O si se quiere: por la convicción de que había un bien y un mal que no eran moldeables en el yunque de la veleidad circunstancial, lo que -como consecuencia- pulverizaba la ocasión de que la falta se convirtiera en norma, en proposición ética que pudiera sustentarse, defenderse, argumentarse, para hacer de ella una máxima con valor universal. Sólo tenía, en este sentido, valor de “ley” -física, moral o jurídica- aquella que asentaba en los fueros de una íntima coherencia entre realidad y pensamiento, entre el ser de las cosas y el modo en que los individuos y las sociedades lo entendían, sin concesiones al arbitrio, ni a la voluptuosidad del deseo en estado puro. El mundo antiguo era un mundo en el que existía la verdad; y porque existía la verdad, también existía el error. El pecador de antaño se sentía un hombre sumido en el error, y, aunque la debilidad y flaqueza le llevara a caer una y otra vez, ansiaba la verdad, sabía dónde estaba. De este modo, aún su obscuridad era, en cierta forma, luminosa.

Por ello, parece acertado el elogio de los “grandes sinvergüenzas” del pasado[4], como por ejemplo Lope de Vega, el más enamoradizo de los escritores del Siglo de Oro, quien -como otros muchos- abandonó sus principios por, a modo de ejemplo, una mujer hermosa, mas dejando esos principios donde estaban, y a los cuales siempre podía volver, porque seguían estando donde los había guardado. Esto, como es obvio, no supone una apología de la falta, sino un elogio de la entereza moral que se requiere para, a pesar de pecar, reconocer la intrínseca maldad del acto, y no justificarlo mediante elaborados artilugios intelectuales. A ninguno de ellos, por lo tanto, se les podría aplicar la contundente frase del Cardenal Newman: “llegan a negar los santos mandamientos, porque los han transgredido; “suavizan” la perversidad del pecado, porque ellos han pecado”[5].

La presentación de una ley de divorcio vincular por un católico es, en mi opinión, un acto modélico de la actitud contraria a la de estos “sinvergüenzas”: puesto que los principios que sostienen (en este caso, los naturales y también “católicos” del matrimonio indisoluble) no se adecuan a la conciencia subjetiva de uno o de muchos, han de borrase los principios, ha de justificarse el error, convirtiéndolo en proposición universal y obligatoria, eliminando con ello el derecho de los propios católicos a contraer un vínculo con carácter permanente. Es bien cierto que la supresión de los principios lleva consigo la supresión de las lealtades, y que la infidelidad, como dice el Santo de Aquino, “nace de la soberbia, por la cual el hombre no somete el entendimiento a las reglas de la fe y a las enseñanzas de los Padres”[6].

Hay que decir también que esta actitud impide el arrepentimiento, elimina de un golpe el regreso (ya no le queda nada a lo que regresar), cierra la posibilidad a un retorno de la mirada en un sentido mucho más profundo pero análogo- que aquel que señalábamos al comienzo. Y con ello se niega también la pretensión de autenticidad que se cobijaba en el volver los ojos al principio quebrantado, en el reconciliarse con el orden que se había abandonado. El camino de la Iglesia Católica es, por el contrario, arrepentimiento, autenticidad y reconciliación, porque está presidido por la coherencia en los principios, que no se trasladan ni se mueven -a pesar de la debilidad de todos nosotros-.

Me sentiría muy contento si los distinguidos parlamentarios que comparten la fe de la Iglesia se detuvieran a considerar estos razonamientos, puestos por escrito con la mejor de las intenciones.


[1] Carta Encíclica Veritatis splendor, n. 10.
[2] Se puede decir, en este sentido, que la ley natural es signo de esa armonía que Dios tiene destinada a sus criaturas.
[3] Véase por ejemplo, el Discurso del Papa Juan Pablo II ante las Naciones Unidas el 5 de octubre de 1995, n.3.
[4] Cf. Choza, J. “Lo divertido no es lo contrario de lo serio, sino de lo aburrido”, en Nuestro Tiempo, n. 229-30 (julio-agosto de 1973), pp. 83-7. Véase también : La supresión del pudor y otros ensayos.
[5] Sermón del Dom, VII de Pentecostés.
[6] Suma Teológica, II-II, q.10, a.1.


miércoles, 19 de noviembre de 2014

Un curioso caso de "abolición" del celibato sacerdotal

Como bien dice el Blog The Wanderer, en el tema del celibato, dos cuestiones deben ser atentamente consideradas: "Una es que carece de fundamento su incidencia en el número de vocaciones (iglesias cristianas occidentales que no tienen la exigencia del celibato están en peores condiciones en materia vocacional; en esto va la fe, la caridad y el testimonio de los pastores). La otra es que, llamativamente, las campañas más fuertes por la abolición del celibato provienen de sectores ajenos a la Iglesia y hasta de enemigos de ella: lo que hace pensar que su propósito abolicionista no está en función de favorecerla, de ayudarle a su crecimiento, sino de quitarle una fortaleza suya". Precisamente, en relación a esta última cuestión, viene al caso recordar el siguiente hecho histórico, el cual muestra lo interesadas que están  (y los esfuerzos que son capaces de hacer) las fuerzas anti católicas, con miras a acabar con el celibato. 


