Todos
coincidimos en que la tiranía sólo aparece cuando la sociedad se convierte en
un lodazal de corrupción e inmoralidad. Es una ley histórica en la que no encontramos ni una
sola excepción.
Un
pueblo que no pierde sus principios morales, genera una atmósfera de virtud que
no deja a esas plantas florecer. Nunca un pueblo con moral tuvo tiranos y nunca
ninguno corrupto dejó de tenerlos.
Santo
Tomás de Aquino escribió que "las leyes injustas no son leyes, son la
violencia y la fuerza", es nuestro deber de luchar contra ellas, cambiarlas
y cambiar el sistema que las impone. El liberalismo hace leyes injustas, porque no pueden
hacer otra cosa. Trata de garantizar
con ellas el funcionamiento de una sociedad cuya máquina ha desmontado y no
puede encontrar otra manera de poner las piezas que estaban fuera de lugar.
Los
tradicionalistas denuncian este sistema y no están dispuestos a caer en la mera
objeción de conciencia. Esta se refleja
en el abandono de la lucha por lograr leyes justas, lo que hace la conciencia
tranquila, pero sin cuestionar la causa de tales leyes, no socavando el sistema
que necesariamente las genera. Este
es el mayor pecado del mundo conservador: escandalizarse con los efectos, sin nunca
entrar en la esencia de las causas.
El sujeto de los derechos y deberes es la persona, nunca la naturaleza. No se puede hablar de los derechos humanos universales, sino en los derechos concretos de cada persona. El derecho natural crea un orden relativo a la naturaleza humana que se impone como un conjunto de deberes a las personas. Los Mandamientos de la Ley de Dios se formulan como deberes y no como derechos: deberes de las personas y respeto a la naturaleza.
La
Declaración de los Derechos Humanos es una farsa, pretende atribuir derechos a
la naturaleza como reflejo de esos deberes, confundiendo la naturaleza
individual con la persona, basando los pretendidos derechos en una dignidad
natural inexistente.
VERSIÓN ORIGINAL DE: Prometheo Liberto
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