Carta Encíclica Quas Primas, de S. S. Pío XI, sobre la Fiesta de Cristo Rey:
"(...)Lo que al comenzar nuestro pontificado escribíamos sobre el gran menoscabo que padecen la autoridad y el poder legítimos, no es menos oportuno y necesario en los presentes tiempos, a saber: «Desterrados Dios y Jesucristo —lamentábamos— de las leyes y de la gobernación de los pueblos, y derivada la autoridad, no de Dios, sino de los hombres, ha sucedido que... hasta los mismos fundamentos de autoridad han quedado arrancados, una vez suprimida la causa principal de que unos tengan el derecho de mandar y otros la obligación de obedecer. De lo cual no ha podido menos de seguirse una violenta conmoción de toda la humana sociedad privada de todo apoyo y fundamento sólido».
17. En cambio, si los hombres,
pública y privadamente, reconocen la regia potestad de Cristo, necesariamente
vendrán a toda la sociedad civil increíbles beneficios, como justa libertad,
tranquilidad y disciplina, paz y concordia. La regia dignidad de Nuestro Señor,
así como hace sacra en cierto modo la autoridad humana de los jefes y gobernantes
del Estado, así también ennoblece los deberes y la obediencia de los súbditos.
Por eso el apóstol San Pablo, aunque ordenó a las casadas y a los siervos que
reverenciasen a Cristo en la persona de sus maridos y señores, mas también les
advirtió que no obedeciesen a éstos como a simples hombres, sino sólo como a
representantes de Cristo, porque es indigno de hombres redimidos por Cristo
servir a otros hombres: Rescatados habéis sido a gran costa; no queráis
haceros siervos de los hombres.
18. Y si los príncipes y los
gobernantes legítimamente elegidos se persuaden de que ellos mandan, más que
por derecho propio por mandato y en representación del Rey divino, a nadie se
le ocultará cuán santa y sabiamente habrán de usar de su autoridad y cuán gran
cuenta deberán tener, al dar las leyes y exigir su cumplimiento, con el bien
común y con la dignidad humana de sus inferiores. De aquí se seguirá, sin duda,
el florecimiento estable de la tranquilidad y del orden, suprimida toda causa
de sedición; pues aunque el ciudadano vea en el gobernante o en las demás
autoridades públicas a hombres de naturaleza igual a la suya y aun indignos y
vituperables por cualquier cosa, no por eso rehusará obedecerles cuando en
ellos contemple la imagen y la autoridad de Jesucristo, Dios y hombre
verdadero.
19. En lo que se refiere a la
concordia y a la paz, es evidente que, cuanto más vasto es el reino y con mayor
amplitud abraza al género humano, tanto más se arraiga en la conciencia de los
hombres el vínculo de fraternidad que los une. Esta convicción, así como aleja
y disipa los conflictos frecuentes, así también endulza y disminuye sus
amarguras. Y si el reino de Cristo abrazase de hecho a todos los hombres, como
los abraza de derecho, ¿por qué no habríamos de esperar aquella paz que el Rey
pacífico trajo a la tierra, aquel Rey que vino para reconciliar todas
las cosas; que no vino a que le sirviesen, sino a servir; que siendo
el Señor de todos, se hizo a sí mismo ejemplo de humildad y
estableció como ley principal esta virtud, unida con el mandato de la caridad;
que, finalmente dijo: Mi yugo es suave y mi carga es ligera.
¡Oh, qué felicidad podríamos
gozar si los individuos, las familias y las sociedades se dejaran gobernar por
Cristo! Entonces verdaderamente —diremos con las mismas palabras
de nuestro predecesor León XIII dirigió hace veinticinco años a todos los
obispos del orbe católico—, entonces se podrán curar tantas heridas,
todo derecho recobrará su vigor antiguo, volverán los bienes de la paz, caerán
de las manos las espadas y las armas, cuando todos acepten de buena voluntad el
imperio de Cristo, cuando le obedezcan, cuando toda lengua proclame que Nuestro
Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre(33).
III. LA FIESTA DE JESUCRISTO REY
20. Ahora bien: para que estos
inapreciables provechos se recojan más abundantes y vivan estables en la
sociedad cristiana, necesario es que se propague lo más posible el conocimiento
de la regia dignidad de nuestro Salvador, para lo cual nada será más dtcaz que
instituir la festividad propia y peculiar de Cristo Rey.