 Cuando León XIII abolió el celibato


Después de los sacudones que los procesos de la Independencia trajeron en Hispanoamérica, en los que participaron varios sacerdotes no sólo poniendo letra y espíritu, sino también mano de obra y de obra armada, la Iglesia se encontró en una situación muy especial. Los fieles y los clérigos mantenían rémoras de las divisiones políticas que las diferentes opciones (realistas vs. Patriotas) dejaron. Pero, lo más grave, era que la organización eclesiástica estaba muy resentida. Por escasez de clero y por falta de comunicación con Roma. Los embates de la Ilustración no hacían mella en los sectores más humildes y tampoco del todo en los sectores dirigentes de la sociedad. De este modo la religiosidad, sobre todo en sus formas más sencillas tenía continuidad. El problema más serio era la escasez y la indisciplina difundida en sectores del clero. Un punto destacado era la inobservancia del celibato. En Europa había movimientos de sacerdotes que lo cuestionaban y solicitaban su abrogación. La Santa Sede se mantuvo firme, así el papa Gregorio XVI en la encíclica Mirari vos de 1832 (n. 7) y su sucesor Pio IX en Qui pluribus de 1846 (n.14). Ambos cerraban toda posibilidad de cambio en esta materia. Pero en Hispanoamérica había algo distinto: era voz común que existía una dispensa del celibato para los clérigos seculares del Alto Perú desde tiempos de la evangelización española. Otras versiones extendían esta excepción a todo el Virreinato del Perú, e incluso de Méjico para abajo. Nadie mostraba el documento, pero muchas tradiciones decían haberlo visto; se lo mencionaba en relatos escritos que consignaban la tradición oral. Bajo este paraguas se cobijaban algunas asentadas prácticas de clérigos abarraganados, con total aceptación de los fieles y tolerancia de los pocos obispos existentes. Era una costumbre aceptada, discutida y amparada por el legendario rescrito nunca encontrado. Las crónicas relatan el argumento de la costumbre centenaria y de su posible respaldo legal, que no había sido objeto de una formal y puntual abrogación por las encíclicas supra mencionadas. Que éstas tomaban en cuenta situaciones europeas y no habían mencionado estas tierras.
Cuando ya se organizaron los nuevos países y se fue normalizando la relación con la Santa Sede, el papa León XIII tuvo la decisión de convocar en Roma un Concilio Plenario Latinoamericano en 1899. Con la doble finalidad de unir a los nuevos países que venían de una misma raíz mestiza y católica, y de fortalecer los vínculos con la Sede Apostólica (lo que se llamó la romanización). Fue un gesto histórico pues unificó al episcopado hispanoamericano (con los brasileños no hubo un efecto inmediato). El papa dispuso compilar las normas de Pio IX y del mismo Leon XIII, adaptándolas a Latinoamérica; puso el acento en mejorar el clero (especialmente su formación y su disciplina), crear diócesis y parroquias y organizar a los laicos. Esto fue el antecedente del CELAM y también ayudó a pensar en un Código de Derecho Canónico con normas universales, pero que tuvieran en cuenta las diversidades de la Iglesia.
Respecto a nuestra América estos pasos entrañaban darle a la Iglesia una nueva fuerza y cohesión, especialmente en el marco de la lucha cultural con el laicismo, en los conflictos sobre la educación y sobre la configuración de las nuevas instituciones.
En este contexto explotó una bomba inesperada. Apareció publicada una encíclica de León XIII, fechada el 10.07.1899, un día después de clausurado el Concilio Plenario Latinoamericano. Según su texto a partir del 1 de enero de 1900 quedaba abolido el celibato para toda América Latina. Aun los sacerdotes ya ordenados podían optar por contraer matrimonio. Las razones del documento pontificio corrían por reconocer que el celibato no es de institución divina, que no es un don dado a todos y que afecta seriamente la escasez de sacerdotes para América Latina. El texto se publicó ampliamente en los periódicos de todo el continente.
Esto causó zozobra en los obispos, que ya habían regresado a sus diócesis. Ellos habían planteado la cuestión del celibato y la leyenda del rescripto. La respuesta romana había sido que en los archivos hay constancia de relatos de la existencia de la leyenda, pero tomada como tal: una leyenda. Respecto a la conducta a seguir se les había indicado ocuparse más de la formación del nuevo clero, se decidió la creación del Pio Colegio Latinoamericano en Roma, y acompañar paternalmente a los sacerdotes de sus diócesis para que vayan regularizando sus situaciones según la disciplina vigente.
Llovieron las consultas a Roma sobre la inesperada encíclica leoniana. La respuesta fue una rotunda negativa respecto a su existencia. Investigaciones posteriores descubrieron que fue un falso pergeñado por una logia masónica de Valparaíso y orquestada su difusión en toda América por la red de periódicos ligados a la masonería.
El texto de la falsa encíclica guarda las formas, el lenguaje y el estilo de esos documentos, salvo algunos aspectos que - para un entendido- encienden la sospecha.
Ya antes, se había realizado una maniobra semejante en los Estados Unidos. Se publicó una falsa encíclica también de León XIII disponiendo que el 31 de julio de 1893 (fiesta de S. Ignacio de Loyola) se procediera a la aniquilación por la fuerza de los herejes en territorio estadounidense. Se descubrió que su autoría perteneció a una American Protective Asociation, también de filiación masónica.
Amigos míos: HISTORIA MAGISTRA VITAE.

