Dios no permite que se burlen de Él impunemente. Y al parecer, en esta oportunidad, ha hecho justicia sin necesidad de que se manchen las manos de los justos, sirviéndose de los herejes para castigar a los blasfemos.
HUBIERA SIDO LOABLE
Las picas clavadas por el enemigo en los sesos del pontífice: ecumenismo, tolerancia, libertad de prensa... |
Hubiera sido loable levantar la Cruz a una contra el laicismo iluminista de Occidente y contra las ululantes y arenosas huestes del Falso Profeta, ambos enemigos irreductibles del nombre cristiano. En su lugar, la Santa Sede se apresuró a calificar de «abominable» el atentado, tanto por atacar a las personas que resultaron sus víctimas como por vulnerar la libertad de prensa. A estas tabarras siempre tributarias del Zeitgeist se les sumaron las infaltables definiciones de los cagatintas, aquellos que mercan haciéndole el coro al apocamiento oficial: «desde la óptica cristiana la violencia es siempre inaceptable, y el asesinato un crimen diabólico. Sólo Dios es dueño de la vida y de la muerte. Matar en nombre de Dios nunca es lícito, sino que es una blasfemia contra el mismo Dios, que es Amor». Toda la osadía de estos escribas, en muy mal trance aplicada, consiste en recordar que «la fe Católica, a diferencia del Islam, enseña el perdón a los que nos ofenden».
Cualquier sazón será inoportuna para explicar a tales psitácidos que la vis irascibilis (violencia), obviamente rectificada por la razón, bien puede aplicarse a una causa noble. Que el suponer siempre ilícito el matar en nombre de Dios (y que hacerlo constituya nada menos que una blasfemia) podrá ser, en todo caso, el tópico elegido por las plañideras de ocasión, pero que éste resulta contradicho por toda la doctrina católica, admirablemente ejemplificada en este punto por aquel apotegma de san Bernardo orientado a la justificación moral de la pena capital contra los herejes contumaces que atentaban contra la unidad de la fe: melius est ut pereat unum quam unitas. Y que el perdón de las ofensas se refiere a las dirigidas contra la propia persona, no contra las tres Personas divinas.
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