Las fiestas de la Iglesia
Porque para instruir al pueblo en
las cosas de la fe y atraerle por medio de ellas a los íntimos goces del
espíritu, mucho más eficacia tienen las fiestas anuales de los sagrados
misterios que cualesquiera enseñanzas, por autorizadas que sean, del
eclesiástico magisterio.
Estas
sólo son conocidas, las más veces, por unos pocos fieles, más instruidos que
los demás; aquéllas impresionan e instruyen a todos los fieles; éstas —digámoslo
así— hablan
una sola vez (...)"
"(...)21. Por otra parte, los documentos
históricos demuestran que estas festividades fueron instituidas una tras otra
en el transcurso de los siglos, conforme lo iban pidiendo la necesidad y
utilidad del pueblo cristiano, esto es, cuando hacía falta robustecerlo contra
un peligro común, o defenderlo contra los insidiosos errores de la herejía, o
animarlo y encenderlo con mayor frecuencia para que conociese y venerase con
mayor devoción algún misterio de la fe, o algún beneficio de la divina bondad.
Así, desde los primeros siglos del cristianismo, cuando los fieles eran
acerbísimamente perseguidos, empezó la liturgia a conmemorar a los mártires
para que, como dice San Agustín, las festividades de los mártires
fuesen otras tantas exhortaciones al martirio(34). Más tarde, los honores
litúrgicos concedidos a los santos confesores, vírgenes y viudas sirvieron
maravillosamente para reavivar en los fieles el amor a las virtudes, tan
necesario aun en tiempos pacíficos. Sobre todo, las festividades instituidas en
honor a la Santísima Virgen contribuyeron, sin duda, a que el pueblo cristiano
no sólo enfervorizase su culto a la Madre de Dios, su poderosísima protectora,
sino también a que se encendiese en más fuerte amor hacia la Madre celestial
que el Redentor le había legado como herencia. Además, entre los beneficios que
produce el público y legítimo culto de la Virgen y de los Santos, no debe ser
pasado en silencio el que la Iglesia haya podido en todo tiempo rechazar
victoriosamente la peste de los errores y herejías.
22. En este punto debemos admirar
los designios de la divina Providencia, la cual, así como suele sacar bien del
mal, así también permitió que se enfriase a veces la fe y piedad de los fieles,
o que amenazasen a la verdad católica falsas doctrinas, aunque al cabo volvió
ella a resplandecer con nuevo fulgor, y volvieron los fieles, despertados de su
letargo, a enfervorizarse en la virtud y en la santidad. Asimismo, las
festividades incluidas en el año litúrgico durante los tiempos modernos han
tenido también el mismo origen y han producido idénticos frutos. Así, cuando se
entibió la reverencia y culto al Santísimo Sacramento, entonces se instituyó la
fiesta del Corpus Christi, y se mandó celebrarla de tal modo que la
solemnidad y magnificencia litúrgicas durasen por toda la octava, para atraer a
los fieles a que veneraran públicamente al Señor. Así también, la festividad
del Sacratísimo Corazón de Jesús fue instituida cuando las almas, debilitadas y
abatidas por la triste y helada severidad de los jansenistas, habíanse enfriado
y alejado del amor de Dios y de la confianza de su eterna salvación.
Contra el moderno laicismo
23. Y si ahora mandamos que
Cristo Rey sea honrado por todos los católicos del mundo, con ello proveeremos
también a las necesidades de los tiempos presentes, y pondremos un remedio
eficacísimo a la peste que hoy inficiona a la humana sociedad. Juzgamos peste
de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y
abominables intentos; y vosotros sabéis, venerables hermanos, que tal impiedad
no maduró en un solo día, sino que se incubaba desde mucho antes en las
entrañas de la sociedad. Se comenzó por negar el imperío de Cristo sobre todas
las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo
Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los
pueblos para conducirlos a la eterna felicidad. Después, poco a poco, la
religión cristiana fue igualada con las demás religiones falsas y rebajada
indecorosamente al nivel de éstas. Se la sometió luego al poder civil y a la
arbitraria permisión de los gobernantes y magistrados. Y se avanzó más: hubo
algunos de éstos que imaginaron sustituir la religión de Cristo con cierta
religión natural, con ciertos sentimientos puramente humanos. No faltaron
Estados que creyeron poder pasarse sin Dios, y pusieron su religión en la
impiedad y en el desprecio de Dios (...)"