Dall'ombra der Cuppolone
Corresponsal en el Palacio Apostólico

Para los interesados en el tema, les dejo aquí un artículo científico sobre este hecho histórico.

TOMADO DE: The Wanderer

Sobre la pena de muerte y el magisterio de la Iglesia

 Pena de muerte y magisterio hodierno


La expresión "hermenéutica de la continuidad" corre el riesgo de transformarse en una suerte de conjuro mágico: es la solución inmediata para cualquier problema, que impide cualquier reflexión crítica sobre las novedades doctrinales de la Iglesia en el período postconciliar. Pero también puede significar otra cosa: un programa de investigación que, recurriendo a la más rigurosa hermenéutica teológica, procure establecer si hay continuidad homogénea entre algunas novedades magisteriales y la doctrina precedente.
Además de los teólogos profesionales también los laicos pueden realizar una "hermenéutica de la continuidad", con resultados de diversa calidad. Un buen ejemplo es el aporte de Luis María Sandoval sobre la pena capital.
La Iglesia considera intrínsecamente buena y lícita la pena de muerte, siempre que se cumplan ciertas condiciones esenciales, y esa legitimidad moral, en línea de principio, es una enseñanza definitiva, que no puede cambiar. Al mismo tiempo, la oportunidad de la pena capital es una cuestión prudencial, de índole político-jurídica, dejada a la libre discusión, sin perjuicio de los habituales pedidos de clemencia de las autoridades eclesiásticas. Sin embargo, en las últimas décadas, a partir de un pasaje de Evangelium vitae, luego introducido en el Catecismo, se han multiplicado las hermenéuticas de la ruptura en esta materia. Aunque el pasaje sólo introduce una pauta restrictiva de tipo prudencial, que admite por su naturaleza tantas excepciones como cambiantes pudieran ser las circunstancias, la argumentación con la que se lo intenta fundar es bastante endeble.
En el artículo que enlazamos aquí, Luis María Sandoval, interpreta el pasaje problemático de Evangelium vitae armonizando una novedad (de orden prudencial) con el magisterio precedente de tipo doctrinal (licitud intrínseca, que está fuera de duda). Sin perjuicio del resultado hermenéutico sustancialmente continuista, Sandoval no ahorra críticas hacia las deficiencias de los argumentos y de la formulación de los textos.
Reproducimos a continuación la parte más importante del artículo citado. La bastardilla nos pertenece.
— A la pena de muerte, caso particular entre las penas, se le dedica ahora el párrafo 2267 completo, separadamente y no dentro de la misma frase que reconocía el justo fundamento de la aplicación de penas en general. Se observa que la licitud de principio de la pena capital no se mengua, sino que se acepta con la clásica forma negativa: "La enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye el recurso a la pena de muerte". Sí se hacen explícitas ahora dos cautelas exigidas por su irreparabilidad humana: que en el reo coincidan la identificación cierta y la plena responsabilidad. Y se impone un tono netamente restrictivo. La anterior redacción ya contemplaba la preferencia por los medios incruentos en cuanto éstos bastaran.
Pero además, se percibe que tanto en dicho pasaje, como al aludir antes a la legítima defensa por ministerio de la autoridad se hace sólo referencia a la responsabilidad por las vidas y su protección, omitiéndose ahora la referencia al bien común y el orden público. Lo cual podría plantear problemas en determinadas circunstancias: ya fueran los delitos militares frente al enemigo, ya fuera la proclamación del estado de guerra contra los saqueadores con ocasión de catástrofes. En estas referencias circunscritas a las vidas abunda la restricción con que concluye la admisión del recurso a la pena de muerte "si éste fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas".
Finalmente, en sintonía con las manifestaciones del Papa Juan Pablo II, se ha incluido este tercer párrafo: "Hoy, en efecto, como consecuencia de las posibilidades que tiene el Estado para reprimir eficazmente el crimen, haciendo inofensivo a aquel que lo ha cometido sin quitarle definitivamente la posibilidad de redimirse, los casos en que sea absolutamente necesario suprimir al reo «suceden muy rara vez, si es que ya en realidad se dan algunos»".
Es evidente, en efecto, que si por deseo del Papa fuera, la pena de muerte no figuraría en el Catecismo como admisible. Pero él no es el dueño de la doctrina, sino su guardián. Toda la novedad de las correcciones viene a residir en dicho tercer párrafo, el cual no deja de suscitar problemas: todo el argumento se apoya en ese "hoy" (nostris diebus) inicial; no en un argumento moral permanente, sino en una constatación de hecho, que además no es tan evidente ni tan universal.
Obedece, más bien, a una influencia del espíritu del siglo. El fundamento de una enseñanza en el "hoy" dentro del Catecismo es más bien inusitado. Y cabe preguntarse si ese "hoy" ha despuntado en algún momento entre 1992 y 1997, o se retrotrae a la primera publicación del Catecismo de la Iglesia Católica. "Hoy" no deja de ser vago.
Igualmente, cabe preguntarse si se reconoce como pasajero. Todo "hoy", igual que ha tenido aurora, conocerá antes o después su ocaso. Como la historia humana no obedece a un progreso moral indefinido, no cabe la ilusión de que haya de brillar para siempre y cada vez más.
Peor aún: la idea de que la pena de muerte quita definitivamente al reo la posibilidad de redimirse es muy desafortunada. En ella resulta evidente la influencia del abolicionismo inspirado por este siglo materialista, para el cual la pena de muerte es irreparable y absoluta por no considerar el Juicio Divino, ni de otra Vida que la corporal. Igualmente, la expiación concebida sólo en el orden terreno sí requiere tiempo para acumular obras reparadoras, pero, como explica el Catecismo precisamente en el número anterior, el valor expiatorio de la pena procede de la disposición interior, de su aceptación voluntaria y no de otra cosa. No hay en todo este tercer párrafo una enseñanza de principio y universalmente válida, sino un solemne llamamiento del Papa a los fieles a que sus sociedades no ejerciten la facultad —que subsiste como lícita— de recurrir a la imposición de penas de muerte...".

