jueves, 11 de diciembre de 2014

Los derechos humanos


Miguel Ayuso
Kiko Méndez-Monasterio
Carmelo López Arias
Juan Manuel de Prada
Ignacio Peyró


A la luz del preámbulo de la Declaración de 1948, sobre los derechos humanos, leemos que
vienen a ser una ley superior, común para todos los seres humanos, y no algo que puedan
cambiar los políticos a su antojo.

Los autores de la Declaración quisieron reconocer solemnemente el valor de la dignidad
humana, y explicitaron que los derechos humanos son: indivisibles, inviolables e inherentes, y
así nadie puede cambiarlos a su antojo, porque son innatos, porque pertenecen a todos los
hombres, por el hecho de pertenecer a la especie humana. Pero esos derechos inherentes a la
naturaleza humana, se cambian, se reformatean, se redefinen, se desnaturalizan, se despojan
de sentido según el antojo del politiquillo de turno, así por ejemplo el derecho a la vida, piedra
angular de la Declaración, se conculca a través de códigos legales que admiten el aborto, el
derecho al matrimonio para todo hombre y mujer, se desvirtúa mediante la legalización de
uniones de personas de igual sexo, el derecho del niño a conocer a sus padres naturales y a ser
criados por ellos, o en su defecto por los padres adoptivos que restauran los vínculos de
filiación, de maternidad y paternidad, se conculca cuando los niños nacen de donantes
anónimos o son adoptados por parejas de igual sexo, la Declaración proclama los derechos de
la madre y el hijo a disfrutar de una protección social especial, pero la maternidad es fuente de
discriminación en los mercados laborales, también proclama la Declaración el derecho a
practicar la religión de forma pública, pero el laicismo rampante está obsesionado en relegar
su práctica a esferas privadas, y así podíamos continuar hasta adivinar que no hay derecho
humano que no esté siendo desnaturalizado.

Y mientras triunfa esta desvirtuación de los derechos humanos, quienes propugnan una
definición objetiva de tales derechos, son tachados de fundamentalistas, ya no se reconoce la
existencia de una racionalidad ética, capaz de determinar lo que es justo y lo que es injusto en
razón a la dignidad humana, es el voto de la mayoría, el que en cada coyuntura determina lo
que es justo o injusto.

 Nos hallamos en definitiva, ante la emergencia de una nueva forma de totalitarismo, aunque
esta vez, a diferencia de los totalitarismos clásicos, tan ceñudos y despóticos, se disfrace de
aritmética parlamentaria, y filantropía, la satisfacción de apetencias, de anhelos, de pulsiones,
incluso de caprichos, convenientemente disfrazada con los ropajes de la emotividad, se erigen
en coartada para la formulación de nuevos derechos. Y aquí podíamos recordar lo que
Aristóteles escribió en su “Política”, “ las verdaderas formas de gobierno , son aquellas en las
que el individuo, gobierna con las aspiraciones del bien común, los gobiernos que se rigen por
intereses privados , son perversos”-

Los derechos humanos se han convertido en instrumentos de esta perversión política, y la
labor que desempeñaban como límite a la actuación de los poderes públicos, como garantía de
una vida digna, se ha disuelto por completo, ahora es el poder mismo, que derechos deben
ser reconocidos, han dejado de ser una propiedad innata de los seres humanos, para
convertirse en concesiones graciosas del gobernante de turno, que así nos ha convertido en
esclavos, pues sólo se puede calificar de esclavos, a quienes renuncian a sus prerrogativas
humanas, con tal de satisfacer sus caprichos.

 Está el derecho a ocupar cargos públicos en atención a la capacidad, sin otra distinción que la
de la virtud y el talento, algo semejante decía Santo Tomás de Aquino, cuando decía, “ el
gobierno tiene que estar en manos de los virtuosos, y de los inteligentes”, lo malo es cuando
está en manos de los incapaces”, y no de los huérfanos de virtud y de talento, como sucede
hoy.

 Volviendo a la Declaración, podíamos afirmar que está en el origen, el “veneno” de la
Declaración, Maritain, declaró con impudicia en 1947, cuando se estaba debatiendo el
proyecto de la Declaración, habida cuenta de que no se podían poner de acuerdo sobre el
fondo, sobre el fundamento, que” bastaría que se pusieran de acuerdo sobre cuestiones
meramente prácticas, sobre su garantía”, es decir, que había una renuncia, una renuncia a
fundar los derechos, y a encontrar un fundamento de esos derechos, esa renuncia no se puede
calificar de un modo benévolo, porque implica una prohibición de preguntar, implica un cerrar
los ojos, implica una asunción irracional.

