por Juan Carlos Monedero (h)
“Con los herejes no debemos tener en común
ni siquiera las palabras, para que no dé la impresión
de que favorecemos su error”.
San Jerónimo
ni siquiera las palabras, para que no dé la impresión
de que favorecemos su error”.
San Jerónimo
El
artículo que a continuación presentamos vio la luz en el mes de Enero de 2011
en el marco de la Revista Gladius (Buenos Aires, Argentina) y es la versión
final de una publicación cuyo punto de partida puede encontrarse en internet
desde el mes de Diciembre 2009.
Es la
respuesta conceptual-doctrinaria al entonces proyecto de legalización del
“matrimonio” entre homosexuales, que lamentablemente fue aprobado el 14 de
julio de 2010 en la Argentina.
Hoy, a
pocos días de la reciente votación en Alemania en torno al mismo tema,
presentamos este artículo sabiendo que conserva toda su actualidad. Si bien el
caso es tratado con un perfil marcadamente local, también es verdad que los
conceptos manifestados son universales, válidos en todos lados y aptos para ser
comprendidos por cualquier hispanohablante. El autor del mismo es argentino y
su nombre es Juan Carlos Monedero. Tiene 26 años y vive en Buenos Aires.
1. Introducción
2. La cuestión de la tolerancia
3. La palabra «matrimonio»
4. Contrabando ideológico
5. Calculadas imprecisiones verbales
6. Los verdaderos motivos de la
ideología de la no discriminación
7. Todo lo que existe merece perecer
8. Equívocos actuales en las filas
católicas
9. Pensamiento pugnativo o
argumentación endeble
10. ¿Qué pensar de la alternativa del
plebiscito?
11. Conclusión
Por Juan Carlos
Monedero (h)
1. Introducción
La pretensión de lograr la igualdad jurídica entre quienes realizan
prácticas contra la naturaleza y los matrimonios está fundamentada en la
ideología de la no discriminación. Este programa se presenta ligado de forma
necesaria con otro: el reclamo por los derechos humanos.
Es sabido –y nosotros tan sólo lo apuntaremos escuetamente– que este
planteo derecho-humanista no sólo es falso por el contenido de los «derechos»
declamados, sino principalmente por colocar la cuestión central donde no debe
hacerlo. Omite y se niega a hablar de los derechos de la Verdad, del Bien y, en
última instancia, de Dios, para volcarse única y exclusivamente hacia los
derechos del hombre, previa divinización en tanto puesto como medida de todas las cosas. Implícita o explícitamente, late un
crudo antropocentrismo que erige al Hombre como absoluto. Dios no existe sino
como proyección subjetiva humana:
En segundo lugar, esta ideología favorece el egoísmo y el individualismo
más descarnados. Cuando el hombre desconoce la primacía de los deberes,
invierte así la noción de justicia –dar a cada uno lo suyo– para que entonces justicia signifique
solamente “denme a mí lo mío”. Son los deberes los que engendran derechos y no
los derechos, los que engendran deberes; si el deber engendra un derecho,
tenemos una concepción política donde prima el bien común. De lo contrario, lo
primero –y seguramente, lo único– será el interés: los hombres incomunicados
entre sí por lazos de deberes y sólo comunicados por derechos.
La filiación ideológica de estos errores no puede ser más oscura. La
primera declaración de “los Derechos del Hombre” nace con la Revolución
Francesa, adalid del naturalismo y el optimismo rousseauniano, condenados por
el Magisterio de la Iglesia. Dice Calderón Bouchet:
“El discurso revolucionario coloca al
individuo frente a la sociedad como si esta última fuera una agrupación benéfica
ante la que hay que reclamar todo cuanto nos hace falta. (…) Basta, para esta
ocasión, recordar que todos esos errores nacen de la concepción del contrato
social, por el cual la asociación civil se equipara a una asociación comercial”2 .
Es necesaria esta fugaz introducción para enmarcar correctamente nuestro
objeto de análisis: al amparo de estas ideas –no de nobles preocupaciones por
la equidad en el trato hacia las personas– nace la ideología de la no discriminación. Según esta
mentalidad hablar de “varones” y “mujeres”, mencionar una sexualidad dada
“naturalmente”, afirmar que existen comportamientos “normales” y otros “antinaturales”,
son todos actos ilegítimos que debe ser penados por la ley y condenados por la
opinión pública, puesto que todas estas afirmaciones son discriminatorias. La ley antidiscriminatoria ya tiene
vigencia legal en nuestro país, la Argentina, y es la 23.592.
Para ellos, pues, el Orden Natural no es tal. Es sólo una palabra, sin
conexión con la realidad: el hecho que consideremos naturales y antinaturales ciertos
comportamientos proviene de una pura convención humana, susceptible –en tanto
convención– de ser modificada. Para estos ideólogos, las normas –que fueron
consideradas permanentes e intangibles– no son más que construcciones sociales,
históricas, sujetas a los vaivenes de las decisiones humanas. Nada es sino pura
y exclusivamente acuerdo, pacto.
El lenguaje mismo también puede volverse discriminatorio, si acaso
utilizara palabras que remitan a un orden fijo, inmutable, intangible, más allá
de la voluntad humana; por eso, en este nuevo Mundo
Feliz sólo serían admitidos aquellos vocablos que nos hagan pensar a la
sexualidad y a las relaciones humanas como algo dinámico, cambiante, movible.
En una palabra: términos que reflejen la energía propia de la libertad humana,
que –según ellos– no necesita atarse a ninguna “convención” o “imposición
cultural”.
En esta oportunidad3 , ilustrando nuestra investigación con las declaraciones hechas en la
Argentina sobre el proyecto de ley –denominado eufemísticamente matrimonio igualitario–,queremos profundizar hasta llegar, si
fuera posible, a aquello que está detrás de la ideología de la no
discriminación. Bucear hasta develar su verdadero objetivo: lo que realmente
buscan quienes promueven esta guerra a la naturaleza humana.
Si bien este artículo analiza diferentes declaraciones públicas y hechos
concretos, el núcleo del mismo –así lo esperamos– tiene un valor perenne en
esta problemática, más allá del resultado de las votaciones y más allá que
estas líneas registren el debate dado en la Argentina. Comenzamos el artículo
con una reflexión doctrinaria, pilar necesario para la comprensión de este
debate.
2. La cuestión de la tolerancia
No
diremos nada nuevo señalando que el error disimulado y sutil es más dañino que
el desembozado. Mientras que el error evidente mueve rápidamente a levantar la
guardia, las teorías más capciosas son refutadas con mayor dificultad. No
obstante, el peor de los males seguirá siendo la coexistencia pacífica de la “verdad”
con el error, de lo “bueno” con lo malo. Y las comillas no son errata.
¿Acaso
no se nos suelta que debemos tolerar el “matrimonio” entre homosexuales?
¿Por qué quejarnos “si no nos afecta a nosotros”? ¿Por qué no dejarlos “en
paz”? ¿Qué daño nos haría, si no vamos a dejar de casarnos como se debe? Todo
este argumento reposa sobre la idea detolerancia. Examinémosla.
Servirán
para abrir el fuego las palabras de Ernest Hello, el cual –en pleno siglo XIX–
ya alertaba respecto de todo lo que esconde la pretensión de tolerancia. Tanto
hoy como antes esta idea toma prestada bellas palabras:
“se vuelve el nombre de la caridad contra la luz siempre que, en vez de
aplastar el error, pacta con él, so pretexto de conducirse prudentemente con los hombres. Se vuelve el nombre
de la caridad contra la luz cuantas veces se le emplea para flaquear en la
execración del mal”.
Tanto si las personas, pretextando amor o prudencia, evitan condenar aquello que es
erróneo en aras de la tolerancia, vuelven contra la luz aquellos nombres, utilizándolos
para lo que no han sido pensados. Porque el mandato que ordena amar
al prójimo también
ordena combatir su error. Y es
frente a los males causados por todo aquello que nos separa de la verdad que
nace en las almas de los justos la santa ira, la sed
de justicia, tal
como será puesta en el Sermón de la Montaña por Cristo, a propósito de las
Bienaventuranzas4 . De ahí que no pueda un bautizado
aceptar la idea moderna de la tolerancia –propia de la mentalidad subjetivista
y agnóstica– sin desnaturalizar uno de los Nombres de Dios: el Amor.
La
santa cólera, que es efecto del amor fiel, radiante, celoso, es eliminada de
esta manera. Y esta eliminación permite justificar actitudes propias de quienes
negocian con aquello que no tiene precio:
“el hombre se ablanda en presencia de la debilidad que
quiere invadirle, cuando ha adquirido el hábito de llamar caridad al universal acomodamiento con toda
debilidad aún lejana”.
En
otras palabras: cuando a los católicos se nos exige “tolerancia” para con este
proyecto inicuo, subrepticiamente se nos está exigiendo que abandonemos uno de
los efectos propios del amor fiel. Hello detectaba la motivación interna de
esta actitud:
“la ausencia de horror para con el
error, para con el mal, para con el infierno, para con el demonio, esta
ausencia parece que llega a ser una excusa para el mal que uno en sí lleva.
Cuando menos se detesta el mal en sí mismo, más se prepara un medio de excusar
el que se acaricia en la propia alma”5 .
Si el
celo por la casa de Dios nos consume, jamás podríamos consentir
esta legalidad inmoral. Tal abandono sólo es posible una vez extinguida la
caridad, por efecto de argumentos pacifistas. Aclara el Angélico:
“El celo, de cualquier modo que se tome, proviene de la
intensidad del amor”.