TOMADO DE: InfoCaótica

viernes, 14 de noviembre de 2014

¿Es siempre pecado desear el mal o aun la muerte a alguien? NO

A raíz de un lamentable artículo de Roberto Bosca, y de un vídeo del mismo autor, el blog InfoCaótica publica un muy buen artículo sobre el "odio bueno". Aclaramos que -en relación con lo mencionado al final del artículo-, no obstante considerar que el Pontificado del papa Francisco es ciertamente lamentable, no le deseamos la muerte.


El «odio bueno»


Roberto Bosca ha decidido llevar sus reflexiones sobre Francisco a la TV. Y en este video afirma que «hay personas que quieren que este Papa se vaya o incluso se muera cuanto antes»; y que tal cosa es algo que nunca le hubiera gustado leer. Suponemos que ello es así porque a su juicio el desear la muerte del Pontífice sería manifestación de un odio contrario a la caridad. Si tal es la premisa de Bosca, habría que compartir el diagnóstico de Escrivá: la piedad sin doctrina puede decaer fácilmente en sensiblería y pietismo vacío.
Las consideraciones generales que hacemos a continuación se pueden encontrar en manuales serios y en la Summa de Santo Tomás. Por razones de espacio y claridad, vamos a seguir a Royo Marín (Teología de la caridadTeología moral para seglares).
1. El odio al prójimo.
Debemos amar al prójimo con amor de caridad. Por lo que toda forma de odio parece contraria al precepto de Cristo. Sin embargo, es necesario distinguir:
Odio de enemistad, llamado también de malevolencia, es el que desea algún mal a una persona en cuanto prójimo, o se alegra de sus males, o se entristece por sus bienes. Es el desearle mal, en cuanto es mal para él, y se opone directamente a la caridad y constituye, por lo mismo, un grave desorden moral.
Odio de abominación, llamado también odio de cualidad, consiste en aborrecer al prójimo, no en sí mismo, sino en sus obras (malas) y esto no es pecado. «La razón es porque odiar lo que de suyo es odiable no es ningún pecado, sino del todo obligatorio cuando se odia según el recto orden de la razón y con el modo y finalidad debida. Sin embargo, hay que estar muy alerta para no pasar del odio de legítima abominación de lo malo al odio de enemistad hacia la persona culpable, lo cual jamás es lícito aunque se trate de un gran pecador, ya que está a tiempo todavía de arrepentirse y salvarse. Solamente los demonios y condenados del infierno se han hecho definitivamente indignos de todo acto de caridad en cualquiera de sus manifestaciones» (Royo Marín).
Parafraseando a Escrivá, así como hay un «anticlericalismo bueno» (rechazo del clericalismo como vicio, pero no del clero, ni del estado clerical) hay un «odio bueno», que es conforme a la virtud de la caridad. Con palabras de San Agustín: «Este es el odio perfecto, que ni aborrezcas a los hombres por sus vicios, ni ames a los vicios por respeto de los hombres».
2. Amor y odio al prójimo.
El amor al prójimo e incluso a los enemigos nos obliga a deponer todo odio de enemistad y todo deseo de venganza. Los pecadores han de ser amados como hombres capaces todavía de eterna bienaventuranza; pero de ninguna manera en cuanto pecadores. La caridad no nos permite excluir absolutamente a ningún ser humano que viva todavía en este mundo, por muy perverso y satánico que sea. Mientras la muerte no les fije definitivamente en el mal, desvinculándoles para siempre de los lazos de la caridad –que tiene por fundamento la participación en la futura bienaventuranza–,  hay que amar sinceramente, con verdadero amor de caridad, a los criminales, ladrones, adúlteros, ateos, masones, perseguidores de la Iglesia, etc. No precisamente en cuanto tales –lo que sería inicuo y perverso– pero sí en cuanto hombres, capaces todavía, por el arrepentimiento y la expiación de sus pecados, de la bienaventuranza eterna del cielo. La exclusión positiva y consciente de un solo ser humano capaz todavía de la bienaventuranza destruiría por completo la caridad (pecado mortal), ya que su universalidad constituye precisamente una de sus notas esenciales. Amar no significa sentir mucha ternura, pues el verdadero amor reside esencialmente en la voluntad. Querer bien a alguien, es querer seriamente para esa persona todo cuanto según la recta razón y la fe es bueno: la gracia de Dios y la salvación del alma primeramente, y después, todo cuanto no desvíe de este fin.
