Esclarecedor artículo de Juan Manuel de Prada explicando la tantas veces mal usada frase de Jesucristo. Contra la interpretación en clave liberal-democrática que usualmente se le ha dado -inclusive por parte de políticos católicos-, De Prada ensaya una interpretación mucho más coherente con la propuesta de Cristo, que supone no dejar de lado a Dios de las cuestiones políticas de este Mundo.
Dios y el César
Juan Manuel de Prada
Un amable lector me solicita
que explique en uno de mis artículos la misteriosa frase evangélica
«Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», con la
que Jesús responde a los fariseos que pretenden perderlo. Puesto
que soy un pobre lego en cuestiones teológicas y políticas, no puedo
explicar una frase que exige mucha más ciencia de la que yo tengo; pero
probaré a dar mi interpretación, que poco o nada tiene que ver con la
que nuestra época ha impuesto.
Esta célebre frase suele ser entendida hoy en un sentido restrictivo,
al igual que aquella otra igualmente célebre: «Mi Reino no es de este
mundo». En realidad, Jesús no pretende significar que este mundo le
resulte cosa ajena, sino que su Reino está «sobre este mundo»,
imprimiéndole desde lo alto su inspiración. Pensar lo contrario sería
tanto como colocar el cristianismo en un peldaño inferior al de todas
las religiones que en el mundo han sido, pues lo mismo Mahoma que
Confucio o Buda han aspirado a que las religiones por ellos fundadas
sean el alma de las leyes que rigen a los pueblos que las profesan.
Pero nadie podrá negar que, en efecto, Jesucristo vino a fundar una
nueva relación entre política y religión, como en general vino a fundar
una nueva relación entre las realidades naturales y sobrenaturales. La
clave para dilucidar el sentido de la frase que nos ocupa es
establecer el reparto, «lo que es» de Dios y del César, que nuestra
época ha sustituido por una caprichosa distribución, según lo que ella
desea que sea.
Según la concepción clásica, «lo que es» de Dios son los principios
rectores de la política; pero esta concepción ha sido sustituida por
otra muy distinta, según la cual solo es de Dios la intimidad de la
conciencia, dejando para el César toda la acción política, desde los
principios (o falta de principios) en que se asienta hasta sus
realizaciones más concretas. Esta división tan desproporcionada la
defienden incluso (¡y sobre todo!) los políticos sedicentemente
católicos, que militan tan campantes en partidos políticos que
promulgan o conservan leyes contrarias a la ley divina, amparándose en
que siguen obedeciéndola en la intimidad de sus conciencias. Este
alegato resulta tan estrafalario como el del adúltero que, para
convencerse de que no está faltando a sus deberes conyugales, se
conforma con lanzar un piropo o hacer una carantoña a su mujer en la
intimidad de la alcoba, yéndose después de putas tan ricamente. Aceptar
tal alegato sería tanto como aceptar que el cristianismo es una
religión demente, puramente teorética y desenganchada de la realidad,
en la que Dios, después de crear el mundo, se desentiende de él, como
si fuese un aburrido juguete.
Sin embargo, esta visión demente del cristianismo es la que a la postre
ha triunfado en nuestra época; y la que el pensamiento clericaloide ha
asumido, tratando de ofrecer versiones contemporizadoras casi siempre
hipócritas de la frase evangélica, en un esfuerzo por amalgamar lo que
por su propia naturaleza es inconciliable. No diremos que el
propósito de tales esfuerzos amalgamadores haya sido innoble; pero lo
cierto es que han terminado como el rosario de la aurora (no hay sino
que ver cuál ha sido el destino pútrido de la llamada 'democracia
cristiana'), como ocurre siempre que por pragmatismo se acepta ceder,
siquiera parcialmente, en los principios. Podría decirse que hoy,
cuando el César se ha apropiado de lo que no es suyo, la mejor
interpretación de la frase evangélica que nos ocupa es la que nos brinda
Pier Paolo Pasolini en sus Escritos corsarios: «Siempre me ha chocado,
por no decir que me ha indignado profundamente, la interpretación
clerical de la frase de Cristo: 'Dad al César lo que es del César y a
Dios lo que es de Dios'.
Se hizo pasar aunque parezca monstruoso por moderada, cínica y realista
una frase de Cristo que era, evidentemente, radical y perfectamente
religiosa. Porque lo que Cristo quería decir no podía ser, de ningún
modo, 'complácelos a ambos, no te busques problemas políticos, concilia
los aspectos prácticos de la vida social con el carácter absoluto de
la vida religiosa, procura nadar y guardar la ropa estando a bien con
los dos, etcétera'. Al contrario, la frase de Cristo en absoluta
coherencia con toda su predicación solo podía significar esto:
'Distingue netamente entre César y Dios; no los confundas; no hagas que
coexistan indolentemente con la excusa de servir mejor a Dios'».
¡Pero Pasolini era un peligroso extremista y un réprobo!, nos diría hoy
el político tibio y meapilas que nada y guarda la ropa. Y en verdad lo
era; solo que está probado que a veces Dios inspira a los réprobos; en
cambio, a los tibios los vomita de su boca.
TOMADO DE: http://www.finanzas.com/xl-semanal/firmas/juan-manuel-de-prada/20141109/dios-cesar-7803.html
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