jueves, 31 de julio de 2014

Sobre el "Decálogo de la felicidad" de Francisco


Como ya todos sabrán , el papa Francisco en una entrevista concedida a la revista Viva del diario El Clarín ha dado a conocer su "decálogo para ser felices" (la entrevista completa puede leerse aquí ). El decálogo resalta por lo superficial de sus consejos, pero sobre todo porque en él no hay referencia alguna a Dios. A continuación publicamos un comentario aparecido en el blog The Wanderer, que muestra la gravedad de esta nueva intervención bergogliana. Al final del artículo presentamos, en contraposición, el decálogo que propone Fray Gerundio. A ver cuál les parece más acorde a las enseñanzas católicas.


La gravedad del decálogo


Tengo en cola para publicar en el blog la última de las hipótesis sobre la misteriosa figura del papa Francisco, una excelente reseña de Jack Tollers sobre un libro de Mosebach sobre la liturgia, otra reseña mía sobre una película, un episodio de la vida de Don Gabino a quien tenemos casi olvidado y un comentario sobre la reflotación del caso Grassi y lo que, a mi entender, se podría venir para muchos obispos. Pero Bergoglio sorprende día a día, y mi temor es que, acostumbrados a las bergogliadas, ya no reparemos en la gravedad de las mismas. Me resisto a convertir a este blog en una página de críticas pontificias, pero la gravedad de la hora se impone.

Los “Diez consejos para ser felices” que aparecieron en los medios de prensa durante los últimos días es un caso que no puedo dejar de comentar. Más allá de la vacuidad y superficialidad de lo que dice, conseguida a fuerza del recurso a lugares comunísimos y a referencias propias de un mediocre libro de autoayuda (verbigracia, “Un pueblo que no cuida a sus ancianos no tiene futuro”; “El domingo es para la familia”; “Si faltan oportunidades, caen en la droga, y está muy alto el índice de suicidio de jóvenes sin trabajo”; “La dignidad te la da el llevar el pan a casa”; “La necesidad de hablar mal del otro indica una baja autoestima”, et alii), yo veo un problema de fondo que me asusta.

El decálogo fue expresado en la entrevista de setenta y siete minutos que le hiciera un periodista de la revista Viva del diario Clarín. No vamos a entrar en la conveniencia de que un Papa otorgue una entrevista a una revista de frivolidades e indecencias varias. La cosa es más profunda. Seguramente, el Santo Padre se sentó en su casa de Santa Marta con el periodistas argentino, mate de por medio, y estuvieron poco más de una hora hablando. Hacia el final, quizás el periodista le pidió algunos consejos para ser felices y el Pontífice se despachó con el decálogo de marras. No se trata, ciertamente, de un documento del Magisterio emitido oficialmente por la Santa Sede. Es poco más que una conversación grabada y luego publicada con anuencia del autor. Podemos decir que Francisco compuso su decálogo, no cual Moisés tonante en la cima del monte Sinaí, sino como rápida respuesta de casi lo que fue una conversación entre amigos. En otras palabras, los diez consejos para ser felices le salieron del corazón; habló ex abundantia cordis.

Y aquí está problema. El más elemental sentido común cristiano, el primer pensamiento que le sale a cualquier católico cuando le preguntan sobre la felicidad, es Dios. Para un cristiano, la felicidad consiste en la posesión de Dios; en su inhabitación en nuestras almas; en la gracia. No hay duda de que hay “felicidades” pasajeras y superficiales que resulta lícito buscar: los arenques de Santo Tomás de Aquino y los espárragos de San Juan de la Cruz. Para nosotros, será una velada en familia o con amigos, un whiskey, un buen libro, una pipa, etc. Pero el reflejo de cualquiera de nosotros al que le preguntaran qué hacer para ser feliz, sería una referencia primerísima y básica a Dios: viví en gracia, o nunca pierdas a Dios que vive en tu alma. Después viene el resto.

Se trata, por otro lado, de una cuestión de catecismo básico. Concretamente, de la primera pregunta: “¿Con qué fin fue creado el hombre? Para conocer, amar y servir a Dios en esta vida y gozarle en la eterna”. La felicidad o el gozo consisten en el conocimiento y en el amor de Dios. No niego, y el catecismo tampoco lo hace, las “pequeñas felicidades” que mencionamos más arriba –a las que podríamos agregar: “jugar con los hijos”, “vivir remansadamente” o “Compartir los domingos en familia”-, pero eso no basta; eso no es absolutamente nada comparado con la experiencia de la presencia de Dios en el alma y de su amor.