Y luego
explicará las razones: “Porque es evidente que cuanto más
intensamente tiende una potencia hacia algo, más fuertemente rechaza también lo
que le es contrario e incompatible”. Y así corona Santo Tomás el
corpus del artículo:
“se dice que alguien tiene celo por
la gloria de Dios cuando procura rechazar según sus posibilidades lo que es
contra el honor o la voluntad de Dios”6 .
Veamos
ahora los efectos de la tolerancia moderna en las inteligencias tocadas por
ella.
Por
sentido común, cada persona que sostiene una postura la pretende verdadera,
aunque objetivamente no lo fuese. Cuando hablamos, pretendemos decir cosas
verdaderas aún cuando podamos o de hecho estemos equivocados. Hasta el
mentiroso sigue a la naturaleza en este punto: expresa palabras que
pretende sean tenidas por verdaderas. Pero el primer efecto de la tolerancia
moderna consistirá en considerar sin sentido a la pretensión de verdad, lo cual es
mucho más grave que una vil mentira.
“En cualquier esquina podemos encontrar un hombre
pregonando la frenética y blasfema confesión de que puede estar equivocado.
Cada día nos cruzamos con alguno que dice que, por supuesto, su teoría puede no
ser la cierta.
Por supuesto, su teoría debe ser la
cierta, o de lo contrario, no sería su teoría”7 .
Esta
falsa humildad, reflejada en la cita chestertoniana, recorre buena parte de los
discursos actuales. La detectamos porque gusta reservar su derecho a otras
tesis opuestas.
Siempre
fue corriente que toda afirmación rechazara su opuesta. Proceder de esta forma
es lo sano, pues los contradictorios no pueden ser verdaderos al mismo tiempo.
Esta pretensión de todas las afirmaciones, incluso de las más inocentes e
insospechadas de componente ideológico, las vuelven “exclusivas y excluyentes”;
es decir, las vuelven sostenedoras de su tesis y adversarias de las opuestas.
Esto es, en principio, lo normal.
“Los jalones colocados en las rutas
no ponen sus indicadores en estilo dulce y florido: emplean el estilo de su
utilidad. Precisos, directos, insistentes y autoritarios, no dicen: si yo no me engaño, no dudan de sí, no se excusan por
lanzar con rudeza a la vista de los transeúntes las flechas de la dirección y
las cifras de la distancia. Mas ¿se queja el viajero?”8 .
Si el
error, no por virtudes propias sino por coherencia, pretende exclusividad;
cuánto más –y cuán legítimamente– la verdad debe exigir lo mismo. Lutero, por
ejemplo, no sólo buscaba la divulgación de su herejía sino que además –con
lógica, pero sin verdad– buscaba aplastar aquellas tesis opuestas a la suya.
Equivocado, sin duda, pero guardaba para su tesis la coherencia propia de la
verdad: la intolerancia para con lo que él juzgaba erróneo.
Hemos
mencionado el vocablo clave, convertido por lo general en mala palabra. Se ha
condenado un término y se ensalza su antónimo, la tolerancia,
propia de las épocas modernas. El culto a la tolerancia no es sino
aquella postura que propone la búsqueda de una pretendida convivencia pacífica
de todas las posturas, opiniones, doctrinas. Este pensamiento no conoce ni se
expresa en términos de error o verdad, sino en términos
de tolerancia-intolerancia. Piénsese en John Locke con su Carta
sobre la tolerancia, en
Juan Jacobo Rousseau y El Contrato Social o más cerca en el tiempo,tómese La
sociedad abierta y sus enemigos de
Karl Popper y allí podrá verse claramente la expresión acabada de esta idea.
Al
hablar de la convivencia de la “verdad”con el error, usaremos nuevamente las
comillas, porque arriesgamos a decir –por escandaloso que parezca– que la
verdad, si no rechaza a su contrario(esto
es, sin intolerancia) no es verdad. Así, en el tema que nos ocupa, la verdad está emparentada con la naturaleza,
mientras que el error puede con la contranaturaleza.
Al
respecto del intento de brindar el nombre de “matrimonio” a tales uniones, fue
astutamente falaz la invitación a aceptarlo bajo el argumento de que tal
innovación sólo reconocía su posibilidad, sin menguar los derechos de los
“demás” matrimonios. Sólo se nos pedía tolerancia. En efecto, nos exigían que
toleremos, junto al modelo natural, su parodia.
Qué se
busca con este ardid: si la naturaleza tolera la contranaturaleza, aquélla
pierde –necesariamente– su carácter exclusivo, convirtiéndose en “una
alternativa más” y no “la alternativa” a la hora de descubrir el
verdadero sentido, origen y finalidad de la sexualidad humana.
Cuando un comportamiento ilegítimo tiene la protección de la
ley, esta genera –carácter ejemplar de la norma legal mediante– una grave
confusión en el sentido común de la gente, ya anestesiado: bajo la palabra matrimonio se entenderá tanto la unión
entre “padre y madre” como “madre y madre” o “padre y padre”, aunque la palabra
matrimonio provenga de la palabra matriz9 .
Alguien
tal vez señalará que no es muy distinto sostener una postura como absolutamente
verdadera y sostenerla como una opción más. Al fin y al cabo –podría decirse–
la postura es sostenida. No obstante, hay una enorme
diferencia y un ejemplo lo aclarará. Cuando los católicos predicaron la
Divinidad de Cristo en el Imperio Romano, afirmaban que era el Único Dios
Verdadero; por consiguiente, todos los demás eran falsos. La afirmación
monoteísta descalificaba el politeísmo antiguo. Si hubiesen presentado a Cristo
como uno más, nadie los hubiese perseguido. La
persecución, el testimonio y el martirio tienen lugar cuando se proclama la
Verdad incondicional en tanto que incondicional. He aquí la diferencia entre
defender el Orden Natural como una postura válida más, en igualdad con otras, y
defenderlo como exclusivo y excluyente.
El amor
a Dios lleva a la práctica lo de Proverbios 8, 13: Temer
a Dios es aborrecer el mal. No debemos tolerar o respetar ni el
pecado, ni el vicio, ni el error. Gómez Dávila, lúcidamente avisado sobre este
lenguaje, señalaba su origen:
“El que se dice respetuoso de todas las ideas se confiesa
listo a claudicar”.
3. La palabra
«matrimonio»
¿Por
qué desean la admisión de estas uniones bajo el término matrimonio? ¿Acaso no
podrían pensar o inventar otra palabra? ¿No les basta hacer lo que quieren, al
margen de todo código moral? ¿Necesitan un reconocimiento público y oficial de
que su comportamiento no choca con nada?
Lo
último dicho es cierto, pues nadie puede quedar indiferente al qué
dirán. Pero además de
esto –objeto de observaciones psicológicas– no puede omitirse la cuestión objetiva,
el fondo y verdadero fin de la ideología de la no discriminación: el
vaciamiento del significado de las palabras,provocando
deliberadamente la incapacidad de discernimiento.
Todo
este discutido proyecto gira en torno a DOS PALABRAS. Nada más que eso: hombre y mujer por «contrayentes». La pugna
invencible entre estas dos posturas tiene como eje la disputa de los términos.
Las
expresiones vertidas por María José Lubertino, tal como reseñó el boletín Notivida el 9 de noviembre de 2009, facilitan
comprender lo que venimos diciendo. Ella “destacó que al Plan Nacional contra
la Discriminación adhirieron 21 provincias y que ese Plan tiene un acápite que
contempla la no discriminación por orientación sexual; en este acápite, dijo,
está la unión de homosexuales, aunque no prevé que sea «matrimonio»,
denominación que ella considera «sustantiva»”.
¿Por
qué Lubertino consideraba sustantiva tal denominación? Aquí, la palabra sustantiva debe entenderse como no
negociable, como objetivo principal, cuya
ausencia implicaría la derrota. En el mismo sentido, Antonio Poveda (Presidente
de la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales de
España) dijo:
“Tiene que ser matrimonio, lo
contrario es discriminatorio”10 .
También
Felipe Solá vertió confusión y claridad, según se mire, al respecto:
“Esta palabra, matrimonio, que tiene un valor prohibitivo
en el caso de hoy, para hombres y mujeres de buena voluntad que están acá y que
no quieren (que se siga) discriminando a nadie, es justamente la palabra que
significa la igualdad de derechos para aquellos que no eligieron su sexo, que
son homosexuales y que quieren poder casarse”.
Así continúa: “La
palabra matrimonio es la única que ellos sienten que les devuelve el derecho
pleno; ya que no hay igualdad social ni económica por lo menos ellos piden
igualdad legal”. Y
entonces remata:
“La palabra matrimonio, que en su origen significa (función)
de madre –función de madre, no ser madre; función de madre, y es importante
destacarlo– es una traba por su adopción por las iglesias; es una enorme traba
para muchos”.
Queda
claro que el adversario tiene plena conciencia de la importancia de discutir
vocablos:
“Quiero decir también, señor
presidente, que las palabras tienen valor, tienen un enorme valor; se dice que
cuantas más palabras conocemos mayor cantidad de imágenes mentales podemos
tener, y por lo tanto más amplio puede ser nuestro pensamiento”11 .
Ahora
veamos por qué buscan apropiarse de esta denominación y lograr la cobertura
legal de las uniones homosexuales únicamente al amparo de este vocablo.
¿Es tan
importante la palabra matrimonio? ¿No son acaso
cuestiones de palabras y no de cosas? ¿No podría valer lo mismo cualquier otra
palabra? ¿Acaso nosotros estamos discutiendo palabras? ¿Es tan decisivo?
Absolutamente.
