En 1963 el criminal comunista Julián Grimau fue legítimamente fusilado por el régimen de Francisco Franco. El entonces papa Juan XXIII pidió que se conmutara la pena. El Generalísimo no le hizo caso. Tampoco le haría caso, años después, al papa Paulo VI, quien pidió clemencia para el anarquista asesino de policías Salvador Puig. Franco actuó valiente y justamente al no obedecer a los papas en ambas ocasiones. Porque, en primer lugar, el Papa no es infalible (lo es solo cuando habla ex cathedra sobre cuestiones de fe) así que bien puede errar en su juicio; y en segundo lugar, porque es legítimo no hacer caso al Papa cuando este manda a hacer lo injusto o a que no se haga lo justo (¿o acaso alguien cree que si mañana el Papa manda a los católico a odiar a los negros, esto debe ser obedecido?). Afirmar lo opuesto es caer en el vicio del obedencialismo papolátrico. En estos casos, hacer lo justo era cumplir la ley e imponer las penas correspondientes (perfectamente legítimas y justificadas) a los criminales. Pues bien, si un correcto católico, como el Generalísimo Franco, por razón de justicia, no hizo caso nada menos que al Vicario de Cristo en la Tierra, ¿por qué diablos tenemos nosotros que hacerle caso a un tribunal pestífero como la Corte Interamericana de "Desechos" Humanos, que ahora nos impone una sentencia vejatoria, inmunda y que atenta contra la dignidad nacional? No es la primera vez que esta Corte denigra con sus fallos al Perú (abajo hay una imagen con algunos de los "angelitos" que han sido beneficiados por este impresentable Organismo). Entonces, ¿por qué no nos salimos de una buena vez del Sistema Interamericano?
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