"La fiesta de Cristo Rey
25. Nos anima, sin embargo, la
dulce esperanza de que la fiesta anual de Cristo Rey, que se celebrará en
seguida, impulse felizmente a la sociedad a volverse a nuestro amadísimo
Salvador. Preparar y acelerar esta vuelta con la acción y con la obra sería
ciertamente deber de los católicos; pero muchos de ellos parece que no tienen
en la llamada convivencia social ni el puesto ni la autoridad que es indigno
les falten a los que llevan delante de sí la antorcha de la verdad. Estas
desventajas quizá procedan de la apatía y timidez de los buenos, que se
abstienen de luchar o resisten débilmente; con lo cual es fuerza que los
adversarios de la Iglesia cobren mayor temeridad y audacia. Pero si los fieles
todos comprenden que deben militar con infatigable esfuerzo bajo la bandera de
Cristo Rey, entonces, inflamándose en el fuego del apostolado, se dedicarán a
llevar a Dios de nuevo los rebeldes e ignorantes, y trabajarán animosos por
mantener incólumes los derechos del Señor.
Además, para condenar y reparar
de alguna manera esta pública apostasía, producida, con tanto daño de la
sociedad, por el laicismo, ¿no parece que debe ayudar grandemente la
celebración anual de la fiesta de Cristo Rey entre todas las gentes? En verdad:
cuanto más se oprime con indigno silencio el nombre suavísimo de nuestro
Redentor, en las reuniones internacionales y en los Parlamentos, tanto más alto
hay que gritarlo y con mayor publicidad hay que afirmar los derechos de su real
dignidad y potestad."
"32. Antes de terminar esta carta,
nos place, venerables hermanos, indicar brevemente las utilidades que en bien,
ya de la Iglesia y de la sociedad civil, ya de cada uno de los fieles esperamos
y Nos prometemos de este público homenaje de culto a Cristo Rey.
a) Para la Iglesia
En efecto: tributando estos
honores a la soberanía real de Jesucristo, recordarán necesariamente los
hombres que la Iglesia, como sociedad perfecta instituida por Cristo,
exige —por derecho propio e imposible de renunciar— plena libertad e independencia
del poder civil; y que en el cumplimiento del oficio encomendado a ella por
Dios, de enseñar, regir y conducir a la eterna felicidad a cuantos pertenecen
al Reino de Cristo, no pueden depender del arbitrio de nadie (...)".
"b) Para la sociedad civil
33. La celebración de esta
fiesta, que se renovará cada año, enseñará también a las naciones que el deber
de adorar públicamente y obedecer a Jesucristo no sólo obliga a los
particulares, sino también a los magistrados y gobernantes.
A éstos les traerá a la memoria
el pensamiento del juicio final, cuando Cristo, no tanto por haber sido
arrojado de la gobernación del Estado cuanto también aun por sólo haber sido
ignorado o menospreciado, vengará terriblemente todas estas injurias; pues su
regia dignidad exige que la sociedad entera se ajuste a los mandamientos
divinos y a los principios cristianos, ora al establecer las leyes, ora al
administrar justicia, ora finalmente al formar las almas de los jóvenes en la
sana doctrina y en la rectítud de costumbres. Es, además, maravillosa la fuerza
y la virtud que de la meditación de estas cosas podrán sacar los fieles para
modelar su espíritu según las verdaderas normas de la vida cristiana.
c) Para los fieles
34. Porque si a Cristo nuestro
Señor le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; si los hombres,
por haber sido redimidos con su sangre, están sujetos por un nuevo título a su
autoridad; si, en fin, esta potestad abraza a toda la naturaleza humana,
claramente se ve que no hay en nosotros ninguna facultad que se sustraiga a tan
alta soberanía. Es, pues, necesario que Cristo reine en la inteligencia del
hombre, la cual, con perfecto acatamiento, ha de asentir firme y constantemente
a las verdades reveladas y a la doctrina de Cristo; es necesario que reine en
la voluntad, la cual ha de obedecer a las leyes y preceptos divinos; es
necesario que reine en el corazón, el cual, posponiendo los efectos naturales,
ha de amar a Dios sobre todas las cosas, y sólo a El estar unido; es necesario
que reine en el cuerpo y en sus miembros, que como instrumentos, o en frase del
apóstol San Pablo, como armas de justicia para Dios(35), deben servir
para la interna santificación del alma. Todo lo cual, si se propone a la
meditación y profunda consideración de los fieles, no hay duda que éstos se
inclinarán más fácilmente a la perfección (...)".
La Encíclica completa se puede leer aquí
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