Doble
prueba de ello se encuentra por un lado en el fundamento de la palabra, tanto
como en el confesado interés del enemigo por vaciarla, ideologizarla, ocultarla
o presentarla según convenga. Todo signo es vehículo de realidades. Por algo se
quitó el honroso nombre de Gustavo Martínez Zuviría de la Hemeroteca de la
Biblioteca Nacional en la Argentina, amputando finalmente la memoria del gran
escritor católico; no en vano el progresismo católico rechaza los términos
propios del combate paulino; tampoco es casual que la FIFA haya prohibido a los
deportistas hacer la señal de la Cruz y, en idéntica comparación, no obedece al
azar la embestida laicista contra el crucifijo. ¿Y qué decir de la
modificación, por parte del Ministerio de Seguridad del gobierno argentino, de
los nombres que llevaban las escuelas de formación policial, cuya sola mención
recordaba las víctimas del terrorismo subversivo que asoló nuestro país en los
años 70? Por la misma razón que se ocultan los nombres de Alberto Villar y
Cesario Ángel Cardozo –comisario general y general de brigada, respectivamente,
asesinados por la organización guerrillera denominada Montoneros–
el gobierno argentino reproduce, bautiza y rebautiza plazas, puentes y calles
con el nombre del extinto presidente Néstor Carlos Kirchner. Y
respecto de España, la Ley de memoria histórica –al ordenar “la retirada de los
escudos, insignias, placas y otras menciones conmemorativas de la Guerra Civil”
siempre que “exalten a uno sólo de los dos bandos enfrentados en ella o se identifiquen
con el régimen instaurado en España a su término”– cumple el objetivo de
ocultamiento de incómodas realidades.
Todos
estos signos –y la palabra, como dijimos, es tal– remiten a las cosas y cada
uno contiene, en sí mismo, una capacidad de influir directa sobre las mentes:
“Esta vía de influencia mental es tan
real y tan profunda, que ha podido decirse que quien posea el arte de manejar
las palabras poseerá la de manejar los espíritus. Su influencia será cada vez
mayor a medida que las generaciones nazcan ya en el seno de un lenguaje
manipulado y «dialectizado»”12 .
Por lo mismo que remiten a determinadas realidades, la omisión
de aquellas palabras y signos equivale al olvido de esos hombres, de esas
doctrinas, de esos símbolos.
4. Contrabando
ideológico
¿Qué es
lo que sucede cuando una misma palabra
ya no significa única y exclusivamente una cosa
sino que, también, puede significar otra (en
este caso, su contrario)? ¿Qué ocurre? Tiene lugar la funesta tolerancia y
coexistencia de la verdad con el error, al amparo del mismo techo. Esta seudo
comunidad es lo que comienza a ablandar, lenta pero inflexiblemente, la
mentalidad de las personas: colonización mental que impide la capacidad de
diferenciar las cosas unas de otras, conduciendo a la confusión.
La
coexistencia de los contradictorios desanima las almas de quienes viven
el verum, el bonum y el pulchrum intensamente. Si el mismo término
–«matrimonio»– comienza a significar, indistintamente, tanto una realidad
natural como otra contra la naturaleza, la norma que termine autorizándolo
tendrá como efecto desdibujar y
si fuera posible aniquilar la
diferencia entre lo natural y lo antinatural; la misma palabra significa las
dos cosas. Y donde no hay límite que distinga todo está permitido,
porque no hay nada que discrimine aquello permitido de aquello no-permitido.
La
convivencia pacífica de lo natural con lo antinatural es la muerte de la
naturaleza. También por el siglo XIX el Cardenal Pie había advertido este
problema. Por eso iniciaba su sermón –La
intolerancia doctrinal– con esta sentencia que puede aplicarse
perfectamente a nuestro tema:
“Condenar la verdad a la tolerancia es forzarla al
suicidio”.
Y
decía, entonces, desde el púlpito:
“La afirmación se aniquila si ella duda de sí misma, y
duda de sí misma si permanece indiferente a que la negación se coloque a su
lado. Para la verdad, la intolerancia es el anhelo de la conservación, el
ejercicio legítimo del derecho de propiedad. Cuando se posee, es preciso
defenderse, bajo pena de ser en breve totalmente despojado”.
El
enemigo parece no pedir sino muy poco: no nos pide que neguemos nuestra idea,
ni que la cambiemos. Sólo nos fuerza a aceptar algo contradictorio junto a esta
verdad, debilitándola en el mismo momento que le arrebata su carácter
excluyente. Romano Amerio sentencia con mucha agudeza:
“La contradicción es algo profundo, más bien es uno de los
primeros principios, y es la cosa más profunda del ser porque se encuentra en
la más estrecha relación con el ser. Si el ser es profundo, es decir, si es un
primer principio, su contradicción, su negación, es igualmente profunda, es
igualmente primaria”.
No hay
nada más allá, no
hay nada detrás de
la contradicción. Es lo último, lo invencible, lo irreductible. Si logran
extirpar la capacidad para percibir el ser –y por ende, percibir la
contradicción– la guerra de las palabras habrá conquistado las cosas, ya
confundidas debido al manoseo semántico.
La
percepción del ser es la condición de la vida intelectual, ética y artística;
es la base de la inteligencia, para luego ser informada por la fe. ¿Advertimos
lo decisivo de esta guerra? Por eso afirma nuestro autor:
“Cuando nos hallamos en este orden de
reflexión, estamos en lo más profundo: no se puede ir más allá. Por tanto,
convendría tener reparos, temor, pavor a la contradicción”13.
Un
verdadero contrabando ideológico tiene lugar al redefinir la palabra
matrimonio: admitiendo en su seno lo contradictorio –lo que no es tal– admite
por lo mismo a la nada. La inteligencia humana, asediada por el sí y el no respecto de lo
mismo, acabará en la esquizofrenia.
Este
estado de la mente impide juzgar las cosas como son, introduciendo una
categoría matemática en un terreno que no la admite: una unión entre dos
personas, o es matrimonio o no lo es. No cabe un término medio. Pero si se
admite el uso de la palabra matrimonio para las uniones entre homosexuales,
quedaría lesionada esta percepción intelectual. Éste es el peligro. Llegará el
día en que uno se pregunte: ¿El matrimonio es la unión de uno con una? Y se le contestará: “Mas o menos. También puede
ser la unión de uno con uno, o una con una”.
Ahora
bien: entre la verdad y el error no cabe un término medio. Toda la
contundencia, la intransigencia será poca. Porque si la misma palabra se usa
para dos cosas opuestas, vulneramos el entendimiento de la persona: tanto el
ser como la nada son admitidos simultáneamente, bajo el mismo vocablo. Ambos
pasan por la misma puerta.
Sin
embargo, abrirle las puertas a dos posturas, al mismo tiempo, es considerado
habitualmente signo de su carácter complementario y no opuesto. Si la
contradicción es admitida en el mismo recinto,
bajo la misma denominación,
entonces no hay tal contradicción.
Pero si no lo hay, si la verdad y el error no se oponen
invenciblemente, si el ser y la nada ya no son inconciliables, entonces queda
instalada la máxima confusión: identidad entre el ser y la nada, identidad de los contradictorios14 .
Luego,
no hay distinción entre naturaleza y contranaturaleza.
Este es
el objetivo de la ideología de la no discriminación.
Contemplamos
así el quiebre de la capacidad de discernimiento de
la inteligencia humana, pues ya no hay línea que divida y distinga la verdad
del error, lo bueno de lo malo, lo bello de lo feo, la normal de lo anormal:
“La mezcla de la verdad y el error
produce, en boca del mundo, efectos desastrosos. Da a la verdad apariencia de
error y al error apariencia de verdad. Hace participar a aquél del respeto que
a aquélla se debe”15 .
También
ha sido el Padre Petit de Murat quien en su ensayo La palabra violada, se
refiere anticipadamente a nuestro tema:
“La alteración que hoy padece la palabra es muy distinta
(a las alteraciones pasadas); está sujeta a una doble intención que la
violenta en el nexo del signo con lo significado. Al uno se lo mantiene
suspendido en su significación primera, mientras se socava lo segundo con la
contrariedad misma de lo que se significa”.
Se mantiene suspendido el
significado original de matrimonio, puesto que continúa aludiendo al compromiso
de un hombre y una mujer, pero se introduce en un plano de igualdad –esto es lo
clave– las uniones entre homosexuales. El Padre Petit advierte clarísimamente
las implicancias que tiene el ataque a la palabra humana, reflejo de Otra
Palabra: “el triunfo de
la iniquidad moderna, su carcajada final frente al Verbo sangrante16 consiste en que ha logrado clavar su
aguijón en las junturas mismas del concepto con su vocablo”.
Está
teniendo lugar un verdadero latrocinio de la palabra. Ella nos está siendo
quitada, desposeída de su significación original para inyectarle un veneno de
confusión potentísima:
“Este último (vocablo) ha sido robado para violarlo e
imponerle el feto de una significación precisamente contraria,
que desde dentro le devora su propio ser significante; se explota su
sentido original para inocular en la mentalidad de los
pueblos la idea adversa a lo que él necesaria e
inmediatamente sugiere”.
Aunque
el Padre Petit no se refiera al proyecto de legalización de uniones
homosexuales, sus palabras se aplican perfectamente. Todo el valor, toda la
importancia y entidad del verdadero matrimonio “se explota” precisamente “en su
sentido original” –que remite al amor entre cónyuges, a la fidelidad mutua y al
amor para con los hijos– para colonizar la inteligencia.
La
hipocresía queda desnuda: lo único que se busca es insinuar, sugerir para
finalmente imponer que
la palabra matrimonio nos remita, en iguales proporciones, tanto a la
homosexualidad como a la heterosexualidad.