Las sabias y célebres palabras de San Agustín que decía: Hay que odiar el error y amar a los que yerran, suelen frecuentemente interpretarse como si el pecado estuviese en el pecador a la manera de un libro en un estante. Se puede detestar el libro sin tener la menor restricción contra el estante, pues, aun cuando una cosa esté dentro de la otra, le es totalmente extrínseca. Sin embargo, la realidad es otra. El error está en el que yerra como la ferocidad está en la fiera. Una persona atacada por un oso, no puede defenderse dando un tiro en la ferocidad evitando herir al oso y aceptándole, al mismo tiempo, recibir un abrazo con los brazos abiertos. Santo Tomás, sobre esto, se explaya con claridad meridiana. El odio debe incidir no sólo sobre el pecado considerado en abstracto sino también sobre la persona del pecador. Sin embargo, no debe recaer sobre toda esa persona: no lo hará sobre su naturaleza, que es buena, las cualidades que eventualmente tenga, y recaerá sobre sus defectos, por ejemplo su lujuria, su impiedad o su falsedad. Pero, insistimos, no sobre la lujuria, la impiedad o la falsedad en tesis, sino sobre el pecador en cuanto persona lujuriosa, impía o falsa. Por eso el profeta David dice de los inicuos: los odié con odio perfecto (Ps. 138, 22). Pues, por la misma razón se debe odiar lo que en alguien haya de mal y amar lo que haya de bien. Por lo tanto, concluye Santo Tomás, este odio perfecto pertenece a la caridad. No se trata de un odio hecho apenas de irascibilidad superficial. Es un odio ordenado, racional y, por tanto, virtuoso. Así es que, odiar recta y virtuosamente es un acto de caridad. Claramente se ve que odiar la iniquidad de los malos es lo mismo que odiar a los malos en cuanto son inicuos. Odiar a los malos en cuanto malos, odiarlos porque son malos, en la medida de la gravedad del mal que hacen, y durante todo el tiempo en que perseveren en el mal. Así, cuanto mayor el pecado, tanto mayor el odio de los justos. En este sentido, debemos odiar principalmente a los que pecan contra la fe, a los que blasfeman contra Dios, a los que arrastran a los otros al pecado, pues los odia particularmente la justicia de Dios.
3. Desear al prójimo un el mal físico bajo razón de bien moral.
Los moralistas se preguntan, con Santo Tomás, si es lícito desear al prójimo un mal físico como la enfermedad o la muerte, bajo razón de bien moral, como expresión del odio de abominación. Y la respuesta es afirmativa: «No hay pecado alguno en desearle al prójimo algún mal físico, pero bajo la razón de bien moral (v.gr., una enfermedad para que se arrepienta de su mala vida). Tampoco lo sería alegrarse de la muerte del prójimo que sembraba errores o herejías, perseguía a la Iglesia, etc., con tal que este gozo no redunde en odio hacia la persona misma que causaba aquel mal» (Royo Marín).
Por tanto, es lícito desear al prójimo «algún mal físico o temporal bajo el aspecto de un bien mayor, como sería, por ejemplo, una enfermedad o adversidad para que se convierta, la corrección de un escándalo (v.gr., por el encarcelamiento o destierro del que lo produce) o el bien común de la sociedad (v.gr., la muerte de un escritor impío o de un perseguidor de la Iglesia para que no siga haciendo daño a los demás)» (Royo Marín).  
4. Desear la muerte del prójimo bajo razón de bien moral.
La muerte es un mal físico, no un pecado. En sí misma considerada, es la separación del alma de su cuerpo. Al desear la muerte del prójimo en cuanto mal físico, queriendo siempre su salvación, se realiza el odio de abominación que puede ser acto de caridad
Al desear la muerte del pecador que daña al bien común, de la comunidad política o de la Iglesia, incluso pidiendo a Dios que esta ocurra pronto, se desea un mal físico (muerte) bajo razón de bien moral (bien común). Y no hay en ello ningún pecado sino más bien ejercicio de la caridad social.
Las reflexiones precedentes valen para los pontífices calamitosos en general y para el papa Francisco en particular. Y aunque lo dicho pudiera chocar al entusiamo papolátrico de Bosca & c., lo cierto es que el propio Papa lo ha reconocido al declarar: «que me maten es lo mejor que me puede pasar». En efecto, para Francisco, la muerte podría significar la gracia del martirio, con la que Dios redimió a un antipapa como San Hipólito; y para la Iglesia, podría ser un modo providencial de poner fin a un pontificado lamentable. Nuestra humilde sugerencia a Bosca: menos sensiblería y más reciedumbre informada por la genuina caridad.