Por eso, me parece gravísimo que el Sucesor de Pedro, encargado de “confirmar a sus hermanos en la Fe”, proponga a los hombres consejos que no llegan siquiera a los talones de las máximas masónicas que José de San Martín dejó a su hija Merceditas. A ver si caemos en la cuenta de la gravedad de la cuestión: ¿cómo es posible que un Papa proponga un método para ser felices sin mencionar una sola vez – repito, ni una sola vez- a Dios?
Por otro lado, esto lo dijo el Papa a boca de jarro. Es más grave, me parece a mí, que si hubiese sido un texto pensado, porque es lo que le salió del corazón. Si “de la abundancia del corazón hablan los labios”, como dijo Nuestro Señor en el Evangelio, ¿qué lugar ocupa Dios en el corazón pontificio?


Tomado de: The Wanderer




Otro decálogo:

10 consejos de Fray Gerundio para ser feliz

  1. Ama a Jesucristo, realmente presente en la Eucaristía.
  2. Prefiere la muerte antes que cometer un pecado mortal.
  3. Odia la mentira, la vanidad y la ambición.
  4. Ama a la Virgen Santísima y reza el Santo Rosario todos los días.
  5. Arrepiéntete siempre de tus pecados y confiésalos en el Sacramento de la Penitencia.
  6. Vive la Santa Misa con verdadero amor a Jesucristo y alabanza a la Trinidad.
  7. Odia y aborrece la impureza.
  8. No dejes que te maten el alma y escapa del ateismo mundano.
  9. Vive en Gracia de Dios y piensa siempre en la Vida Eterna.
  10. No te creas ninguna otra lista que leas por ahí para conseguir la felicidad. Todas son       falsas y engañosas. Y algunas, más que otras.

2 comentarios:

  1. Estimados:
    No conozco la entrevista que se menciona, pero es seguro que, según lo que he leído en su blog, no ha de rozar el tema, más que preocupante para quien aprecie la verdad de los hechos (los "frutos" por los que conoceréis a los hombres), de la conducta de Bergoglio durante la dictadura militar argentina (1976-1983). Sin desentonar lo más mínimo (al contrario) con la que era conducta política unánime de de la Iglesia argentina, hizo oídos sordos a las madres que pedían saber dónde se encontraban sus hijos "desaparecidos" (no hace falta que explique el sentido de esta palabra, tristemente célebre en todo el mundo). Ahora Bergoglio es Francisco y, tal como somos los humanos, muy pocos se preguntan: "Este sacerdote venido de aquél rincón del mundo en que una dictadura feroz decidió, con todo el aparato de Estado, cotidianamente, de la vida y la muerte de miles de personas (treinta mil, para ser exactos), ¿qué hizo, dónde estaba en aquellos años?" Muchos argentinos lo sabemos muy bien y no faltan las investigaciones históricas y periodísticas serias que entre nosotros esperan el día en que la credulidad boba y el aletargamiento del interés por la verdad se disipen y hagan lugar a la amarga y decepcionante (tanto más para los católicos veraces) verdad, de la que se ha dicho que nos hará libres. Un cordial saludo. Sergio Sànchez

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  2. Estimado Sergio, la entrevista completa se puede leer en esta dirección: http://statveritasblog.blogspot.com.es/2014/07/las-diez-maximas-para-obtener-la.html

    Por lo demás, no parece adecuado generalizar la conducta de la Iglesia. En cuanto al hoy papa Francisco, no son pocos los documentados testimonios que afirman que nunca fue un obstáculo para los militares. En cualquier caso, de lo que sí estamos seguros es que nunca fue un colaborador ni en mínima medida del gobierno de facto. Tomando en cuenta la implacable persecución judicial que la democracia ha llevado a cabo contra todo aquel que tuvo aunque sea una pequeña relación con el gobierno de la Junta Militar, si Bergoglio hubiese sido un colaborador directo de esta, hoy no estaría en la Silla de Pedro sino en la cárcel, a pesar de sus casi ochenta años.

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