Éste es
el objetivo. Nunca tan actual la enseñanza del sacerdote dominico.
La
guerra intelectual e ideológica a la cual asistimos tiene tan vastas
proporciones que se vuelve una verdadera necesidad hacer uso de argumentos
contundentes, con lógica correcta y contenido verdadero; no argumentos que
puedan ser usados también contra nosotros. Es tanta la fuerza, es tal la
patencia del ser, que una vez proclamado éste no puede sino ensancharse y repudiar
su contrario: el error, lo falso. En una palabra, la nada. Repudiar la falsedad
es también efecto del celo amoroso:
“Quienquiera que ama la verdad
aborrece el error y este aborrecimiento del error es la piedra de toque
mediante la cual se reconoce el amor a la verdad. Si no amas la verdad, podrás
decir que la amas e incluso hacerlo creer a los demás, pero puedes estar seguro
de que, en ese caso, carecerás de horror hacia lo que es falso, y por esta
señal se reconocerá que no amas la verdad”17 .
De ahí
que ellos deseen que la palabra matrimonio no repudie la unión entre
homosexuales, debilitando la institución familiar. Este es el mecanismo y
objetivo que estamos presenciando.
5. Calculadas
imprecisiones verbales
Otra
forma de confusión consiste en el uso de calculadas imprecisiones a la hora de
hablar. Existen muchísimos actos humanos cuya valoración es incompleta si los
consideramos aisladamente, debiendo recibir una especificación, un contenido
que nos remita a su fin y, de ese modo, que los vuelva plausibles de admitir
una calificación moral.
Estos
actos humanos, que pueden ser tanto buenos como malos, son –entre otros– discriminar, ejercer la libertad,
comportarse auténticamente, ser sincero con las opiniones propias, hablar con
franqueza, etc.
Inmediatamente
que se pronuncia la palabra discriminación,
debemos preguntar: ¿Qué es lo que se discrimina? Se discrimina algo pero ¿respecto
de qué? ¿Por qué, con qué argumentos?
Sería ciego condenar toda discriminación sin escuchar las
razones del discriminador: podrían ser legítimas18 .
Cuando
nos hablen de libertad, de inmediato preguntemos para deshacer todo eventual
copamiento demagógico: ¿Libertad para qué? ¿Con qué fin? Supóngase que se nos
insta a comportarnos
auténticamente, reflexionemos: ¿Estoy realmente en la verdad, y por
consiguiente mi autenticidad será respecto de lo verdadero? ¿O tal vez me halle
en el error, y de ser así practicar la autenticidad sería perjudicial?
Ser
sincero con las opiniones propias ¿es en sí mismo positivo? ¿O
depende de cuáles y cómo sean estas opiniones? ¿Da lo mismo ser sincero con una
opinión correcta, que con una falsa? Muchos defienden así a Ernesto Guevara
Lynch. La ideología del resentimiento para la cual sirvió y sus asesinatos
pasan a un segundo plano.
Hablar con franqueza de lo
propio, ¿hace que aquello de lo cual hablamos sea verdadero? ¿O acaso uno no
puede decir –con absoluta franqueza– un error grande como una casa?
“La sinceridad no es la verdad. La
intención más recta y la voluntad más firme no pueden hacer que lo que es no
sea”19 .
Notemos
el efecto que tiene la vaguedad y la imprecisión de las palabras en la
confusión de las inteligencias: mucho peor que las mentiras. Cabe poner la
atención en el detallado análisis de Correa de Oliveira sobre la palabra-talismán:
“La palabra-talismán radicalizada se
resiste a explicitar su sentido. En efecto, su gran fuerza está en la emoción
que provoca. La explicitación atrayendo hacia ella la atención analítica de
quien la usa o de quien la oye, perturbaría e impediría ipso
facto la fruición sensible e imaginativa del vocablo. La
palabra-talismán, manteniendo obstinadamente implícito su significado, continúa
siendo vehículo y escondrijo de su reciente contenido emocional”20 .
La
palabra discriminación se
vuelve una «palabra-talismán». Pocos advierten que su uso no involucraba
injusticia ni desprecio alguno respecto del detalle en la entrega de los
papeles del sueldo, por citar un ejemplo.
La
ideología de la no discriminación omite
y se desentiende deliberadamentede las cuestiones principales,
la verdad y justicia del acto discriminatorio. No se quiere distinguir nada al
descalificarla.
Los
sofistas modernos manipulan y manosean las emociones más puras, confundiendo
deliberadamente actitudes de injusticia y desprecio con discriminación,
valiéndose de los nobles sentimientos de las personas. Sentimientos que luego
serán desvirtuados sin escrúpulos:
“Diríase que el sujeto, al utilizar
una palabra, sufre una especie de fascinación ante ella: la absorbe pasivamente
y recibe sin poder evitarlo los efectos psicológicos de la significación que le
entrega. Su acción sobre el subconsciente es directa, profunda y estimulante.
La palabra introduce por su solo empleo esquemas de pensamiento que el sujeto
adopta aún sin darse cuenta”21 .
La
verdad de las cosas es el norte, la brújula, la guía de estos actos humanos y
la que hace posible una calificación moral. Poco vale franqueza, sinceridad y
autenticidad sin verdad. Nada vale la libertad para el mal, ni tampoco
discriminación injusta. Si la justicia es sinónimo de la verdad, si al “hacer
justicia” tratamos a las cosas “conforme a la verdad”, lo decisivo para juzgar la
validez o invalidez de la discriminación no es ella misma como tal, sino algo distinto de ella: lo
que las cosas son, la verdad del mundo que será objeto de discriminación.
Así las
cosas, debe desenmascararse el sofisma central de esta ideología, que
consiste en desvincular el acto de su objeto, para condenar de forma anticipada
e inapelable el
acto mismo, aunque la discriminación reciba su calificación moral según su
objeto y motivo.
Discriminar,
en sí mismo, no es malo. Es el acto de la inteligencia por el cual distingue
una cosa de otra. Sólo puede incomodar la discriminación a quienes no quieren
que se distinga.
6. Los verdaderos
motivos de la ideología de la no discriminación
Aquellos
que defienden y fomentan la ideología de la no discriminación, están
interesados en que no haya luz.
Veremos
por qué.
Si
lograran hacernos creer que no hay línea divisoria entre la naturaleza y la
contranaturaleza, entonces “tendrían derecho” a hacer de sus vidas lo que se
les antoje, pues el día que las leyes y el sentido común enmudezcan para llamar
las cosas por su nombre, sólo quedará la amonestación interna de su propia
conciencia –si es que no la han matado aún–, pero ninguna externa. Ellos buscan
eliminar toda referencia que los interpele. Como el judío del cuento chestertoniano
que odiaba las cruces –rompiendo a su paso todo lo que tuviera la forma del
madero de salvación– la ideología homosexualista no tolera ningún vestigio de
la realidad que siquiera tangencialmente juzgue sus acciones. El odio a la
Verdad los mueve.
“Estoy a favor de este proyecto y
creo que debemos hacer un esfuerzo para animarnos a una vida de placer, de
libertad, y no encapsular a la familia como una célula reproductora. Si
permitimos la unión entre dos personas del mismo sexo, ¿por qué no permitir la
unión de tres personas? Y si yo tengo una relación con un perro y el perro está
de acuerdo, ¿por qué no?”22 .
El odio
a la Verdad, realmente difícil de concebir, es sin embargo registrado por Santo
Tomás de Aquino: “una
verdad particular puede repugnar o ser contraria al bien amado de tres
maneras”. Y luego desarrollará las distinciones del caso:
“Una, en cuanto que la verdad está
causal y originariamente en las cosas mismas. Y de esta manera odia el hombre a
veces una verdad en cuanto que quisiera que no fuese verdadero lo que es
verdadero. Otra, en cuanto que la verdad está en el conocimiento del mismo
hombre, la cual impide la prosecución de lo amado. Como si algunos no quisieran
conocer la verdad de la fe para pecar libremente, de los cuales dice Job 21,14: No
queremos el conocimiento de tus caminos. De otra manera se
tiene odio a la verdad particular, como contraria, en cuanto está en el
entendimiento de otro. Por ejemplo, cuando uno quiere permanecer oculto en el
pecado, odia que alguien conozca la verdad acerca de su pecado”23 .
El
misterio del pecado original nos mueve a aceptar esta dramática posibilidad. De
ahí la importancia de que siempre haya una voz que proclame la Verdad:
“Así dice el Señor: «A ti, hijo de
Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches palabra de
mi boca, les darás la alarma de mi parte. Si yo digo al malvado: «¡Malvado,
eres reo de muerte!», y tú no hablas, poniendo en guardia al malvado para que
cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta
de su sangre; pero si tú pones en guardia al malvado para que cambie de
conducta, si no cambia de conducta, él morirá por su culpa, pero tú has salvado
la vida»”24 .
¿Qué
hay detrás, entonces, de la ideología de la no discriminación?
El odio
a la luz.
La luz
es diferenciadora. La luz distingue. La luz marca el límite, marca la
definición.
Definir significa
marcar el fin,
el límite, la
línea y el contorno de las cosas: “A partir de aquí esto es, a partir de allí
esto no es”.
La definición implica un “sí” tanto como implica un “no”. El lenguaje es
naturalmente una definición, pues para hacernos entender debemos decir algunos
sí y muchos no.
En
nuestro caso, la luz a la cual nos referimos es la luz de la inteligencia,
logos participado en el hombre, que remite al Logos Imparticipado del que habla
el comienzo del Evangelio según San Juan.