TOMADO DE: InfoCaótica

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Insólito encuentro en el Vaticano: Encuentro de “movimientos populares”

EL COMUNISMO, ¿AMIGO DE LOS POBRES?

Julio Loredo de Izcue

No es raro oír decir, aquí y allá, que el comunismo ha sido “una idea buena, mal aplicada”. A despecho de sus experiencias concretas —todas ellas terminadas puntualmente en catástrofes—, en el Encuentro de “movimientos populares” organizado del 28 al 30 octubre por el Pontificio Consejo Justicia y Paz en el Vaticano, con la presencia del Papa Francisco y de más de cien representantes de movimientos a menudo ligados a la extrema izquierda, ha resurgido la tesis según la cual el comunismo contendría un “núcleo positivo” que se trataría de recuperar: habría sido un “amigo de los pobres”.
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Jacques Maritain, el ideólogo del viraje a la izquierda de la Acción Católica.
Además de ser doctrinariamente discutible, esa tesis es históricamente falsa. En el campo católico fue enunciada por Jacques Maritain, el ideólogo del viraje a la izquierda de la Acción Católica, quien la aplicó indistintamente al socialismo como al comunismo: “El socialismo ha sido en el siglo XIX una protesta de la conciencia humana y de sus instintos más generosos contra males que clamaban al cielo. (…) El socialismo ha amado a los pobres [1]. Esta visión lírica, Maritain la extendía al comunismo soviético: “Por primera vez en la historia, escribía recientemente Maximo Gorki a propósito del comunismo soviético, el verdadero amor del hombre es organizado como una fuerza creadora y se coloca como objetivo la emancipación de miles de trabajadores. Nosotros creemos en la profunda sinceridad de las palabras de Gorki” [2].
Era también la tesis del uruguayo Alberto Methol Ferré, mentor filosófico de una generación entera de eclesiásticos latinoamericanos de línea “populista”. Según Methol, el mal del marxismo reside apenas en su ateísmo: “La Iglesia rechazaba el marxismo esencialmente por lo que contenía de ateísmo”. El sistema de Karl Marx, en cambio, tendría un elemento válido: “Lo que es más válido en el marxismo era la crítica al capitalismo” [3].
Este elemento “válido” induce al filósofo uruguayo a defender aspectos de la autodenominada Teología de la Liberación, de origen marxista: “La teología de la liberación puede ser también leída como una tentativa de asumir lo mejor del marxismo. (…) Esta teología ha prestado un inestimable servicio repensando la política en función del bien común, y por tanto en relación estrecha con la opción preferencial por los pobres y la justicia”  [4].
Asombra ver personajes del mundo católico que exaltan un sistema definido por el Magisterio de la Iglesia como “detestable secta” [5]“secta abominable” [6], sistema “intrínsecamente perverso” [7]“vergüenza de nuestro tiempo” [8], fruto de un “error fundamental” [9]. Un sistema con el cual, en las palabras de Pío XI, “no se puede admitir la colaboración en ningún campo”. De hecho, por decreto del Santo Oficio de 1949 cualquier colaboración con el comunismo llevaba a la excomunión latae sententiae.
Como ya dijimos, la tesis de un comunismo “amigo de los pobres” es un error como postulado y una falacia en los hechos. Lejos de ser un amigo, el comunismo es el peor enemigo de los pobres. Dondequiera que haya sido aplicado —en todas sus combinaciones, variantes y declinaciones— la consecuencia ha sido siempre un aumento vertiginoso de la pobreza y de los males sociales. La izquierda no hace tanto una opción preferencial por los pobres cuanto por la pobreza misma. Tenía razón el periodista Indro Montanelli cuando decía: “La izquierda ama tanto a los pobres que siempre que sube al poder aumenta su número”...