Un mal de la declaración, como de otras, se encuentra en el concepto de libertad, concepto
que de forma muy esquemática y burda se refleja en esa frase tan manoseada, de que los
hombres son libres para todo aquello que no perjudique a otros, pero claro cuando tú dimites
de la racionalidad ética, y de la capacidad para enjuiciar si unos actos son justos o injustos, y el
ser justos o injustos, depende única y exclusivamente de que perjudiques o no, a otro, desde
ese momento ya te estás haciendo a ti mismo una trampa, porque tú siempre te vas a
convencer de que tus actos no perjudican a otro. La tesis de Kant, es la libertad negativa, la
libertad sin reglas, que está en el origen de tantas declaraciones, o sin otra regla que no sea la
propia libertad, la autonomía personal para dirimir lo que es bueno y lo que no, guiándote
única y exclusivamente en último término por tu beneficio y tu interés, derivando todo ello en
última instancia en el relativismo moral, predominante hoy.

 Los derechos humanos no son nada, mientras no son concretados en una legislación, y en
una jurisprudencia, y al final, éstas son inspiradas por la ideología dominante, y ésta y quienes
pueden dirigirla, ya sea ésta a través de los medios de comunicación, instancias políticas,
medios culturales, son quienes acaban determinando la esencia de esos derechos, los límites,
el ámbito de aplicación, hasta donde llegan, a que concepto de persona humana responden, lo
que habría es que ver el concepto de naturaleza humana, para concretar el concepto de
derechos humanos y su desarrollo.

Todo esto, porque España fue invadida en 1808 en nombre de la Declaración del Hombre y
del Ciudadano, y hubo muchos fusilados al amparo de aquella declaración, así que ojo, porque
esas declaraciones esconden detrás una ideología determinada, que no son tan inocentes
como pudiera parecer. Así que a la luz del preámbulo de la declaración, vemos un racionalismo constructivista, así cada promesa de utopía ha provocado un cataclismo, un crimen, y un
genocidio, la primera, la revolución francesa, mientras se estaba proclamando, se estaba
masacrando a la población vandeana, por el delito de ser fieles a su rey, y a su religión, y por
ahí el manifiesto comunista y el planteamiento nacionalsocialista también, no dejan de ser una
búsqueda de la utopía, y no olvidemos el reguero de sangre y los millones de muertos que han
dejado detrás, y así la declaración se convierte en un nuevo “catecismo utópico”, sustitutivo
del planteamiento religioso, inunda ese plano de la personalidad y acota más el plano de la
religión y hasta más, perseguirlo, viene a ser una nueva ley universal, un nuevo decálogo, y
para saber si te mueves en lo lícito, debes asomarte a él, y si no corregirte y enmendarte.

Pero constantemente se redefinen bajo intereses bastardos, como en Mayo del 68, porque
aquellos no están fundamentados en otra cosa que no sea el poder político, que es quien en
1948, dicta este catecismo laico, y este catecismo laicista, así ya no hace falta otro
planteamiento, no hace falta religión.

 Una aseveración y aceleración del proceso nihilista disolvente que está en la base de los
derechos humanos , a partir de lo que se ha denominado la posmodernidad, y con su
concreción en el hecho histórico del Mayo del 68, no obstante detrás de la declaración, como
de tantas otras de la época está el consenso democristiano y socialdemócrata que se instaura
por los vencedores de la II guerra mundial.

 Aunque es curioso el caso italiano, en su constitución del 47, el principio de la demolición del
orden social católico, de lo que quedaba en Italia, no se produce después de Mayo del 68, en
Italia vemos que la democracia cristiana es el partido que efectúa la descristianización de Italia.

Así las Declaraciones de 1789 y de 1948, se basan sobre un pseudoderecho, que lo
encontramos el artículo 21 de la Declaración, que es que no hay autoridad que no derive del
sufragio universal, es decir, que no hay autoridades naturales, que tengan un fundamento
diferente de la voluntad humana, entonces no existe la autoridad del marido sobre la mujer en
el matrimonio, no existe la autoridad de los padre sobre los hijos en la familia, no existe la
autoridad del maestro sobre los estudiantes en la escuela, etc. A esto se llama la
democratización, porque se dice que la democratización nunca está completa, pues aquí en
España hubo un momento en que se acuñó una frase que decía que “la transición estaba
inacabada”, y ¿por qué?, porque no podía acabar, porque pasa como con la democratización,
que nunca termina el proceso de democratización, porque el proceso de democratización es el
proceso de demolición de las autoridades naturales, pero lo que sucede es que la naturaleza
emerge, y la naturaleza reacciona, y entonces y existe una lucha en la que la falta de claridad
en la visión del problema por muchas instancias hace que no sea tan definida y decidida como
pudiera, pero la lucha continúa, y es un poco como la metáfora de Maeztu, de la hiedra y de la
encina, la hiedra no termina de sofocar la encina.

TOMADO DE: http://cudhd.ulpgc.es/ficheros/pdf_seccion_24.pdf







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