Pero
para obrar el mal sin amonestaciones ni alarmas a su conducta, es necesario que
los hombres se quiten
los ojos. Para quitarse los ojos deben negar el hábito
diferenciador de la inteligencia: la facultad del discernimiento. Sólo así
ejecutarán sus crímenes en completa oscuridad, ya sin amonestaciones ni límites
que los incomoden. El ladrón y el asesino se refugian en las tinieblas de la
noche.
7. Todo lo que existe
merece perecer
La
heterosexualidad es lo natural, la homosexualidad lo antinatural. Ningún
artilugio lingüístico puede disimular la complementariedad entre los órganos
sexuales masculino y femenino, que no es convencional,
ni arbitraria, ni histórica. No es fruto de un contrato entre sociedades, ni de
construcciones culturales. Esta complementariedad, “vinculación”,
“adaptación” de una función a su facultad, tampoco puede ser fruto de
decisiones humanas, ni es sujeta a los cambios del tiempo, ni es fruto de
diversas estructuras de pensamiento de cada sociedad.
¿Y con
qué palabra designamos a lo que ni es convencional, ni arbitrario, ni histórico
ni fruto de la sociedad? ¿Con qué palabra designamos a lo que no está sujeto a
la voluntad ni a los contratos ni a las estructuras de pensamiento del hombre?
Con la
palabra “naturaleza”.
¿Esto
es “discriminación”? Sí, pues es distinción.
Discriminación
justa.
¿Esto
debe ser penado por la ley, como pretende la ideología que nos agobia? No,
porque es la verdad.
De ahí
que no basta ser heterosexuales para obrar correctamente, así como no basta
simplemente sostener la verdad. La verdad tiene un carácter excluyente con el
error, y del mismo modo la heterosexualidad debe tener un carácter excluyente de los
comportamientos que van contra la naturaleza humana.
Predicar
la verdad y condenar el error.
Practicar
la naturaleza y reprobar la sodomía.
Es
necesario predicar la buena,
sana y santa intolerancia de la verdad para con el error, de
lo bueno para con lo malo, de lo bello para con lo feo y, finalmente, de los
comportamientos ordenados, en la línea y en el deseo del plan de Dios, para con
los comportamientos y acciones desordenadas, que atentan contra el Orden
Natural y el Sobrenatural:
“¡Ay de aquellos que llaman bien al
mal y mal al bien, que cambian las tinieblas en luz y la luz en tinieblas…!”25 .
Si la
ideología antidiscriminatoria tiene entre sus principales preocupaciones la
manipulación y el manoseo del lenguaje, precisamente allí nosotros debemos librar
la batalla de restaurar el
noble y luminoso significado de las palabras.
Los
ideólogos que enfrentamos no tienen razones; tienen objetivos. Le han declarado
la guerra a todo lo que existe, juzgándolo únicamente digno de perecer. Llegado
a este punto, algún amable lector podría preguntarnos: ¿Tan mal podemos pensar
de estas personas? ¿No serán únicamente personas equivocadas, como muchas veces
se nos quiere hacer creer? No nos parece, puesto que los mismos que piden el
seudo matrimonio entre homosexuales hoy son los que pidieron el divorcio ayer.
Por ejemplo, está el caso de Cecilia Merchán quien “aclaró que nunca se casó, que tiene
una hija grande pero «no le interesa el matrimonio»” (publicación
digital Notivida,
boletín N° 681). No se trata sino de invocar el amor matrimonial, a fines de
adulterarlo, corromperlo y destruirlo.
Pero
sigamos leyendo las propias fuentes adversas. Veamos los dichos de los
ideólogos:
“Luchar por el matrimonio del mismo
sexo y sus beneficios y entonces, una vez garantizado, redefinir la
institución del matrimonio completamente, pedir el derecho de casarse no como
una forma de adherirse a los códigos morales de la sociedad sino de desbancar
un mito y alterar radicalmente una
institución arcaica. [...] La acción más subversiva que pueden
emprender los gays y lesbianas [...] es transformar por completo la
noción de familia”26 .
Agradecemos
la frontalidad expositiva de esta inescrupulosa alma. Por su parte, Alison
Jagger –activista feminista y autora de diversos libros de texto utilizados en
universidades estadounidenses– revela claramente su hostilidad frente a la
familia:
“El final de la familia
biológica eliminará también la necesidad de la represión sexual. La
homosexualidad masculina, el lesbianismo y las relaciones sexuales
extramaritales ya no se verán en la forma liberal como opciones alternas, fuera
del alcance de la regulación estatal. En vez de ésto, hasta las categorías de
homosexualidad y heterosexualidad serán abandonadas: la misma institución
de las relaciones sexuales, en que hombre y mujer desempeñan un rol bien
definido, desaparecerá. La humanidad podría revertir
finalmente a su sexualidad polimorfamente perversa natural”27 .
Impresionan
estas citas que rozan el desvarío mental, patíbulo al que conduce el orgullo.
La
explicación a esta furia destructora del hombre está más allá de hombre. El
misterio enmarca la miseria ideológica. Así lo describe Donoso Cortés: “Entre la verdad y la razón humana,
después de la prevaricación del hombre, ha puesto Dios una repugnancia inmortal
y una repulsión invencible”.
El
hombre, caído luego del pecado original, no tolera otra soberanía “sino la suya propia”. Por
eso “cuando la verdad
se pone delante de sus ojos, luego al punto comienza por negarla; y negarla es
afirmarse a sí propio en calidad de soberano independiente”. Su
corazón está ciego para la humildad, llegando a pensar que “si cede” y admite
que no es perfecto o que no tiene razón, “pierde”. Por eso se empeña tercamente
en combatir todo aquello que lo limite:
“Si no puede negarla (a la verdad), entra en combate con
ella, y combatiéndola combate por su soberanía. Si la vence, la crucifica; si
es vencido, huye; huyendo cree huir de su servidumbre, y crucificándola cree
crucificar a su tirano”.
Víctima
y victimario al mismo tiempo en este sistema de negaciones, absolutamente
demencial, el hombre es capaz de sostener sin razones cualquier cosa contra la
razón: “entre la razón
humana y lo absurdo hay una afinidad secreta, un parentesco estrechísimo; el
pecado los ha unido con el vínculo de un indisoluble matrimonio”. Estamos
nada menos que ante el misterio de la prevaricación humana:
“Lo absurdo triunfa del hombre, cabalmente porque está
desnudo de todo derecho anterior y superior a la razón humana. El hombre (lo)
acepta cabalmente, porque viene desnudo, porque careciendo de derecho no tiene
pretensiones; su voluntad le acepta, porque es hijo de su entendimiento, y el
entendimiento se complace en él, porque es su propio hijo, su propio verbo;
porque es testimonio vivo de su potencia creadora: en el acto de su creación el
hombre es a manera de Dios, y se llama Dios a sí propio”.
Si Dios
Padre genera desde toda la Eternidad al Hijo, pronunciándolo eternamente; si el
Logos –Cristo– es el Verbo de Dios; el hombre engendrará parodiando su propio
vástago, la nada; una nada bastarda, reacia a integrar la realidad.
En
última instancia, la soberbia humana reclama el cumplimiento de las palabras de
la Serpiente. La única tentación es endiosarse:
“¿Qué importa que el otro sea el Dios
de la verdad, si él es el Dios de lo absurdo?”28 .
8. Equívocos actuales en
las filas católicas
Pronunciar
la palabra es cosa seria. No únicamente por las implicaciones morales que hemos
desarrollado, sino además porque toda palabra, en el fondo, es una
participación de Otra Palabra superior. Y si la perfección de la palabra está
en tender siempre hacia su máxima conformidad con La Palabra, el lenguaje
humano no puede volverse deliberadamente equívoco, no puede convertirse
intencionadamente en confusión, en ambigüedad, en constantes elipsis.
La
advertencia de Nuestro Señor es clara: Os
digo, que de toda palabra ociosa que se diga se deberá dar cuenta en el día del
juicio (Mt. 12, 36).
Por
estos motivos, fueron gravemente erróneas y engañosas algunas de las
declaraciones que tuvieron circulación al respecto, aún cuando pretendieron
“oponerse” a la legalización de este proyecto. Veámoslas.
La
Comisión Ejecutiva de la CEA (Conferencia Episcopal Argentina) emitió un
comunicado encabezado como sigue: “La
heterosexualidad como requisito para el matrimonio no es discriminar”.
Allí podemos leer:
“Afirmar la heterosexualidad como requisito para el matrimonio
no es discriminar, sino partir de una nota objetiva que es su presupuesto”.
Estará
muy bien “partir de una nota objetiva”, presupuesto del matrimonio; es correcto
tomar como punto de inicio la realidad objetiva, independiente de nuestra
subjetividad. Pero la Conferencia Episcopal yerra gravemente pretendiendo que
esta toma de posición no sea denominada discriminatoria.
En vez
de enseñarnos que no toda discriminación es ilegítima; en vez de declarar que
discriminares un acto que realiza la inteligencia; en lugar de denunciar que
son los que moran en la oscuridad los que no quieren que se discrimine, porque
ella aquí equivale a luz; en
vez de esto, la CEA pretende solamente eludir la adjetivación, sin atacar las
verdaderas causas y motivos de fondo que están haciendo posible el avance
del lobby “gay”.
Como si
la guerra de las palabras no tuviese lugar hoy día, la declaración hace uso de
argumentos típicos del pensamiento pro “gay”. Para remediar esta confusión,
repitamos que un término utilizado tramposamente no debe admitirse:
“Aceptar un término para su empleo
habitual es aceptar una idea, por más que el sujeto la rechace inicialmente en
su plano intelectivo. La utilización de un código expresivo –un lenguaje– es ya
de por sí abrirse a toda la carga de sentido y actitud que encierra como
producto cultural. Las palabras adquieren en su seno un sentido que no tendrían
aisladamente o en otro contexto mental”29 .