Del viejo comunismo al nuevo populismo, un mismo núcleo revolucionario

El comunismo truculento y degollador subsiste hoy apenas en algunos puntos dispersos, como Corea del Norte y Cuba, mientras que la izquierda, especialmente en América Latina, se proclama más bien “populista”. Tal populismo, no obstante, conserva el núcleo revolucionario del viejo comunismo: una visión igualitaria y socialista, hostil a la propiedad privada y a la libre iniciativa.
Dado que, no obstante su nombre, el populismo no viene nunca del pueblo, sino de élites revolucionarias, siempre es impuesto con medidas de fuerza, desmintiendo su pretendido carácter democrático. Y además, una vez implantado ha demostrado ser el peor enemigo del pueblo.
El fracaso del socialismo en la Cuba castrista —para quedarnos en el continente del Papa Francisco— es tal que el salario medio aún hoy es de apenas US$ 21,00 mensuales, de lejos el más bajo de América Latina, e“insuficiente para satisfacer las necesidades más elementales de la población”, como tuvo que reconocerlo el propio presidente Raúl Castro. Datos recientemente publicados por el economista Raúl Sandoval, de la Universidad de La Habana, muestran que el 70% de las casas en Cuba están en estado de deterioro [10].
Otro ejemplo es Venezuela. País rico en recursos petrolíferos, floreciente hasta haber sido comparado en los años setenta a una “Florida sudamericana”, está hoy reducido por el socialismo chavista a la “situación económica de un país en guerra” [11], en que lo trágico roza con lo ridículo. Recientemente, dada la crónica carencia de champú en las tiendas, el “Ministro para el Ecosocialismo” (sic), Ricardo Molina ha sugerido a sus conciudadanos que no se laven el cabello, como forma de “sacrificio revolucionario” [12].
Otro ejemplo es el Ecuador, que aunque rico en recursos petrolíferos, fue sin embargo obligado en el año 2008 a declarar default (cesación de pagos) sobre su deuda externa, y con ello ya no logra más encontrar líneas de crédito internacionales. En 2013, China debió volar en su ayuda, adquiriendo toda su producción de petróleo [13].
Hay también el ejemplo de la Argentina de la peronista Cristina Kirchner, igualmente forzada a declarar —por segunda vez en pocos años— default de la deuda externa. Según estudios independientes, la pobreza ahora ha alcanzado al 36,5% de la población argentina, obligando al Indec (Instituto Nacional de Estatística y Censos) a falsear las cifras para no desplomarse a niveles del cuarto mundo [14].
Sin embargo —¡oh misterio!— son precisamente estos sistemas fallidos los que a fines de octubre fueron defendidos por los militantes de los “movimientos populares” reunidos en el Vaticano, bajo la égida del Papa Francisco. Desde el líder cocalero boliviano Evo Morales a los anarquistas militantes del “Centro Social Leoncavallo” —famosos por sus agresiones físicas a figuras políticas conservadoras—, la izquierda antagonista se ha dado cita en San Pedro. Predominaron los movimientos latinoamericanos. Los trabajos, incluidas las intervenciones del Pontífice, fueron en español, como también la Declaración final. Un blog comunista cubano se refirió al evento como la “Asamblea mundial de los pobres en lucha”.
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Sesión del Encuentro Internacional de Movimientos Populares, organizado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz y realizado en el Vaticano.

¿Opción por los pobres, o por la pobreza?

Un protagonista del encuentro fue João Pedro Stédile, líder del Movimiento de los sin tierra (MST) brasilero, de orientación marxista y subversiva. Precisamente el lema del MST, “Ningún campesino sin tierra”, fue trascrito en la conclusión de la Declaración final. Por medio de acciones frecuentemente violentas, el MST defiende una “reforma agraria” socialista y confiscatoria, es decir, la expropiación de las propiedades rurales para distribuir la tierra a los campesinos, agrupados en “asentamientos”inspirados en los kolkhozes soviéticos.
Pero sucede que el propio presidente del INCRA (Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria), Francisco Graziano Neto, ha declarado: “La reforma agraria se configura como el peor fracaso de la política pública de nuestro País [15]. La mayor parte de los “asentamientos” se han transformado en verdaderes “favelas rurales” improductivas, como lo ha admitido recientemente el ministro Gilberto Carvalho [16]. No obstante —¡siempre el misterio!—, precisamente estas favelas son propuestas por el MST como solución “populista” al problema de la tierra.
Para quien acompaña de cerca la realidad latinoamericana, los resultados del Encuentro mundial de los “movimientos populares” acogido en el Vaticano suscitan perplejidad y aprensión. Muchos de los movimientos que han participado de él pertenecen a la extrema izquierda. Un eventual aval eclesiástico a éstos correría serio riesgo de ser interpretado como un sostén político a dicha izquierda, con resultados catastróficos para aquel mismo pueblo que se querría defender. ¿Es ésta la intención?
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Evo Morales, hasta una tribuna católica es válida si se trata de servir a la ideología comuno-indigenista.
Se oye también decir que, en el contexto de la grave crisis económica que venimos atravesando, después de años de “neoliberalismo”, un populismo renovado sería capaz de inspirar una nueva conciencia social que coloque a los pobres en el centro de las atenciones. Una tal conciencia sería legítima, y hasta digna de apoyo. El problema es si tal populismo sería capaz de ello. Un análisis atento demuestra, en este caso, cómo dicha izquierda no está tanto a favor de los pobres sino de la misma pobreza, obstinándose en proponer sistemas socioeconómicos que históricamente se revelaron fallidos y gravemente nocivos para las clases más desfavorecidas — precisamente aquellas a las que se pretende ayudar.
Así, tomando prestada la expresión irónica del teólogo jesuita Horacio Bojorge, podemos decir que este populismo no es otra cosa que un “salvavidas de plomo” para los pobres. O sea, un fraude más, en la larga cadena de fraudes que jalonan el nefasto itinerario de la izquierda mundial.
[1Jacques MARITAIN, Umanesimo integrale, Borla, Roma 2009, p. 132.
[2Ibid., pp. 132-133.
[3Alberto METHOL FERRE, Alver METALLI, Il Papa e il Filosofo, Cantagalli, Siena, 2014, pp. 49-50.
[4Ibid., pp. 112, 114.
[5León XIII, Encíclica Quod apostolici muneris, del 28 de diciembre de 1878.
[6Ibid.
[7Pío XI, Encíclica Divini Redemptoris, del 19 de marzo de1937.
[8CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE (Joseph Ratzinger, Prefecto), Instrucción Libertatis Nuntius, del 6-08-1984.
[9Juan Pablo II, Encíclica Centesimus annus, del 1 de mayo de 1991.
[10Cfr. Raúl A. SANDOVAL GONZÁLEZ, La pobreza en Cuba, site progreso-semanal.com, 28-03-2012.
[11“Infobae América”, 2-03-2013.
[12Un ministro venezolano recomienda no lavarse el pelo si escasea el champú, “ABC”, 31-10-2014.
[13La bandiera cinese piantata sull’Ecuador. Il gigante asiatico compra tutto il greggio, “Corriere della Sera”, 30-09-2013.
[14Francisco JUEGUEN, Segun ex-técnicos del INDEC, la pobreza es del 36,5%, “La Nacion”, 12-04-2014.
[15Francisco GRAZIANO NETO, Reforma Agraria de qualidade, “O Estado de S. Paulo”, 17-04-2012.
[16Fernando ODILA, Política agrária federal criou ‘favelas rurais’, diz ministro, “Folha de S. Paulo”, 9-2-2013.