Lamentablemente,
la confusión se extiende aún más: indebidamente es asociado el hecho de no
discriminar con la actitud –correcta– de “partir de notas objetivas”, haciendo
pasar estas dos ideas como enlazadas. El sentido de la oración es que una lleva
a la otra, cuando no es así. Al contrario: porque partimos de notas objetivas –y
no a pesar de–discriminamos
con plena justicia.
Luego
de observar la irregularidad en la cuestión puramente jurídica y formal, la
Jerarquía expresó:
“A esto se agrega que el Jefe de Gobierno, en una decisión
política que sorprende, no haya permitido la apelación de dicha sentencia
absolutamente ilegal, para dar un debate más prolongado y profundo sobre
una cuestión de tamaña trascendencia. Esto constituye un signo de grave
ligereza y sienta un serio antecedente legislativo para
nuestro país y para toda Latinoamérica”.
Leamos
bien. ¿Se nos está diciendo que con debate
prolongado y profundo, la norma es menos mala? ¿Sin debate, la norma es menos buena?
¿Qué hay que debatir aquí?
Es
cierto que el comunicado hace aclaraciones etimológicas cuando dice “La palabra «matrimonio» alude
justamente, a esa calidad legítima de «madre» que la mujer adquiere a través de
la unión matrimonial”; pero justamente por ello, resulta
desconcertante que hacia el final de la declaración –que se limita a decir
pocas, muy pocas cosas entre las muchas que se podría, que no ataca ni denuncia
al lobby “gay”
ni a los organismos que defienden y fomentan esta perversión– se invoque la
autoridad de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el Pacto
Internacional de los Derechos Civiles y Políticos y la Convención Americana de
los Derecho Humanos:
“esta decisión de la jueza de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires podría considerarse contraria a distintos
tratados internacionales con jerarquía constitucional desde 1994…”30 .
¿Acaso
no tenemos una legitimidad y autoridad propias, por encima de la puramente
humana, que se funda en la Ley Natural? ¿Acaso los católicos debemos apelar a
la farsa ideológica de los DDHH? ¿Por qué juzgar “la decisión de la jueza”
desde los postulados derecho-humanistas, y no desde los postulados católicos
del derecho? ¿Por qué hablar en clave antropocéntrica y no teocéntrica?
Si
nuestros pastores no hablan desde la
óptica católica, desde los
fundamentos católicos a propósito de estos sucesos; si en
definitiva no hablan en
tanto católicos, ¿cuándo y en qué circunstancias lo harán?
¿Por qué se busca un “terreno común” con los adversarios (perdón por la
palabra) y nunca se habla desde las posiciones propias?
Pero
ahondemos aún más nuestro análisis: estos tratados internacionales, ¿no podrían
cambiar acaso? ¿No están sujetos al arbitrio y conveniencia de los hombres? El
día que cambien, este argumento dejará de existir, perderá su fuerza, si es que
hoy tiene alguna. Todo esto sin mencionar la pérdida de la soberanía jurídica
de una Nación que se somete a leyes extranjeras. De ahí que nos hacemos la
pregunta: ¿Por qué argüir solamente con argumentos mudables y no desde la
inconmovible roca de la Verdad? ¿Por qué reprobar el seudo matrimonio
fundándonos en aquello que cambia constantemente, y no en aquello que permanece
inmutable?
El otro
argumento, repetido muchas veces, es el atribuir una ilegitimidad al
“matrimonio” entre homosexuales aduciendo un respaldo minoritario al mismo. Se
suele decir que quienes promueven este proyecto “no representan” el “sentir
común de la población”, que son “una minoría dentro de una minoría”, resultando
por ende que un proyecto emanado de este sector, no debería ser tomado en
cuenta.
Distingamos
antes algo.
Si el
argumento anterior pretende mostrar que una vez legalizado el seudo matrimonio
sólo una ínfima porción de los homosexuales se “casa”, resultando por tanto un
pretexto la búsqueda del mismo, este argumento es legítimo porque desenmascara
los verdaderos objetivos de los activistas: redefinir el matrimonio. Aquí es de
enorme provecho releer la mencionada cita de Signorile.
Pero si
implica pronunciarse en nombre de las mayorías; si el argumento se adjudica una
legitimidad emanada de la cantidad, el argumento es claramente falso.
No
subestimemos el examen de las palabras. No faltan páginas webs que se dedican a
refutar prolijamente estos argumentos enclenques, resultando por tanto un deber
el defender el Orden Natural de la mejor manera posible.
Estos
argumentos aquí examinados, por sí solos, admiten un fácil contragolpe. Son
ciertamente replicables y, en estricta lógica, nos llevan a la contradicción.
De ahí que debamos repasar las palabras de Amerio al respecto: “convendría tener reparos, temor,
pavor a la contradicción”.
Aquellas
declaraciones que estamos sondeando carecen de la fuerza máxima de la que
podrían ser capaces si adoptaran la máxima oposición. La argumentación debe ser
a todo o nada, sin términos medios, incondicional: exactamente como la de los activistas
de la revolución permanente. Cualquier elipsis, efugio,
titubeo expresivo o argumentativo sólo sirve para evidenciar nuestra confusión
o –peor aún– temor mundano ante los feroces enemigos de Dios y del orden
establecido por Él.
Ellos
sólo temen a quienes no les temen.
9. Pensamiento pugnativo
o argumentación endeble
Parece
que nos vamos de tema pero volveremos enseguida.
Uno de
los elogios más gratos que Chesterton le hace a Santo Tomás de Aquino, tiene
lugar cuando comenta su personalidad. En el libro homónimo, a la altura del
capítulo V, describe su fisonomía. Se admira, sorprende y elogia. Claro está
que Chesterton puede hacer todo esto debido a su connaturalidad con el santo.
Por eso, cuando describe sus ojos, dice que: “Hay en ellos un fuego de excitación
inmediato; son vivos y muy italianos”. Y luego pasará a describir el interior
del Angélico, la fuerza vital que recorría sus entrañas:
“El hombre está pensando acerca de algo, y algo que ha
llegado a una crisis, no acerca de nada o acerca de alguna cosa, o, lo que es
peor, acerca de todas las cosas”.
Ese
torbellino interno en el alma de Santo Tomás, Chesterton lo resalta respecto de
la conocida anécdota en la mesa de San Luis, monarca de Francia:
“Debió de haber esa ardiente
vigilancia en sus ojos en el momento antes de herir la mesa y asustar a los
comensales del rey”31 .
Era
toda una vida interior la que nuestro converso inglés retrata en magníficas pinceladas.
Y así, luego de elogiar profusamente la cantidad y calidad de su obra, declara:
“Probablemente no lo hubiera logrado
si no hubiera estado pensando incluso cuando no escribía; pero, por sobre todo,
pensando pugnativamente.
Esto, en su caso, no quiere decir amarga o despectivamente, sin caridad, sino
combativamente”32 .
Volvamos
–ahora sí– a nuestro tema.
El
error de ciertas declaraciones que pretenden oponerse al “matrimonio” entre
homosexuales consiste en argumentar desde dentro de los axiomas engañosos,
origen de las confusiones, objetando las consecuencias sin renunciar a los
principios de los cuales emanan. Al hacerlo, aceptan tácitamente el contrabando
ideológico, cómodo mientras permanece enmascarado. No debe admitirse el planteo
del enemigo para, luego –bajo pretextos “tácticos”–, intentar eludir su ataque según
sus mismas reglas.
El
abandono de estos argumentos es urgente. Nosotros creemos avanzar porque no
hemos sido refutados según sus propios criterios; cuando en realidad son ellos
los que avanzan cuando consiguen que hablemos como ellos quieren que se
hable.
Nosotros
pretendemos llevarlos a la contradicción, sin advertir que ellos se hunden
hasta la náusea en ella. Creemos replicarles y, en realidad, abandonamos
nuestra semántica. Su mayor victoria consiste en que
hagamos un uso ya peyorativo ya ponderativo de las palabras que ellos
descalifican o aprueban. Cuánta
razón tenía Santo Tomás de Aquino cuando repitió en la Sumaaquellas
palabras de San Jerónimo:
“con los herejes no debemos tener en
común ni siquiera las palabras, para que no dé la impresión de que favorecemos
su error”33 .
Las
observaciones de Romano Amerio al respecto de este lenguaje son sencillamente
brillantes:
“no basta mantener verbalmente una
cosa, si después se pretende hacerla coexistir intacta con otra cosa que la
destruye”34 .
No
basta protestar verbalmente contra el seudo matrimonio y condenar la palabra
discriminación.
No
basta defender verbalmente la institución familiar como algo intangible y luego
hablar en nombre de la mayoría.
Terminamos
debilitando y suavizando la oposición a esta ley injusta. La Escritura dice
claramente que un reino dividido no podrá subsistir. Todos los que impugnamos esta
legalidad debemos mantener una coherencia y unidad del discurso: unidad en la
verdad.
Así se
vacía el lenguaje, la palabra y su significación: cuando el carácter
contradictorio de las afirmaciones queda mitigado por la mixtura intelectual de quien
osa colocar una verdad y un error en un mismo planteamiento:
“La verdadera sabiduría tiende a unir. La sabiduría del
mundo tiende a amalgamar elementos que no pueden unirse, y, cuando ve que los
tiene yuxtapuestos, cree que los ha fundido. Desde el punto en que dos
elementos coexisten, el mundo imagina que están unidos.
El hombre de mundo no teme hacer
daño. Pero teme chocar. No conoce las armonías, pero sí las conveniencias”35 .
El
verdadero camino para oponerse a esta ideología pasa por restaurar el hábito
noble y diferenciador de las palabras. No hay que demostrar que el Orden
Natural no es discriminatorio: hay que demostrar que no toda discriminación es,
en sí misma, injusta.
No
retrocedamos ni un centímetro. Cada palabra debe convertirse en un
alcázar. Ya sabemos que mientras menos definición tenga el discurso,
a más personas puede llegar. Pero mientras menos perfil tenga nuestra palabra,
mayor será la confusión que instale. Un auditorio amplio nos hace sentir
tranquilos, pero desde ahí no podremos defender la verdad entera. Por eso Gómez
Dávila decía:
“Para huir de esta cárcel, hay que aprender a no pactar
con sus indiscutibles comodidades”.
10. ¿Qué pensar de la
alternativa del plebiscito?
Vayamos
al tema del plebiscito, pedido a fines de mes de julio por la jerarquía de la
Iglesia, por boca de Monseñor Antonio Marino.
“He conversado con varios senadores para presentarles la
postura de la Iglesia y muchos admiten que coinciden con nuestra posición y
están de acuerdo…, pero después aparece el realismo político y terminan
apoyando la ley…”.
Y ante tal perspectiva, nos lanza su solución. La convocatoria
a un plebiscito sería “una
vía más razonable que la seguida por los legisladores, muchos de los cuales
actúan bajo presión”. Reclamó, así, “más
tiempo para una decisión más sana”.
“Llama mucho la atención que en momentos en que la
sociedad está afectada y preocupada por el índice de inflación, la inseguridad,
la desocupación y el drama de la droga, entre otros graves problemas, se fije
como prioridad legislativa este tipo de leyes”.
FAMPAZ ya lo había propuesto el
2 de junio36 ;
antes, el arzobispo de Salta, monseñor Mario Cargnello, como reseña AICA el 12
de mayo37 . Su
argumento fue:
“Se pretende imponer una decisión que parece superar la
responsabilidad de nuestros representantes ya que las consecuencias de la misma
son tan graves que necesitan, por lo menos, ser consultadas a la comunidad”.
La propuesta plebiscitaria elude la hipótesis de conflicto.
Ahora bien, la Iglesia debe pensar católicamente. El orden natural no se
plebiscita. Debe ser defendido. ¿Cómo es posible que se proponga rifar la
verdad?
La propuesta plebiscitaria comporta una confusión incluyo mayor
que la vertida por otro sacerdote, Nicolás Alessio, que sin concesiones
defendió en los medios de comunicación el “matrimonio igualitario”. El
desdichado Alessio –puesto que está violando la ley de Dios– ha dicho lo que
realmente piensa. Se juega a una sola carta, sin simular y sabiendo que todo
católico bien nacido condenará fuertemente su nombre como ciego que guía a otro
ciego. Pero pedir un plebiscito es indigno: implica que estamos efectivamente
en contra de la ley, pero que no animándonos a decirlo, deseamos que tal decisión
recaiga en la mayoría anónima.
Por vía de posibilidad, como del plebiscito puede salir
cualquier cosa, la Iglesia al pedirlo está colocando mansamente el cogote en la
guillotina de sus enemigos: “acepto lo que la mayoría diga, resulte lo que
resulte”. Ahora bien, ¿qué impedirá que mañana, cuando se discuta el aborto,
los homicidas del niño por nacer pidan el plebiscito? ¿Qué diremos entonces? ¿Y
si piden plebiscito por la educación sexual, la anticoncepción? ¿Alguien quiere
plebiscitar algo más?
Algo de este retruécano del argumento plebiscitario lo manifestó
el mismo Alex Freire, activista pro “gay”:
“Los derechos humanos no se
plebiscitan. Sino, con ese criterio, que convoquen a un plebiscito y le
pregunten a la gente si quiere seguir financiando con sus impuestos a la
Iglesia Católica”38 .
Sólo proponer el plebiscito revela pensamiento endeble.
Advirtamos no obstante la coherencia de los destructores del Orden Natural. La
desventurada María Rachid también dijo al respecto que
“los derechos humanos no se
plebiscitan”39 .
Diana Maffia afirmó, tal como lo recoge su propia página web:
“Sabemos que hay grupos que quieren
hacernos plebiscitar derechos. Y yo pregunto: ¿se puede plebiscitar la
igualdad? ¿se puede plebiscitar la libertad? Pues no, ya tenemos derecho a ser
libres y a amar a quien una/o quiera”40 .
Alguno podrá argumentar que estas arpías dicen esto porque saben
que perderían, pero que no tendrían ningún escrúpulo en plebiscitar si contaran
con la certeza de victoria. Sin embargo, no perdamos de vista el punto. Independientemente
de lo que piensen, se animan a decir algo que debería estar en la boca de los
que repudiamos el seudo matrimonio: HAY COSAS QUE NO ESTÁN SUJETAS A LA
SOBERANÍA POPULAR.
Lo mismo se diga de los judíos y los protestantes. También ellos
han tomado la delantera con un discurso más contundente. Un rabino dijo que es “un
escándalo espiritual” que
el Congreso argentino debata esta ley: dijo que la debata,
no que la apruebe.
El hebreo advirtió que con esta
ley se pone en peligro el futuro porque “la creación del mundo fue para que
hagamos un matrimonio para producir esta naturalidad del mundo y no se puede ir
contra eso”41 . Y
luego se animó a citar el Talmud en el medio de la atmósfera laicista. El
rabino sí habla “en nombre de Dios”, aunque no reconoce al verdadero,
Jesucristo.
Los católicos no.
A través del boletín Notivida42 ,
tenemos noticia también de las declaraciones de los protestantes. Ellos han
afirmado que “pasar por alto la ley de Dios es el
comienzo de la desintegración de una Nación”; no tuvieron empacho
ni vergüenza en citar las sagradas escrituras al afirmar que “si
uno toma el Antiguo y Nuevo Testamento” se ve claramente que “Dios
previó el matrimonio para varón y mujer”. El texto bíblico,
entonces, “no deja posibilidad de que el
matrimonio sea otra cosa”, en clara alusión al rabino Daniel
Goldman, que minutos antes había adulterado las sagradas escrituras
justificando el seudo matrimonio. Incluso, los protestantes se pronunciaron en
estos términos: “el matrimonio es el signo de la unión
entre Cristo y su Iglesia”, concluyendo con una afirmación llena de
énfasis:
“Yo sólo puedo bendecir lo que Dios bendice”.
El punto máximo de intensidad en sus palabras fue el siguiente:
“La obediencia a ley de Dios trae
bendición y su rechazo condenación”43 .
No hemos tenido un ataque de irenismo ni de relativismo
religioso, ¡Dios nos libre! sino que solamente señalamos algo digno de tenerse
en cuenta. ¿Por qué nosotros estamos obligados a usar todo tipo de argumentos
excepto los sobrenaturales, y los demás no?
He aquí la trampa del naturalismo arrojada a los católicos, en
el nombre de la “estrategia”.
Tal vez alguno pensará que da lo mismo cómo o en
nombre de qué uno
se opone al seudo matrimonio; que lo importante es que se oponga, no importa
cómo, no importa de qué manera, no importa a qué precio.
¿Seguro que no importa en nombre de qué?
Volvemos al ejemplo del principio. Si los primeros cristianos
hubiesen predicado en nombre de “un dios”, alternativo a los ya existentes, no
hubiesen sido perseguidos ni arrojados a los leones. Pero no hicieron eso:
predicaron al Dios celoso, al Verdadero y Único: Jesucristo.
La fidelidad al logos, que es Dios mismo, el Verbo, la Palabra,
nos exige como católicos la pronunciación responsable, pedagógica y testimonial
de la verdad conocida. Un destino trágico aguarda a los que ceden frente a las
ambiciones de los lobos:
“Las concesiones son los peldaños del patíbulo”.
11. Conclusión
Es
necesario, por último, denunciar la oscuridad de la inteligencia en un mundo
que no quiere distinguir, pero no porque pretenda acoger desinteresadamente a
los extranjeros, no porque desee un trato respetuoso por igual para blancos,
negros y amarillos; sino porque rechaza a la luz de la verdad, rechaza el
límite que marca diferencias entre lo que es y lo que no es. Rechaza en última
instancia su carácter de razón fundada y pretende colocarse como Razón
Fundante, pretendiendo ser Fuente de las cosas y Norma Primera de
legitimidad para los comportamientos.
Así justifica la homosexualidad. Así justifica las uniones
contranatura. Así justifica los comportamientos llamados, eufemísticamente,
“gay” y las relaciones sexuales entre lesbianas. Así justifica, en última
instancia, la reducción de la sexualidad humana –traspasada siempre de
espíritu, o más aún, ella misma penetrada por lo espiritual– a la pura y
desencarnada genitalidad, en donde mientras más próxima está la carne, más
lejos están las personas unas de otras; en donde se da contra la naturaleza la
fusión de los cuerpos pero nunca, nunca, la fusión de las almas; en donde la
persona queda reducida a materia prima experimentable e intercambiable, como lo
atestigua el altísimo índice de promiscuidad de los comportamientos
homosexuales. Porque los mismos que ahora luchan por el “matrimonio gay” son
los que escriben en graffitis “Ni
te cases ni te embarques”. No les interesa el “compromiso”
“matrimonial” entre dos personas del mismo sexo; les interesa el desvirtuar una
institución natural para que no quede ya sombra de la señorial distinción del
intelecto.
Es tal el misterio de la sexualidad que respecto a su despliegue
no caben términos medios:
“La sexualidad humana está fatalmente
colocada en esta alternativa: o fiscalizada y sobrealzada por el amor del espíritu, o prostituida por el pecado del espíritu”44 .
Quienes levantan la bandera de la no discriminación se
encuentran –lo sepan o no– desesperados. No cabe duda de que se están negando a sí mismos: rechazan su sexualidad tal como la
tienen, ya fuera masculina, ya fuera femenina; rechazan la vocación propia de su
cuerpo, rechazan el sentido espiritual,
psicológico y biológico de la fusión con el sexo opuesto. Es un sistema de negaciones y rechazos. En suma, se trata de una
oposición radical a todo lo que sea dado. Un enfrentamiento con la naturaleza
–en su más noble y pura acepción–, y por ésto, en última instancia, con el
Autor de la naturaleza.
Es finalmente la inmadurez de quien no quiere aceptarse a sí
mismo, que ve su error, su mal, pero que no quiere emplearse a fondo para cambiarlo.
Teme arriesgarse, empeñarse en corregirse y luego caer, nuevamente, habiendo
gastado sus energías en cambiar inútilmente. Por eso elige el camino fácil de
dejar de luchar. Y en este “dejar de luchar”, debe encontrar una justificación
teórica ante los demás. Así pasa a la negación de lo que nos es dado
naturalmente, para volcarse sobre sí como un Nuevo Creador,
pretendiendo substituir al Verdadero. La mente del ideólogo es el escenario de
la eterna tentación: seréis como dioses.
Proclamemos la verdad, no suavizándola o matizándola
indebidamente. No con ingredientes cosméticos que disimulen su intransigencia.
Proclamemos que hay discriminaciones y discriminaciones: unas justas, hijas de
la inteligencia que es luz; otras injustas, hijas del desorden de las pasiones
y de la voluntad. Es el malvado el que odia la luz, porque la luz pone en
evidencia sus acciones. Amemos la luz de la Verdad, sabiendo que si somos
fieles a Ella, Aquél que recompensa a los trabajadores fieles y laboriosos nos
brindará –ya en la otra vida– la belleza con la cual Se engalana y de la cual,
en este valle de lágrimas, sólo atisbamos fragmentos.
Cristo, Logos Eterno y Verbo Increado del Padre, nos dé la
gracia de restaurar la palabra en nosotros mismos, nuestras familias, nuestra
sociedad, nuestra Patria.
Juan Carlos Monedero (h)
1 Antonio Caponnetto. Hispanidad
y leyendas negras, Buenos Aires,Nueva Hispanidad, 2001, págs. 34–37.
2 Rubén Calderón Bouchet, La
Revolución Francesa, Buenos Aires, Santiago Apóstol, 1999, pág. 168. Es
llamativo que la decisión parlamentaria sobre la legalidad de este proyecto
tenga lugar, justamente, el 14 de julio.
3 Hemos publicado otros trabajos
relacionados, tales como El lenguaje es discriminatorio, ¿y qué? y Qué
hay detrás de la ideología de la no discriminación (resumen).
4 Mt. 5,
6.
5 Ernest
Hello. El hombre. La vida –
La ciencia – El arte, Buenos Aires, Difusión, 1941, pág. 86.
7 Gilberth
K. Chesterton, Ortodoxia, Buenos Aires, Excelsa, 1943,
págs. 51-52.
8 Charles
Maurras. Mis ideas políticas, Buenos Aires, Huemul, 1962,
pág. 87.
9 Los
promotores de la ideología antidiscriminatoria pretendieron subestimar el valor
esclarecedor de la etimología de ciertos términos, a fin de sostener
racionalmente su postura. No importaba, pues, que matri hiciera pensar en la palabra mater –“madre” en nominativo singular
de latín– puesto que “si nos rigiéramos por la etimología para determinar los
alcances de una institución jurídica… el ‘salario’ debería pagarse en sal…”.
Nuestro adversario ofrece algunos ejemplos más, pero este basta. Aunque tales
puedan impresionar, una observación atenta basta para desarticularlos. En el
caso de la palabra “salario”, no se verifica que la misma haya cambiado de
significado. La palabra salario continúa queriendo decir,
obviamente, el pago
debido a determinado tipo de trabajos realizados. Lo que ha cambiado
es el objeto –y no el significado– con el
cual se retribuye: sal, monedas, cheques, billetes, etc.
10 Ambas
citas extractadas de http://www.notivida.org/ , Boletín 634, Año IX, 9 de noviembre
de 2009.
11 www.felipesola.com.ar/nota203_discurso-en-la-sesion-por-el-matrimonio-gay.html.
Visto el 23 de junio de 2010.
12 Rafael
Gambra. El lenguaje y los
mitos, Buenos Aires, Nueva
Hispanidad, 2001, págs. 23-24.
13 Romano Amerio. Ponencia presentada en el
Congreso Teológico de Sí Sí No No,
http://lamentabili.blogspot.com/2009/07/romano-amerio-e-caritas-in-veritate.html
. Visto el 26 de junio de 2010. Deberíamos preguntarnos si tenemos ese temor a
la contradicción o si, por el contrario, constantemente formulamos argumentos
endebles, raquíticos.
14 De ahí la frase de Martín Heidegger: “¿No
pertenece a la esencia de la verdad, justamente lo opuesto a su esencia? (…)
¿no tiene entonces que retomar la hasta ahora omitida no esencia de la verdad,
la no verdad, y admitirla expresamente en la esencia de la verdad?
¡Evidentemente!”.
15 Ernest Hello. El hombre…, ídem
pág. 111.
16 La versión que tenemos de La palabra
violada incluye justo aquí esta nota al pie: “Agraden al cielo con
sus bocas y la lengua de ellos lame la tierra”. Salmo LXXIII-9. No está
numerada, no remite al año ni a la editorial que la ha impreso.
17 Ernest Hello, citado por el Padre Alfredo Sáenz
SJ, Siete virtudes olvidadas, Buenos Aires, Gladius, 2005, pág.
142.
18 Remitimos a nuestro amable lector a otro
trabajo nuestro titulado El lenguaje es discriminatorio: ¿y qué?,
del cual sólo queremos reproducir estas líneas relativas al término “discriminación”:
“Discriminar es distinguir. Y confundir es lo contrario de distinguir. Por
ende, no discriminar –como machaconamente se nos insiste– equivale a confundir.
La bandera de la no discriminación es la bandera de la confusión. Guste o no,
es así. Sólo en una segunda acepción –tal como registra la Real Academia
Española– discriminar significa “Dar trato de inferioridad a una
persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, etc.”.
Y esto sería discriminar injustamente; lo que especifica a
la discriminación como reprobable es su injusticia. Hoy padecemos la deliberada
hipertrofia de la segunda acepción de esta palabra, que ha desplazado su
sentido propio y exacto”.
19 Charles Maurras. Mis ideas
políticas…, ídem, pág. 88.
20 Plinio Correa de Oliveira. Trasbordo
ideológico inadvertido y diálogo. Traducido al español por el Consejo
de Redacción de “CRUZADA”, Buenos Aires, 1966, pág. 29.
21 Juan Milet, citado por Rafael Gambra. El
lenguaje…, ídem, pág. 21.
22 http://ncn.com.ar/08/noticiad.php?n=6452&sec=2&ssec=51&s=noticiad
. Visto el 27 de junio de 2010.
23 I-II, q. 29, art. 5, corpus.
24 Ezequiel 33, 7-9.
25 Isaías 5, 20.
26 Michael Signorile, activista homosexual y
escritor, citado en Crisis Magazine, 8 de enero de 2004.
27 Alison
Jagger, “Political Philosophies of Womens Liberation”, Feminism and Philosophy,
Littlefield, Adams & Co., Totowa, New Jersey, 1977, pág. 13. Los subrayados son nuestros.
28 Juan Donoso Cortés. Ensayo sobre Catolicismo,
liberalismo y socialismo, Obras escogidas, Buenos Aires, Poblet, 1943, págs.
528-529.
29 Rafael Gambra. El lenguaje…,
ídem, pág. 23.
30 www.aica.org/index.php?module=displaystory&story_id=19319&format=html.
Visto el 23 de junio de 2010
31 Santo
Tomás de Aquino, Buenos Aires, Espasa-Calpe Argentina, 1937, pág. 112.
32 Ídem,
pág. 115.
33 Suma
Teológica, III, q. 16, art. 8, corpus.
34 http://casadesarto.blogspot.com/2004/09/romano-amerio-y-el-divorcio.html
. Visto el 9 de julio de 2010.
35 Ernest
Hello. El hombre…, ídem, pág. 109.
36 http://www.aica.org/index.php?module=displaystory&story_id=21853&format=html
. Visto el 30 de junio de 2010.
37 http://www.aica.org/docs_blanco.php?id=274
. Visto el 3 de julio de 2010.
38 http://www.clarin.com/sociedad/Matrimonio_gay-Iglesia-polemica-plebiscito-acto_0_288571280.html
. Visto el 30 de junio de 2010.
39 http://www.amprovincia.com.ar/noticias/detail_noticia.asp?id=21867&seccion=1
. Visto el 30 de junio de 2010.
40 http://dianamaffia.com.ar/?p=5738 .
Visto el 30 de junio de 2010.
41 http://aica.org/index.php?module=displaystory&story_id=21453&format=html
. Visto el 30 de junio de 2010.
42 www.notivida.org, boletín N° 717.
43 Ídem.
44 Gustave Thibon. Lo que Dios ha unido (Ensayo
sobre el amor), Buenos Aires, Librería, 1952, pág. 164.
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